En el texto de la semana pasada, “El hombre es un don de amor de Dios” pudimos leer y reflexionar sobre las palabras del padre Kentenich respecto a este tema. Nos detuvimos en el primer aspecto del mismo: ‘yo soy un monumento del amor de la benevolencia divina’. En su esfuerzo pedagógico el fundador de Schoenstatt procura interpretar en todos sus pensamientos “el mudo lenguaje del ser” que Dios ha puesto en las criaturas. En esta dirección van las palabras de esta charla que seguimos leyendo.
“Soy objeto del amor de la complacencia divina - Importancia de esta
conciencia
El hecho de que exista un ser que me mira con complacencia debe suscitar en
mí una gran alegría. También al dirigir su mirada hacia mí, Dios pronuncia en
cierto modo la frase: “Este es mi hijo amado”. Un gran asceta dijo en una
ocasión que los santos sólo llegaron a ser tales a partir del momento en que
estuvieron convencidos de que Dios los quería. Esta visión es acertada. También
nuestra vida experimenta un giro cuando reconocemos esa realidad. ¡Cuánta
conciencia del propio valor se encierra en ella! ¡Cómo sale, entonces, nuestra
alma de su aislamiento! ¡Y cuánto empuje reside en la conciencia de que Dios me
mira con complacencia! ……
Soy partícipe del amor divino - Amar a Dios a causa de él y a causa de mí
mismo
Me está dado participar del amor divino, del objeto del amor divino. Él se
ama a sí mismo y ama todo lo creado. Hagan ustedes mismos la reflexión sobre
todo el tema. Me está dado participar del tipo y de la modalidad de su amor:
por esa razón me ha dado la capacidad sobrenatural de amar. El tipo de su amor
consiste en que nos ama por causa de sí y por causa de nosotros. Me está
dado participar de ese tipo de amor, por lo que puedo amar a Dios tanto a
causa de él cuanto a causa de mí mismo. Queremos crear claridad conceptual
en este punto y reunir así leña para nuestra propia llama de amor.
Amar a Dios a causa de mí mismo
Me está dado amar a Dios a causa de mí mismo. Para expresar esto mismo,
Ignacio utiliza el giro: “Y mediante esto salvar su ánima”.
Destaco tan fuertemente esta afirmación porque actualmente hay una gran
controversia al respecto. Se dice que en esa afirmación nos encontramos ante
una actitud totalmente egocéntrica. Por mi parte, les he delineado el contexto:
me está dado amar a Dios a causa de mí mismo. Puedo hacerlo y, en determinadas
circunstancias, hasta debo hacerlo. Lo ideal es que asocie el amor
concupiscentiae con el amor benevolentiae.
Me está dado amar a Dios a causa de mí mismo. El ideal es que ame a Dios a
causa de él, que gire en torno de él y que no piense tanto en mí mismo. Pero me
está permitido amarlo a causa de mí mismo.
Y lo está porque así nos lo enseña el mudo lenguaje del ser. Aquí
tenemos la razón metafísica más profunda. El mudo lenguaje del ser me enseña
que soy un ens ab alio (ser de otro). Pero vayamos más a lo profundo: en
la medida en que, por mi estructura de ser, soy en todo un ens ab alio,
nunca podré encontrar plenamente la felicidad en mí mismo. Algo me impulsa
siempre hacia Dios. La abalietas impulsa hacia la adalietas a fin
de que yo alcance cada vez más la plenitud del ser, de la fuerza, de la
actividad y de la bienaventuranza. Por eso, para mi propia plenitud dependo
totalmente de Dios. De ese modo, me está dado amar a Dios también a causa de
mí mismo porque él significa para mí enriquecimiento y plenificación. ¿Por
qué no habría de asentir también in ordine agendi a lo que es válido in
ordine essendi?
Me está dado amar a Dios a causa de mí mismo porque Dios ha elevado el
impulso primordial de actuar y ser feliz a la esfera sobrenatural a través
de la virtud infusa de la esperanza. En esa virtud amo a Dios a causa de mí
mismo porque espero algo para mí: la bienaventuranza eterna.
Me está dado también porque el mismo Jesús aplica y enseña este motivo:
él vino a sufrir y a conquistarse su gloria. De ese modo, señala el premio en
el cielo, la corona, la bienaventuranza que está relacionada con la lucha por
cumplir la voluntad del Padre. No es una búsqueda miserable de retribución sino
la aplicación del principio ordo essendi est ordo agendi.
Me está dado igualmente porque los santos lo han hecho de ese modo:
Pallotti, como también otros, han sabido todos entender el mudo lenguaje del
ser, el lenguaje del impulso primordial del amor propio ordenado.”