viernes, 24 de septiembre de 2021

AMOR INSTINTIVO

El texto que hoy traemos a nuestra consideración está tomado del libro “La santificación de la vida diaria” de M.A. Nailis, Editorial Herder. Como muchos de los lectores saben, esta publicación no es solamente una obra básica en la espiritualidad y pedagogía de los miembros del Movimiento de Schoenstatt, sino que también ha inspirado a otros muchos cristianos en su camino de santidad. La autora del libro recogió en el mismo una serie de conferencias del Padre Kentenich sobre el ideal de santidad para los tiempos modernos.

Amor instintivo - Definición nominal - contexto

“La psicología y pedagogía cristianas conocen tres tipos de amor para los que utilizamos una única palabra. El primer tipo es el amor sobrenatural, o bien la virtud cristiana. El latín eclesiástico lo designa con la palabra “caritas”. El segundo tipo es la virtud natural del amor, que se designa en latín eclesiástico como “dilectio”. Y el tercero es una moción involuntaria o un instinto natural o pasión. El latín eclesiástico lo designa con la palabra “amor”.

Entendemos por “pasión” una moción instintiva más o menos fuerte del apetito sensible. La misma palabra suele interpretarse hoy en día en diferentes círculos en forma muy diferente […].

El proceso de vida al que aquí nos estamos refiriendo suele designarse como instintivo. En cuanto los seres humanos están unidos por lazos de sangre o de una afinidad psíquica natural, se lo denomina amor natural-instintivo. Frente a ese tipo de amor tenemos el amor lúcido, purificado, transfigurado. El uno respecto al otro se comportan como impulso y virtud, como instinto y voluntad.

El santo de la vida diaria no ve su tarea en eliminar el instinto elemental y natural del amor, sino en ennoblecerlo, aclararlo y transfigurarlo.

El amor instintivo se caracteriza por tres notas distintivas: es por naturaleza primitivo, estrecho y egoísta. Esto implica para el santo de la vida diaria tres grandes campos de trabajo ascético.

Sobre el amor primitivo

Con facilidad se entiende por qué el amor instintivo es primitivo. Pensemos, por ejemplo, en el amor entre los sexos, en el amor de padre, de madre, de hijo y de amigo, o en el amor a los compatriotas. La naturaleza, o bien un ciego impulso o instinto natural, aglutina, dadas determinadas circunstancias, a todos estos grupos, sin que exista una orientación previa por parte del conocimiento o una decisión esclarecida de la voluntad. Nacido y alimentado en la región de la vida instintiva, el amor no esclarecido, primitivo, ejerce sin embargo un vasto influjo en el mundo de lo espiritual y proporciona fines grandes e importantes a la educación. Este amor es una fuerza creadora irreemplazable para conservar, extender, dar forma y llenar de espíritu la existencia humana. ¿Cómo estarían las cosas, por ejemplo, en la reproducción humana o en el cuidado de los niños pequeños si no existiera este instinto?

El santo de la vida diaria interpreta este amor como una llamada de Dios que contribuye esencialmente a determinar la dirección y el grado de su amor al prójimo, pero, al mismo tiempo, también como un campo sumamente fecundo, aunque sin cultivar y devastado por la maleza, que reclama toda su labor educativa y que, utilizando los medios naturales y sobrenaturales correctos, recompensa con largueza esa misma labor. ¡Feliz aquel que posee un instinto de amor natural fuerte y ampliamente ramificado! Ciertamente deberá prepararse para severas crisis, pero, con la gracia de Dios y con su colaboración sabia y fiel, su vida puede llegar a ser sumamente rica y fecunda.

Esta convicción aparece con particular fuerza en el pensamiento y la enseñanza de san Francisco de Sales.

Él sabe tan bien como otros maestros de la vida espiritual que la purificación y el ennoblecimiento de la vida instintiva no son posibles sin una moderada renuncia. Se preocupa cuidadosamente de bautizar la calidez y la fuerza que se esconde en los instintos naturales, poniéndolos al servicio de la virtud cristiana del amor al prójimo. Una época que se encuentra constantemente amenazada por el colectivismo y que, por ello, está siempre en peligro de quedarse sin alma, sin corazón y, así, de hacerse despersonalizada y masificada, no debería avergonzarse de aprender de los santos y de someter al menos a revisión el método que ha seguido hasta el momento para la educación y formación de un hombre nuevo y personalizado.

El santo de la vida diaria reúne las mejores condiciones para ello. En efecto, la santidad de la vida diaria es para él la armonía agradable a Dios entre la vinculación acentuadamente afectiva a Dios, a la propia obra y a los hombres en todas las situaciones de la vida. Por consiguiente, no sólo la vinculación a Dios y la vinculación a la propia obra deben ser para él acentuadamente afectivas, sino también la vinculación a los hombres. Esto es hoy en día más necesario que nunca ya que, por el capitalismo y la industrialización, hemos llegado a ser, más de lo que pensamos, una pieza recambiable de una máquina, una mercancía. Ello explica también nuestro vacío interior y lo propensos que somos a la psicosis de masas y a comportarnos como un número, a pesar de los logros que alcanzamos en todos los campos. Donde domina el colectivismo, el mundo se torna día a día más frío y el hombre se revela cada vez más como la “bestia rubia”, como “animal gregario”.

Quien tenga conciencia de este contexto percibirá la importancia que tiene hoy una correcta educación de la vida instintiva, de los sentimientos y del corazón para el trato entre los seres humanos.”

De: La santificación de la vida diaria, 213-215 

viernes, 17 de septiembre de 2021

ALGUNOS TIPOS DE AMOR

Seguimos reflexionando sobre algunos textos del Fundador sobre el amor. El padre Kentenich trató frecuentemente los diversos tipos de amor. En un retiro para sacerdotes del año 1936 (Ver “El hombre heróico”, 106-114) habla de siete tipos de amor. Quiero hoy destacar tres tipos de amor que pueden motivar nuestra meditación. ‘Las afirmaciones se refieren al amor a Dios, no obstante lo cual nosotros las podemos leer también desde la perspectiva del amor a los hombres, conforme al sentido de la preocupación del padre Kentenich por la integridad del amor’.

“El amor de gratitud. El amor de gratitud debería resultarnos casi más fácil que el amor de concupiscencia. Pero ¡qué raras son las ocasiones en que tomamos en los labios la expresión “Muchas gracias”! Muchas veces “embolsamos” como evidentes todos los beneficios que Dios nos da. ¡Acabemos con las “cosas evidentes”! La salud, y ahora debería enumerar nuevamente todos los dones, no es evidente. O también, por ejemplo, el hecho de que hoy en día tengamos aún trabajo como Sociedad, de que hayamos sido preservados de muchas otras dificultades. Por eso, debemos ser un viviente Deo gratias.

Pallotti agradece incluso por las cosas que aún quiere recibir. El agradecimiento es siempre también la mejor petición.

Según ello, debemos modificar un poco nuestra meditación y nuestro examen de conciencia. Nuestra meditación: hacer un recuento de los dones de Dios que hemos recibido y a los que aún no hemos respondido. ¡Cómo se fortalecerá entonces nuestra fineza de alma si aguzamos el sentido para los dones de Dios y para el agradecimiento! ¡Que te demos gracias, Señor, con cada respiración!

Pero eso debe ser expresión de una verdadera actitud. Muchas veces hemos perdido la sensibilidad frente a estas cosas. Muchas veces, nuestro corazón se ha vuelto tosco ante Dios. Si Dios estuviese ante nosotros como una persona viviente, nos resultaría también mucho más fácil llegar a tener un corazón agradecido ante Dios y profundizarlo constantemente.

El examen de conciencia: el mismo debe recordarnos con cuánta frecuencia olvidamos agradecer. He aquí el vivir en la presencia de Dios, que brotaría de forma tan original y natural del alma religiosa si esa alma no sólo pensara sino también viviera religiosamente. Intenten de una u otra forma orientar un poco la voluntad en ese sentido. [...]

El amor de compasión. Hablar de compasión ante Dios suena un poco extraño. La compasión frente a Jesucristo puede fundamentarse fácilmente ya que, en su tiempo, él padeció y sufrió también nuestra ingratitud. No obstante, en cierto sentido podemos hablar también de una compasión para con el gran Dios: nos duele que se lo ofenda, que no se lo ame como él lo merece. Es un hecho trágico que hayamos perdido más y más la sensibilidad para la compasión. […]

Una de las raíces más importantes de esta pérdida es la despersonalización. Dios se nos ha despersonalizado. Todos lo experimentamos demasiado poco como persona, y los más eruditos, los que menos. Por eso la religión tiene tan poca influencia en la vida, también en el catolicismo de élite. Debemos gustar nuevamente a Dios como gran personalidad y ponernos respetuosamente en su presencia. Este es el abc de la santidad para el hombre moderno: debemos encontrar la vuelta que va de la idea a la vida y al amor. Y no deberíamos llevar a la juventud por el camino erróneo que nosotros mismos hemos recorrido en la época del intelectualismo.

El amor de preferencia. El amor de preferencia, llamémoslo por el momento de ese modo. Doy preferencia a Dios respecto de todo lo demás. Las consideraciones del tipo que estamos haciendo sólo tienen sentido para la vida práctica cuando se las retiene como ideas directrices y se aspira a su concreción. “El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo”, y ahora viene la frase por la cual estoy citando este versículo: “porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8,29).

Este es el motivo que opera en él de forma descollante: lo que agrada al Padre, lo que le produce alegría, lo que le da más alegría. Este es el motivo central. Por esa razón, esta mañana me referí con tanto énfasis a la “fineza de alma”. En efecto, el amor no mide nunca con la medida del deber, sino con la de aquello que uno puede hacer libremente. Juan tiene que haber oído la expresión de labios del Señor y haber quedado tan tocado por ella que escribe, más tarde: él nos concederá lo que le pedimos porque hacemos lo que a él le agrada. ¿No quiere decir Juan lo mismo que dijo el Señor? Mis peticiones serán escuchadas porque hago lo que a él le agrada. Este debería ser el punto de partida; esta es la altura que nos corresponde.

La idea directriz es la siguiente: tanto en las acciones obligatorias cuanto en las magnánimas queremos, conscientemente, colocar lo más posible en primer plano el motivo de la complacencia divina. Y me expreso con gran mesura. San Francisco de Sales piensa que este debería ser el único motivo de nuestro actuar. En efecto, él es el apóstol del amor. Nosotros, empero, siguiendo a san Ignacio, queremos ser moderados. Ignacio reconoce también una motivación propia, y queremos mantenerla. Pero el motivo de la complacencia divina debe ser el último y el más sublime. (…)” 

sábado, 11 de septiembre de 2021

Saber y amar

Según H. King, el padre Kentenich tocó una y otra vez en sus retiros espirituales la pregunta acerca de cómo el saber se torna en amor. Para él, lo más importante era en ese contexto que el mucho saber teológico de sus oyentes se convirtiese en un auténtico amor a Dios. Pero siempre tenía igualmente en cuenta el amor a los hombres. También este amor se caracteriza muchas veces por una unilateralidad espiritual-volitiva y debe convertirse en un auténtico amor del corazón. El siguiente texto nos introduce en el tema.

“A fin de basar nuestra vida sobre un fundamento firme y de crear un fuerte contrapeso contra las corrientes ideológicas del tiempo actual, procuramos ahondar más y más en la ley fundamental del mundo. Cada vez nos convencemos más de que un único gran torrente de amor pasa por el mundo, de Dios a nuestro propio interior, y nuevamente de regreso a Dios. Si acerca de Dios vale: todo por amor, todo mediante el amor, todo para el amor, la tónica, el acorde fundamental de mi vida debe ser, asimismo, todo por amor, todo mediante el amor, todo para el amor. Todo por el móvil del amor. El amor, el amor a Dios debe ser, por tanto, el móvil principal de mi actuar; al mismo tiempo, podrán consonar también motivos secundarios.

Dos eran las preguntas que nos interesaban. La primera, acerca de la posibilidad, y la segunda, acerca de la necesidad del amor de Dios.

Es algo inmensamente grande que se nos permita amar a Dios, que podamos amarlo. Pero Dios no se contenta con eso. Lo que él nos quiere inculcar en diferentes ocasiones a través del Señor y de los apóstoles es una obligación muy fuerte y seria. Y lo que nos dice la Sagrada Escritura al respecto es tan claro e inequívoco que también todos los teólogos están de acuerdo. No hay aquí dificultad ni diferencia ninguna en la respuesta a la pregunta por la necesidad del amor de Dios.

Permítanme mencionarles breve y rápidamente algunos pasajes de la Sagrada Escritura. Pero no quisiera que esto hiciese difusa la impresión del día de hoy. Antes bien, quisiera que partan de aquí inmersos en los pensamientos y en el mundo de valores del amor, para comenzar mañana de nuevo y ahondar.

(Con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas) Escuchen lo que dice el Señor. Él no utiliza la expresión “ley fundamental del mundo”, pero tiene expresiones semejantes: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (cf. Mt 22,37 par; Dt 6,5). En una ocasión anterior había dicho ya lo siguiente: “He venido a arrojar fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49) ‒el fuego del amor‒. Él quiere que ese fuego arda, y nos compromete también a nosotros a que ese pequeño fuego llegue a ser en nosotros un incendio.

Examinen un poco, por favor, la frase que nos dice el Señor. ¿Cómo debemos amar a Dios? Con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. ¿No encuentran aquí una confirmación bíblica de las consideraciones psicológicas que hemos hecho en la primera parte? O sea, no sólo con la voluntad hemos de quererlo, sino también con el corazón. Y no sólo de forma efectiva sino también, diríamos nosotros, de forma afectiva y con todo el corazón. Por tanto, sería un sinsentido y una sinrazón total si quisiéramos dar algo así como el 90 por ciento de la fuerza de nuestro amor a la criatura y el pequeño resto del 10 por ciento a Dios. No: toda la fuerza de nuestro amor debe cimentarse en última instancia en Dios, debe pertenecer a Dios. Más adelante, mañana, tendré ocasión de indicarles cuál es el nexo interior que existe entre lo dicho y el amor a la criatura. Y dice, además: ¡Amarás! No es, por tanto, un deseo, sino una orden: debes amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…

(El instinto de Dios es más fuerte que el instinto del yo) Consideremos ahora la otra expresión para lo que nosotros denominamos ley fundamental del mundo: “Este es el mayor y el primer mandamiento” (cf. Mt 22,38 par; Dt 6,6), es lo más importante: de él depende todo. Tal vez entiendan ustedes con qué fuerza y profundidad realizaron su especulación nuestros antiguos teólogos medievales cuando, partiendo no sólo de la observación de la vida y del análisis de la naturaleza humana, sino extrayendo también las conclusiones que se siguen de estas consideraciones bíblicas, declararon que el instinto de Dios que existe en la naturaleza humana parece ser más fuerte que el instinto del yo. Esto es algo muy importante. Piensen cuánto consuelo puede deparársenos en el tiempo actual si es verdad ‒y yo pienso que lo es‒ que el instinto de Dios es, debe ser, más fuerte. Si así no fuese, Dios no podría decir: ¡amarás! Este es el mayor y el primer mandamiento. El instinto de Dios tiene que ser más fuerte en la naturaleza humana que el instinto del yo. Por eso, en la naturaleza humana también tenemos aliados. Y aunque la naturaleza esté algo enferma, llegará el tiempo en que el instinto de Dios se despliegue de nuevo con más fuerza en nosotros y en la humanidad entera. Este es primer mandamiento, el mayor y el supremo.

De: Las fuentes de la alegría (1934), 386-394

viernes, 3 de septiembre de 2021

AMOR LLEVADO A LA PRÁCTICA - Amar con todo el corazón

El padre Herbert King nos recuerda en el libro que citamos la semana pasada - (El poder del amor) - que el padre Kentenich tocó una y otra vez en sus retiros espirituales la pregunta acerca de cómo el saber se torna en amor. Para él, lo más importante era en ese contexto que el mucho saber teológico de sus oyentes se convirtiese en un auténtico amor a Dios. Pero siempre tenía igualmente en cuenta el amor a los hombres. También este amor se caracteriza muchas veces por una unilateralidad espiritual-volitiva y debe convertirse en un auténtico amor del corazón.

En unos ejercicios espirituales para sacerdotes del año 1934 editados y conocidos como “Las fuentes de la alegría” podemos leer lo siguiente:

“A fin de basar nuestra vida sobre un fundamento firme y de crear un fuerte contrapeso contra las corrientes ideológicas del tiempo actual, procuramos ahondar más y más en la ley fundamental del mundo. Cada vez nos convencemos más de que un único gran torrente de amor pasa por el mundo, de Dios a nuestro propio interior, y nuevamente de regreso a Dios. Si acerca de Dios vale: todo por amor, todo mediante el amor, todo para el amor, la tónica, el acorde fundamental de mi vida debe ser, asimismo, todo por amor, todo mediante el amor, todo para el amor. Todo por el móvil del amor. El amor, el amor a Dios debe ser, por tanto, el móvil principal de mi actuar; al mismo tiempo, podrán consonar también motivos secundarios.

Dos eran las preguntas que nos interesaban. La primera, acerca de la posibilidad, y la segunda, acerca de la necesidad del amor de Dios.

Es algo inmensamente grande que se nos permita amar a Dios, que podamos amarlo. Pero Dios no se contenta con eso. Lo que él nos quiere inculcar en diferentes ocasiones a través del Señor y de los apóstoles es una obligación muy fuerte y seria. Y lo que nos dice la Sagrada Escritura al respecto es tan claro e inequívoco que también todos los teólogos están de acuerdo. No hay aquí dificultad ni diferencia ninguna en la respuesta a la pregunta por la necesidad del amor de Dios.

Permítanme mencionarles breve y rápidamente algunos pasajes de la Sagrada Escritura. Pero no quisiera que esto hiciese difusa la impresión del día de hoy. Antes bien, quisiera que partan de aquí inmersos en los pensamientos y en el mundo de valores del amor, para comenzar mañana de nuevo y ahondar.

(Con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas) Escuchen lo que dice el Señor. Él no utiliza la expresión “ley fundamental del mundo”, pero tiene expresiones semejantes: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (cf. Mt 22,37 par; Dt 6,5). En una ocasión anterior había dicho ya lo siguiente: “He venido a arrojar fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49) ‒el fuego del amor‒. Él quiere que ese fuego arda, y nos compromete también a nosotros a que ese pequeño fuego llegue a ser en nosotros un incendio.

Examinen un poco, por favor, la frase que nos dice el Señor. ¿Cómo debemos amar a Dios? Con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. ¿No encuentran aquí una confirmación bíblica de las consideraciones psicológicas que hemos hecho en la primera parte? O sea, no sólo con la voluntad hemos de quererlo, sino también con el corazón. Y no sólo de forma efectiva sino también, diríamos nosotros, de forma afectiva y con todo el corazón. Por tanto, sería un sinsentido y una sinrazón total si quisiéramos dar algo así como el 90 por ciento de la fuerza de nuestro amor a la criatura y el pequeño resto del 10 por ciento a Dios. No: toda la fuerza de nuestro amor debe cimentarse en última instancia en Dios, debe pertenecer a Dios. Más adelante, mañana, tendré ocasión de indicarles cuál es el nexo interior que existe entre lo dicho y el amor a la criatura. Y dice, además: ¡Amarás! No es, por tanto, un deseo, sino una orden: debes amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… “

De: Las fuentes de la alegría, P. José Kentenich, Editorial Patris, Págs. 393-395