Seguimos con el anhelo de plasmar nuestra vida de un modo
agradable a Dios. En este camino chocamos a menudo con nuestra propia
debilidad, con el peso de nuestros pecados y faltas, con las tentaciones y la
realidad de nuestras limitaciones. Tenemos que luchar con el sentimiento de
culpa que nos invade. Es aquí adonde el Padre Kentenich recuerda a sus oyentes
lo que Pablo escribió en la carta a los Romanos (8,28): "Para los que aman a Dios, todas las cosas
redundan en lo mejor", añadiendo además lo que san Agustín agregó: “también
el pecado”. O sea, que según la intención del Buen Dios también nuestras
faltas y pecados deben redundar en lo mejor para nosotros.
Y si esto es así: ¿cuál debe ser
nuestra tarea en el día a día? En el comentario de la semana pasada apuntábamos
que no debemos de extrañarnos, no debemos turbarnos ni desanimarnos y, sobre
todo, no debemos habituarnos al pecado. En el texto de la charla encontramos
este pasaje aclaratorio:
“En general
solemos decir que existe un misterio del pecado original. Lo decimos de forma
teórica, pero, en la práctica, muchas veces pensamos que tendríamos que vivir
como si todos hubiésemos sido concebidos sin pecado como la santísima Virgen.
Justamente, a través del pecado original ha entrado una escisión en la
naturaleza: está el "animal", que tira siempre hacia abajo; y el
"ángel", que tira hacia arriba. La eterna escisión.”
Por ello lejos de nosotros el
desánimo y la turbación, a la vez que ponemos todas nuestras fuerzas en no
pecar más. Y si pecamos, ¿qué podemos hacer para que ese pecado redunde en mi
salvación? O a la inversa, ¿qué quiere Dios de mí, una vez que he pecado?, ¿qué
quiere regalarme con las tentaciones? La respuesta es múltiple; para empezar mi
pecado quiere conseguir que yo llegue a ser un milagro de humildad. ¿Y qué
significa eso?
“Los maestros
del espíritu suelen decir que la humildad no se aprende meditando sobre la
humildad sino a través de humillaciones. ¿Qué significa a través de
humillaciones? Fíjense: no aprendo a comer porque diga con erudición: se hace
así, sino que comienzo a comer. Así es también con el amar. ¿Cómo se aprende a
amar? Amando. ¿Cómo se aprende a caminar? Caminando. Del mismo modo se aprende
a ser humilde a través de humillaciones. ¿Y cuál es la mayor humillación para
el hombre moral? La consciencia de haber pecado tantas y tantas veces en la
propia vida, es decir, de haber actuado en contra de la propia conciencia.”
Es verdad que el pecado es una ofensa a Dios, por lo
que evidentemente no puedo complacerme en ello. Pero en el pecado encontramos también
la vivencia de la debilidad. Los maestros de la vida espiritual dicen que la
humildad consiste en alegrarnos por haber sido tan débiles, complacerse en la
propia debilidad.
“Ustedes me
preguntarán ahora cómo es posible que deba complacerme en mis miserias y hasta
tener alegría por ellas. Naturalmente, sólo es posible si, al milagro de
humildad, se agrega el segundo milagro, el milagro de confianza.”
San Pablo sigue ayudándonos en nuestra reflexión. En
su segunda carta a los Corintios (12,9) dice que se gloría de sus debilidades,
porque, de ese modo, se manifiesta en él la fuerza de Cristo. Ante mi debilidad
me agarro a la mano de Dios y estoy convencido de que todo lo puedo en Aquél
que me conforta (Flp 4,13). Mi pequeñez es pues un título para acercarme a Dios.
Santa Teresita
tenía algunas expresiones predilectas, por ejemplo, la del "ascensor"
de la santidad. ¿Qué entendía ella por el ascensor de la santidad? Se imaginaba
lo siguiente: allá abajo estoy yo, un ser muy pequeño. Y quiere subir hasta el
último piso. Se trata, por ejemplo, de un rascacielos. Y ella quiere subir
rápido.
¿Cómo he de
subir la escalera y esforzarme quién sabe cuánto? ¡No, no! Soy demasiado
pequeña para ello. ¿Qué hago, entonces? Tomo el ascensor de la santidad. Me
imagino que, allá arriba, en el piso más alto, está el Padre celestial. Y él
mira hacia el pequeño gusanito allá abajo. ¿Qué hará el gusanito? Pues tiene
que decir, con sencillez: Padre, solo no puedo, tienes que hacerlo tú.
¿Qué hace
entonces allá arriba el Padre de larga barba y de largos brazos? Se inclina
profundamente, hace un pequeño puente con sus manos, y el gusanito se sube
rápidamente a ellas. Y he ahí el ascensor de la santidad.
¿Entienden lo
que esto significa? Es el milagro de humildad y el milagro de confianza. Esto
es lo que nos falta totalmente a nosotros, hombres de hoy. A la mayoría nos
falta la confianza. ¿Qué significa que nos falta la confianza? Siempre pensamos
que tenemos que salvarnos nosotros mismos. ¡No!”
Para terminar, el Padre Kentenich sugiere a los
matrimonios reunidos con él que pidan a la santísima Virgen que ella les
conceda la gracia de llegar a ser un milagro de humildad y un milagro de
confianza. Siendo pacientes con nosotros mismos avanzaremos también en la tarea
de ser de esa forma un milagro de amor para superar así nuestros sentimientos
de culpa.
_________________________________
Para leer o escuchar la charla del 25 de
junio de 1956 haz 'clic' en el siguiente "Enlace":
No hay comentarios:
Publicar un comentario