El texto que hoy traemos a nuestra consideración está tomado del libro “La santificación de la vida diaria” de M.A. Nailis, Editorial Herder. Como muchos de los lectores saben, esta publicación no es solamente una obra básica en la espiritualidad y pedagogía de los miembros del Movimiento de Schoenstatt, sino que también ha inspirado a otros muchos cristianos en su camino de santidad. La autora del libro recogió en el mismo una serie de conferencias del Padre Kentenich sobre el ideal de santidad para los tiempos modernos.
Amor instintivo - Definición nominal - contexto
“La psicología y pedagogía cristianas conocen tres tipos de amor para los
que utilizamos una única palabra. El primer tipo es el amor sobrenatural, o
bien la virtud cristiana. El latín eclesiástico lo designa con la palabra “caritas”.
El segundo tipo es la virtud natural del amor, que se designa en latín
eclesiástico como “dilectio”. Y el tercero es una moción involuntaria
o un instinto natural o pasión. El latín eclesiástico lo designa con la
palabra “amor”.
Entendemos por “pasión” una moción instintiva más o menos fuerte del
apetito sensible. La misma palabra suele interpretarse hoy en día en
diferentes círculos en forma muy diferente […].
El proceso de vida al que aquí nos estamos refiriendo suele designarse como
instintivo. En cuanto los seres humanos están unidos por lazos de sangre o
de una afinidad psíquica natural, se lo denomina amor natural-instintivo.
Frente a ese tipo de amor tenemos el amor lúcido, purificado, transfigurado. El
uno respecto al otro se comportan como impulso y virtud, como instinto y
voluntad.
El santo de la vida diaria no ve su tarea en eliminar el instinto elemental
y natural del amor, sino en ennoblecerlo, aclararlo y transfigurarlo.
El amor instintivo se caracteriza por tres notas distintivas: es por
naturaleza primitivo, estrecho y egoísta. Esto implica para el santo de
la vida diaria tres grandes campos de trabajo ascético.
Sobre el amor primitivo
Con facilidad se entiende por qué el amor instintivo es primitivo.
Pensemos, por ejemplo, en el amor entre los sexos, en el amor de padre, de
madre, de hijo y de amigo, o en el amor a los compatriotas. La naturaleza, o
bien un ciego impulso o instinto natural, aglutina, dadas determinadas
circunstancias, a todos estos grupos, sin que exista una orientación previa por
parte del conocimiento o una decisión esclarecida de la voluntad. Nacido y
alimentado en la región de la vida instintiva, el amor no esclarecido,
primitivo, ejerce sin embargo un vasto influjo en el mundo de lo espiritual
y proporciona fines grandes e importantes a la educación. Este amor es
una fuerza creadora irreemplazable para conservar, extender, dar forma y llenar
de espíritu la existencia humana. ¿Cómo estarían las cosas, por ejemplo, en la
reproducción humana o en el cuidado de los niños pequeños si no existiera este
instinto?
El santo de la vida diaria interpreta este amor como una llamada de Dios
que contribuye esencialmente a determinar la dirección y el grado de su amor al
prójimo, pero, al mismo tiempo, también como un campo sumamente fecundo, aunque
sin cultivar y devastado por la maleza, que reclama toda su labor educativa y
que, utilizando los medios naturales y sobrenaturales correctos, recompensa con
largueza esa misma labor. ¡Feliz aquel que posee un instinto de amor natural
fuerte y ampliamente ramificado! Ciertamente deberá prepararse para severas
crisis, pero, con la gracia de Dios y con su colaboración sabia y fiel, su vida
puede llegar a ser sumamente rica y fecunda.
Esta convicción aparece con particular fuerza en el pensamiento y la
enseñanza de san Francisco de Sales.
Él sabe tan bien como otros maestros de la vida espiritual que la
purificación y el ennoblecimiento de la vida instintiva no son posibles sin una
moderada renuncia. Se preocupa cuidadosamente de bautizar la calidez y la
fuerza que se esconde en los instintos naturales, poniéndolos al servicio de la
virtud cristiana del amor al prójimo. Una época que se encuentra
constantemente amenazada por el colectivismo y que, por ello, está siempre en
peligro de quedarse sin alma, sin corazón y, así, de hacerse despersonalizada y
masificada, no debería avergonzarse de aprender de los santos y de someter al
menos a revisión el método que ha seguido hasta el momento para la educación y
formación de un hombre nuevo y personalizado.
El santo de la vida diaria reúne las mejores condiciones para ello. En
efecto, la santidad de la vida diaria es para él la armonía agradable a Dios
entre la vinculación acentuadamente afectiva a Dios, a la propia obra y
a los hombres en todas las situaciones de la vida. Por consiguiente, no sólo la
vinculación a Dios y la vinculación a la propia obra deben ser para él
acentuadamente afectivas, sino también la vinculación a los hombres. Esto es
hoy en día más necesario que nunca ya que, por el capitalismo y la
industrialización, hemos llegado a ser, más de lo que pensamos, una pieza
recambiable de una máquina, una mercancía. Ello explica también nuestro vacío
interior y lo propensos que somos a la psicosis de masas y a comportarnos como
un número, a pesar de los logros que alcanzamos en todos los campos. Donde
domina el colectivismo, el mundo se torna día a día más frío y el hombre se
revela cada vez más como la “bestia rubia”, como “animal gregario”.
Quien tenga conciencia de este contexto percibirá la importancia que tiene
hoy una correcta educación de la vida instintiva, de los sentimientos y del
corazón para el trato entre los seres humanos.”
De: La santificación de la vida diaria, 213-215