viernes, 28 de agosto de 2020

El hombre nuevo y su "Gemüt"

En los escritos del Padre Kentenich podemos constatar la visión integral que él tenía del ser humano. Importante aspecto, éste, para cualquier esfuerzo pedagógico. En una de las charlas de la jornada pedagógica que venimos comentando leemos lo siguiente:

El hombre es una ‘unitas multiplex’, una unidad múltiple de muchos estratos. Cuerpo, alma y espíritu arraigan en un núcleo personal, en un sujeto.

Los mismos se desarrollan según determinadas leyes sicológicas, pero no en la misma medida. Y tienen la tendencia a hacerse en lo posible autónomos. El cuerpo quisiera ir por sus propios caminos, igualmente el espíritu y el alma. Pero deben permanecer coordinados uno con otro, no deben separarse entre sí.

El sentido de su desarrollo es la maduración hacia una totalidad orgánica. Esta incluye una estructura de ordenamiento en sí. El cuerpo debe señalar los caminos al espíritu, el espíritu debe señalárselo al alma, y los tres deben estar sometidos, en última instancia, a Dios. Esta estructura de ordenamiento debería ser trabada firme y duraderamente, debiera formar un todo orgánico.

Pero si las distintas capas del hombre se desarrollan apartándose unas de otras, si se han hecho autónomas y se han arrancado de la unidad, si el cuerpo se separa del alma y el alma del espíritu, hablamos con razón de la fragmentación de la naturaleza humana.”

Es lo que muchos de nosotros aprendimos en su día sobre el “pensar, amar y vivir mecanicista, separatista”, en contraposición con el “pensar, amar y vivir orgánico”. Uno de los tesoros del mundo de Schoenstatt que a muchos de nosotros nos cambió la vida.

Ahondando en la visión de nuestro fundador sobre el ser humano, y teniendo a la filosofía como maestra, nos encontramos con un nuevo aspecto de nuestro ser que también quiere y debe ser educado y ordenado (¡lo que no es fácil!). Recuerdo a mi abuela materna cuando, una vez, andando juntos por el mercado de Granada, me señaló a uno de los vendedores de frutas y verduras al que ella compraba regularmente y me dijo: “Este es un hombre de buenas entrañas”. Y después en la casa, en un momento oportuno, me explicaba además que nuestro Dios es una persona que tiene entrañas de misericordia con todos nosotros. ¿Qué es eso de las “entrañas”, abuela? No recuerdo su explicación, pero intuyo a la distancia que ella deseaba para mí semejante índole o condición, que fuera también una persona de “buenas entrañas”.

Cuento esto, porque leyendo al Padre Kentenich nos encontramos con una palabra alemana, que tiene difícil traducción al castellano, me refiero al término “Gemüt”. Y al leerla, me acordé de mi abuela ……

En uno de los libros del P.Herbert King, “José Kentenich – Una presentación de su pensamiento en textos”, podemos leer una nota a pie de página (Pág. 250) con la siguiente explicación del traductor: “Utilizamos aquí, sin traducción, la palabra alemana Gemüt, para la que, en realidad, no existe traducción literal en español. La misma designa el centro emocional afectivo de la persona, la sede de los sentimientos, el “alma” entendida en este sentido, el conjunto de las fuerzas psíquicas y de los impulsos interiores de los sentidos y los pensamientos, como también la configuración psíquica y ética personal que se da con el funcionamiento de estas mismas fuerzas. En los textos del P. Kentenich solemos traducir habitualmente esta palabra por “corazón” o por algún giro de significado análogo.”

El mismo Padre lo explica así en un texto del año 1952 (“El secreto de la vida de Schoenstatt”):

“La Sagrada Escritura entiende por “corazón” el núcleo de la personalidad. Por eso, en el antiguo testamento, Dios pide: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Pr 23, 26). En el nuevo testamento, el Señor declara: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Lc 10,27).

La filosofía cristiana parte, para explicar el concepto de “corazón”, del concepto de Gemüt. Ella designa por “Gemüt”, la consonancia entre el apetito superior y el inferior. (Nota: Apetito “superior” es el apetito racional, espiritual: la voluntad; por apetito “inferior” se designan los apetitos de la vida sensible-instintiva.) Gemüt designa la actitud fundamental con la cual reaccionamos con nuestros sentimientos y nuestra voluntad ante los valores u objetos. En ello se está presuponiendo como evidente el juicio del intelecto.”

Ahora sé lo que mi abuela quería decirme con lo del “hombre de buenas entrañas”. En este mismo texto el Padre Kentenich nos señala como horizonte y meta de nuestra educación nada menos que al “corazón” de nuestra Madre, María:

“Por eso, el corazón inmaculado de María, que jamás conoció desorden alguno, es símbolo de un orden de valores que representa en forma viviente el perfecto cosmos de orden que Dios ha planeado, nunca perturbado ni en lo más mínimo. El corazón de María afirma y encarna una jerarquía de valores en la que, acertadamente, todos los valores naturales y sobrenaturales han sido vistos siempre y han sido puestos en relación recíproca y con Dios, acertadamente.” 

viernes, 21 de agosto de 2020

El hogar, el hábitat del hombre nuevo (2)

He tenido en mis manos unas fotos de mis padres cuando eran jóvenes. Estaban con su grupo de amigos en la alameda de las afueras de su pueblo, de su patria chica. ¡Qué linda y bonita mi madre! Muchas veces la escuché contar anécdotas de aquella casa grande del pueblo en donde ella nació y creció. Era su hogar, el lugar de sus penas y alegrías. En alguna foto se ve también, al fondo, el campanario de la iglesia del pueblo. Fueron puntos de referencia de una vida: su terruño, su hogar.

La industrialización y los avances y exigencias de la vida moderna han ido haciendo más difícil esa relación natural de entonces que iba unida las más de las veces a una sencilla religiosidad, a una relación filial con Dios. El Padre Kentenich tematizó este problema cultural en muchas ocasiones. También en la jornada pedagógica de 1951: “El problema del terruño, del hogar, en la extensión con que pretendemos entenderlo y presentarlo es, en último término el problema de la cultura del tiempo actual. Por eso el desarraigo es el núcleo de la crisis actual.”

La solución para nuestro Padre no era restablecer las circunstancias sociales de entonces, sino esforzarse por un sano organismo de vinculaciones: en tanto en cuanto la persona, por su propia decisión, sea capaz de vincularse a lugares, a círculos de personas y al mundo de las ideas, y por último a Dios mismo, en esa misma medida se encontrará de nuevo con el verdadero y perdido hogar.

En sus charlas plantea diferentes expresiones del hogar. Habla de una dimensión física, una dimensión psíquica-emocional, un aspecto espiritual y un elemento sobrenatural. En mi comentario de la semana pasada recogía dos de las tres definiciones que da sobre la esencia del hogar, del terruño. Vimos la definición popular y la definición filosófica; nos quedaba la definición psicológica y espiritual.

Invito a mis lectores a tomarse tiempo para reflexionar sobre esta última definición. Lo importante es que comprendamos que, en definitiva, “el hogar original del hombre es, visto psicológicamente, el yo, el hombre en sí.” Soy yo mismo, con todo mi ser.

“Dos definiciones nos han dicho lo que entendemos por hogar. Una definición popular y una filosófica. Falta la definición psicológica.

Como no tenemos mucho tiempo a disposición, se contentarán con una que otra indicación. …. La definición psicológica abarca espiritualmente lo que es hogar. Describimos aquí de esta forma lo que es la vinculación espiritual al hogar. El amor al hogar es la forma fundamental de un sano amor a sí mismo, natural y orgánico, que es capaz de desarrollarse y lo necesita.

El amor al hogar, al terruño es, por tanto, parte del amor a sí mismo. Hemos añadido más aún: que es parte del amor natural a sí mismo. Hay un amor naturalista, un amor natural y un amor sobrenatural. El sentido de la educación respecto al terruño, al hogar, consiste en hacer crecer este amor a sí mismo naturalista hasta un amor natural y también sobrenatural. El que quiera profundizar esto, debe estudiar la tercera parte de "La santificación de la vida diaria".  …. La esencia del amor al hogar, en sentido psicológico, consiste en que recibo en mi yo todo mi alrededor. El hogar original del hombre es, visto psicológicamente, el yo, el hombre en sí. El sentido de la educación es que coincida la patria original psicológica con la patria original teológica. Al compenetrarse el yo en Dios, de tal modo que ambos conceptos de hogar fluyen en conjunto, el hombre ha encontrado, en el pleno sentido de la palabra, un hogar, una patria. Es entonces cuando está profundamente arraigado.”

Detrás de todas estas reflexiones nos encontramos con lo que en Schoenstatt conocemos como la doctrina de las causas segundas: en definitiva, sólo Dios mismo es, como causa primera, el que puede ofrecer un hogar al hombre en la dimensión de un auténtico cobijamiento. Este hogar original, esta patria verdadera, la experimentamos a través de las causas segundas, personas, lugares y objetos, que nos hacen vivir de forma concreta el cobijamiento anhelado. Todos ellos, además, son el camino para nuestro encuentro con la patria divina, con el hogar definitivo, con Dios mismo.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

El hogar, el hábitat del hombre nuevo (1)

En mi lectura de los textos del Padre en esta mañana me encontré con un pasaje que me recordó la primera vez que yo, como estudiante y emigrante, llegué a Alemania. Mis nociones del idioma alemán eran mínimas, apenas las conseguidas pocas semanas antes con el método autodidacta Assimil. Los dueños de casa a los que alquilé una habitación me invitaron, llegado el domingo, a ir con ellos a la iglesia – eran también católicos – para asistir a la santa Misa. El sacerdote estaba aún en el confesonario, y se me ocurrió ir a confesar. Incauto de mí: le pedí poder confesarme en español, a lo que el buen hombre se negó. La divina Providencia quiso que se encontrara una solución: pude confesarme en latín, idioma que tenía presente por mis recientes estudios y que el párroco citado dominaba a la perfección.

Y ahora el texto de nuestro Padre Kentenich. Diez años antes de mi llegada a Alemania, en la Jornada pedagógica de 1951 (Que surja el hombre nuevo, Editorial Schoenstatt), parece que nuestro fundador me estuviera ya observando y oyendo. Así les dice a sus oyentes:

“Permítanme añadir un par de ideas sobre la falta de hogar, como filósofo y sicólogo. Falta de hogar es carencia de alma, de carácter, de religión. ¿No quisieran comprobar hasta qué punto esto es cierto? Tal vez así puedan entender de alguna manera lo que les sucede a los emigrantes. Yo mismo realicé muchos viajes al extranjero y pude conocer a muchísimos emigrantes alemanes. ….. Es demasiado difícil, hoy en día, encontrar en el extranjero un hogar, un terruño, un estar anímico del uno, con, en y por el otro. Por eso les es difícil la existencia a los emigrantes. ……. . ¡Y cuántos elementos resuenan en la lengua materna! Sus alegrías y sus penas. …. Por ejemplo, cuando los emigrantes se confiesan en el extranjero, quisieran hacerlo en la lengua materna. Por lo demás, si quieren ocultar algo, prefieren hablar en el idioma extranjero.”

Estas palabras las podemos leer en una de las dieciséis charlas que componen la jornada pedagógica citada, en la que el Padre habla del hombre nuevo en la nueva comunidad cristiana y en la que nos muestra toda la riqueza de su pensar y experiencia práctica en la conducción de sus hijos espirituales, esta vez, a través de sus pensamientos sobre el hogar, el terruño (Heimat en alemán). Cuando el Padre habla de ‘Heimat’ (hogar) se está refiriendo a aquellos lugares, círculos de personas y ámbitos del mundo interior en los que la persona se siente acogida, y a través de los cuales puede experimentar el acogimiento y la seguridad de Dios. Hogar es en definitiva el término fundamental y básico para expresar el vínculo personal, local y espiritual de la persona. Es el hábitat del hombre nuevo.

Para introducirnos en el tema, me limito a transcribir hoy dos de las tres definiciones que nuestro Padre nos da sobre el hogar, sobre la esencia del hogar. La semana próxima traeré la tercera y abundaremos en la cuestión.

¿En qué consiste la esencia del hogar, del terruño? Consideraremos tres definiciones: una definición popular, una filosófica y una psicológica.

Primero. La definición popular afirma: ¡Donde hay amor, hay hogar! O bien, donde están el padre, la madre, los hermanos, allí hay hogar. Donde encontramos y damos acogimiento, allí hay hogar.

Distinguimos un hogar espiritual, un hogar anímico, un hogar local.  ¿En qué sentido se dirige la sensibilidad popular? El pueblo quiere tener siempre algo animado. Por esto, la definición popular, la descripción del hogar anímico es un estar afectivamente uno en el otro. Esto es hogar, no un estar anímicamente uno al lado del otro, o uno contra el otro. Con este concepto de hogar, se destaca simultáneamente el efecto del hogar. El hogar regala acogimiento y seguridad.”

……….

“Ahora algunas palabras sobre la definición filosófica. Pensamientos que ayer abordamos, los cogeremos ahora y los ampliaremos en todos los sentidos. Hay tres ideas primeras: esencia, devenir, y valor de hogar, del pensamiento y sentido de hogar, de patria, del amor al hogar.

Primera pregunta: ¿Cuál es la esencia de hogar? Para llegar más rápidamente a la meta, doy la definición al comienzo y trataré de explicarla. Linus Bopp (autor de un libro especializado) da la siguiente definición: hogar es aquella porción de nuestro ámbito vital físico, anímico y espiritual en la cual recibimos y damos cobijamiento y que es, a la vez, símbolo del cobijamiento en Dios.”

Para el Padre Kentenich el elemento sobrenatural del hogar es este cobijamiento en el Dios Trinitario. Él lo llama “hogar/patria original” y también “hogar perfecto”. Los lugares y las personas permiten experimentar la presencia y el amor de Dios, haciendo palpable una y otra vez a través de ellos el cobijamiento en Dios. 

viernes, 7 de agosto de 2020

El hombre nuevo como ser comunitario

En estos días y semanas, en los que la humanidad entera no logra liberarse de la pandemia que nos invade, todos nosotros nos vemos sometidos a renuncias y limitaciones importantes en nuestras relaciones comunitarias. La salud de la población prima sobre otros aspectos, relegando incluso a un segundo lugar la libertad personal y el derecho de reunión. En estas circunstancias se me hace difícil, extraño, referirme a una de las propiedades o características del hombre nuevo que nuestro fundador nos legó, el hombre comunitario, el hombre de las vinculaciones. Aunque por otra parte pienso que podría sernos de ayuda conocer alguno de sus pensamientos al respecto.

En una de las jornadas pedagógicas de los años cincuenta el Padre Kentenich hablaba así sobre la desintegración de la comunidad humana y su curación:

“ ….. El colectivismo toca una problemática contemporánea esencial. ¡Cuánta desintegración de la comunidad humana se puede observar hoy día! De la prisión del individualismo, la humanidad ha llegado a la prisión del colectivismo. Ambas corrientes se condicionan mutuamente: un extremo hace que surja el extremo opuesto. ¿Cuál es la intención de Dios? ¿Qué quiere imprimir en la faz del tiempo actual? Un espíritu comunitario lo más perfecto posible. Si queremos preparar a nuestra juventud para los tiempos venideros; si queremos preparar la familia natural, debemos velar para que surja ese profundo estar el uno en el otro, con el otro y para el otro. Debemos sentirnos recíprocamente responsables los unos de los otros (…). La mesa familiar —nos decían los antiguos— no es una mesa de placer sino un altar de sacrificio. Kolping lo expresaba así: "La familia es el fuego del hogar y de un amor que apoya y sabe soportar al tú". De la comunidad perfecta vale la afirmación: "Que cada uno lleve la carga del otro; así cumplirán la ley de Cristo" (Gal 6,2) (…).”

Para nuestro fundador el hombre nuevo no es sólo “la personalidad independiente, animada de espíritu y vinculada al ideal, con voluntad y disposición para tomar decisiones, responsable por sí misma e interiormente libre, alejada tanto de toda esclavitud de formas como de toda ausencia de formas”, sino aquel que también anhela ese “profundo estar en el otro, con el otro y para el otro”. Es la personalidad de los vínculos hacia dentro, y de las vinculaciones hacia fuera, es el hombre comunitario.

En su escrito “Mi filosofía de la educación” de 1959 el padre lo explica y fundamenta así:

“….. De esa manera, el principio reúne los opuestos más rotundos entre el extremo individualismo y el colectivismo exagerado, uniendo a ambos en una creadora unidad de tensiones.

El modelo de esto mismo es la santísima Trinidad, a cuya imagen y semejanza fue creado el hombre. No en vano insiste el relato de la creación: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra." E inmediatamente se repite: "Hagámoslo según nuestra imagen y semejanza". Luego se constata con cierto júbilo "y lo hizo según su imagen y semejanza". Este modo de hablar expresa con gran claridad cuánta importancia otorga Dios a este carácter de imagen y semejanza propio del hombre. (…) Según ello, el hombre es imagen, reflejo y semejanza del Dios espiritual, del Dios hecho hombre y del Dios trino. Es sólo su reflejo, no su réplica perfecta. Evidentemente, no es Dios, sino sólo semejante a Dios. … En el seno de la Trinidad, cada una de las personas está centrada en sí misma y, al mismo tiempo, plenamente abierta a las otras personas.”

Tengo un amigo sacerdote, gallego de nacimiento, que siempre, en la festividad de Todos los Santos, nos explica en la homilía su particular visión sobre lo que será el cielo: se imagina, dice, una gran mesa, llena de buena comida y bebida, y a su alrededor todos los miembros de su familia, los amigos y vecinos de su pueblo, disfrutando de ese estar todos juntos y con Dios.

En una de las charlas de la Jornada pedagógica de 1951, recogidas en el libro “Que surja el hombre nuevo”, el Padre Kentenich lo explicaba así:

En esta situación, no debiera ser difícil mostrar al hombre actual en qué consiste el cielo. La esencia del cielo consiste en la visio beata (visión beatífica), en un estar de corazón el uno con el otro, entre el hombre y Dios, y, a la vez, entre hombre y hombre, y esto en una maravillosa profundidad. Personas que aquí en la tierra se han encontrado la una con la otra, experimentarán, en la felicidad eterna, ese mismo estar espiritualmente el uno en el otro de una manera aún más profunda y más perfecta.”

Deseo a mis lectores que esta perspectiva y este anhelo nos animen y mantengan en estos días y semanas de renuncias y preocupación, viviendo en la virtud de la esperanza.