viernes, 21 de agosto de 2020

El hogar, el hábitat del hombre nuevo (2)

He tenido en mis manos unas fotos de mis padres cuando eran jóvenes. Estaban con su grupo de amigos en la alameda de las afueras de su pueblo, de su patria chica. ¡Qué linda y bonita mi madre! Muchas veces la escuché contar anécdotas de aquella casa grande del pueblo en donde ella nació y creció. Era su hogar, el lugar de sus penas y alegrías. En alguna foto se ve también, al fondo, el campanario de la iglesia del pueblo. Fueron puntos de referencia de una vida: su terruño, su hogar.

La industrialización y los avances y exigencias de la vida moderna han ido haciendo más difícil esa relación natural de entonces que iba unida las más de las veces a una sencilla religiosidad, a una relación filial con Dios. El Padre Kentenich tematizó este problema cultural en muchas ocasiones. También en la jornada pedagógica de 1951: “El problema del terruño, del hogar, en la extensión con que pretendemos entenderlo y presentarlo es, en último término el problema de la cultura del tiempo actual. Por eso el desarraigo es el núcleo de la crisis actual.”

La solución para nuestro Padre no era restablecer las circunstancias sociales de entonces, sino esforzarse por un sano organismo de vinculaciones: en tanto en cuanto la persona, por su propia decisión, sea capaz de vincularse a lugares, a círculos de personas y al mundo de las ideas, y por último a Dios mismo, en esa misma medida se encontrará de nuevo con el verdadero y perdido hogar.

En sus charlas plantea diferentes expresiones del hogar. Habla de una dimensión física, una dimensión psíquica-emocional, un aspecto espiritual y un elemento sobrenatural. En mi comentario de la semana pasada recogía dos de las tres definiciones que da sobre la esencia del hogar, del terruño. Vimos la definición popular y la definición filosófica; nos quedaba la definición psicológica y espiritual.

Invito a mis lectores a tomarse tiempo para reflexionar sobre esta última definición. Lo importante es que comprendamos que, en definitiva, “el hogar original del hombre es, visto psicológicamente, el yo, el hombre en sí.” Soy yo mismo, con todo mi ser.

“Dos definiciones nos han dicho lo que entendemos por hogar. Una definición popular y una filosófica. Falta la definición psicológica.

Como no tenemos mucho tiempo a disposición, se contentarán con una que otra indicación. …. La definición psicológica abarca espiritualmente lo que es hogar. Describimos aquí de esta forma lo que es la vinculación espiritual al hogar. El amor al hogar es la forma fundamental de un sano amor a sí mismo, natural y orgánico, que es capaz de desarrollarse y lo necesita.

El amor al hogar, al terruño es, por tanto, parte del amor a sí mismo. Hemos añadido más aún: que es parte del amor natural a sí mismo. Hay un amor naturalista, un amor natural y un amor sobrenatural. El sentido de la educación respecto al terruño, al hogar, consiste en hacer crecer este amor a sí mismo naturalista hasta un amor natural y también sobrenatural. El que quiera profundizar esto, debe estudiar la tercera parte de "La santificación de la vida diaria".  …. La esencia del amor al hogar, en sentido psicológico, consiste en que recibo en mi yo todo mi alrededor. El hogar original del hombre es, visto psicológicamente, el yo, el hombre en sí. El sentido de la educación es que coincida la patria original psicológica con la patria original teológica. Al compenetrarse el yo en Dios, de tal modo que ambos conceptos de hogar fluyen en conjunto, el hombre ha encontrado, en el pleno sentido de la palabra, un hogar, una patria. Es entonces cuando está profundamente arraigado.”

Detrás de todas estas reflexiones nos encontramos con lo que en Schoenstatt conocemos como la doctrina de las causas segundas: en definitiva, sólo Dios mismo es, como causa primera, el que puede ofrecer un hogar al hombre en la dimensión de un auténtico cobijamiento. Este hogar original, esta patria verdadera, la experimentamos a través de las causas segundas, personas, lugares y objetos, que nos hacen vivir de forma concreta el cobijamiento anhelado. Todos ellos, además, son el camino para nuestro encuentro con la patria divina, con el hogar definitivo, con Dios mismo.

 

2 comentarios:

  1. En estas semanas de agosto, vuelvo a mi terruño familiar tarde, sin comer, mi esposa me tiene reservada la comida, cómo "solo" en la cocina. Y saturado de noticias e información que entran por mi teléfono movil, me llegan tus reflexiones personales sobre el P.kentenich:
    "un torrentea de agua fresca a mi pobre oasis.
    Gracias, Paco.

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