viernes, 21 de enero de 2022

EL HOMBRE ES UN DON DE AMOR DE DIOS

El siguiente texto se sitúa en el marco de los esfuerzos del padre Kentenich para hacer que el saber se transforme en amor. Del mismo modo, el texto se enmarca en su manera de proceder fenomenológicamente, con la cual procura interpretar “el mudo lenguaje del ser”.

“Un excelente don de amor. No somos primariamente un don de justicia. Ciertamente no lo somos en cuanto al ser, puesto que Dios nos ha creado por puro amor. A lo sumo, lo seríamos en cierto sentido en cuanto al modo de ser, si pensamos, por ejemplo, en la ley de la herencia. Pero también en este punto soy primariamente un don de amor. Tampoco soy primariamente un don de omnipotencia. Yo no existiría sin la omnipotencia de Dios, pero es el amor el que le ha señalado el camino a la omnipotencia. Nos encontramos aquí ante el amor, la gran ley fundamental del mundo: todo por amor, mediante el amor y para el amor. Aplicando esta ley a mi persona, puedo decir, en general: la historia de mi vida llena una página entera del gran libro de las misericordias de Dios. Mi ser y mi vida son una aplicación excelente y concreta de la gran ley fundamental del mundo. Un inconmensurable torrente de amor atraviesa la creación, la sostiene y constituye su última meta. El amor es la luz en toda oscuridad. Sólo él es capaz de resolverme todos los enigmas. Es más fuerte que la vida porque es tan fuerte como la muerte. Por eso, si quitamos el amor de la creación, esta se desploma, puesto que el amor es su ley fundamental. Y así podemos decir que nuestra vida es una ilustración de esta ley fundamental del mundo. Ser un don del amor de Dios significa, entonces, en detalle,

que soy un monumento del amor de la benevolencia divina,

que soy objeto del amor de la complacencia divina

que soy partícipe del amor divino

que soy una llamada del amor divino.

Posiblemente, estos pensamientos nos resulten desacostumbrados en este contexto pero, no obstante, se encuentran comprendidos en la frase que dice: homo creatus esta Deo.

Soy un monumento de la benevolencia divina

Los teólogos nos dicen que el finis primarius creationis es la gloria Dei manifestanda, o bien, con una expresión más conocida que posiblemente nos agrade más: bonitas Dei manifestanda. Todo lo que existe es expresión del amor divino de benevolencia. Dios ha querido con benevolencia las cosas y las ha llamado a la existencia. Por eso, también yo soy una expresión de la benevolencia divina, un monumento al amor de la complacencia divina. Bonum es diffusivum sui. Dios es el amor y, por ello, todo lo que existe debe participar de su amor. Yo participo de ese amor de manera singular: tan grande es el amor de Dios que está encarnado en mí, tantos los dones del amor que poseo. Este amor de la benevolencia divina tiene por cualidades ser eterno, efectivo y universal.

Eternidad del amor de Dios

Ese amor es eterno. “Con amor eterno te he amado y, lleno de compasión, te he atraído hacia mí” (cf. Is 54,8). Es eterno en su longitud: desde toda la eternidad para toda la eternidad. Desde toda la eternidad: podrá ser que los hombres no me tengan en cuenta, que me traten como un número entre otros, que no se preocupen de mí; pero Alguien se ha preocupado por mí desde toda la eternidad y se preocupa siempre por mí. Jamás ha habido un tiempo en el que Dios no haya pensado en mí, ni habrá tampoco tiempo alguno en que no vaya a pensar en mí. Debemos aprovechar estos sencillos pensamientos que nos son tan familiares para que capten siempre nuestro corazón. El impulso primordial es el impulso de amor, y ese impulso se despierta con la mayor intensidad cuando me sé amado, cuando me creo amado y cuando, en lo posible, me siento también amado. Además de contemplarme a mí, Dios ha contemplado asimismo desde la eternidad todas las cosas. Pero ¿¡qué es eso frente a su amor eterno por mí!? Ese amor es eterno también en su amplitud: “Aunque una madre se olvidara de su hijo, yo no te olvidaré”. Y es eterno en su profundidad: “Tanto me amó, que entregó a su Hijo unigénito por mí”, entregándolo a esos sufrimientos, a ese tormento.”

De: El hombre heroico (1936), 91-102

 

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