Vuelvo hoy a las pláticas del Padre Kentenich con motivo
de la celebración de la alianza en los días 18 de cada mes. Nos situamos espiritualmente
en el Santuario y consideramos las palabras del último 18 del año 1956. Como sabemos,
el fundador de Schoenstatt ha venido tratando durante todo este año el
simbolismo de la rosa y de sus partes, especialmente en relación a la alianza
de amor que los matrimonios presentes habían sellado con María a principios de ese
año en el Santuario. En este día concluye la serie, proponiendo a los que con
él celebran la alianza un colofón adecuado a lo hablado hasta ahora: la rosa
es la reina de las flores, la santísima Virgen es la reina del universo. Es
mi reina y señora, es nuestra reina y señora.
Me ha llamado la atención una vez más la fuerza y
claridad con las que el Padre Kentenich habla sobre la realidad y trascendencia
vital de la alianza de amor con María, y se me ha ocurrido pensar que hoy,
pasados más de cincuenta años de aquel día, me lo dice a mí, nos lo dice a
nosotros. Con estas palabras inicia su plática:
“Casi todo un año, mes por
mes, nos hemos ocupado de la alianza de amor. Sabemos de lo que se trata. Pero
lo que es más importante: queremos suponer que la alianza de amor ha llegado a
ser realmente para nosotros nuestra forma de vida más íntima, ha llegado a ser
nuestro principio vital. Pensemos por un momento, por ejemplo, en el estado de
ánimo que tenemos cuando constatamos que una cruz o un dolor se ha apoderado de
nosotros. Entonces recordamos nuestro convencimiento y seguridad: no importa,
yo le he dado a la santísima Virgen un derecho sobre mí, yo he sellado una
alianza de amor con Ella. Parece pues como si nuestra vida hubiera encontrado
un nuevo fundamento, una nueva meta, una nueva forma de vida, una nueva norma
de vida. Nosotros vivimos sencillamente en la alianza de amor, según la alianza
de amor y para la alianza de amor, y nosotros atribuimos todo a la alianza de
amor.”
Es verdad que podemos confiar así porque Ella, nuestra aliada,
no es solamente nuestra Madre, sino que a la vez ha sido elegida como nuestra
Señora y Reina del cielo. Ella ha sido coronada por el Padre celestial como
tal, lo que el Padre Kentenich explica con todo detalle en este día. Recuerda
el comienzo del capítulo 12 de la Apocalipsis: “"Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida
del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su
cabeza", destacando la trascendencia y verdad del SOL
(sol de Cristo) con que la madre del Hijo eterno ha sido revestida, y lo que
supone el brillo de esta gran señal para todos nosotros. ¡Reina y señora!, Ella
tiene la gloria y el poder porque el Padre Eterno se lo ha regalado para nuestro
bien.
Y tal como ocurre en la
alianza de amor, también en la coronación hay un intercambio de bienes. El
Padre Kentenich nos sitúa ante un pensamiento que, por lo menos para mí, ha
sido totalmente nuevo: María fue coronada por el Padre Eterno porque Ella había
coronado previamente a su Hijo con una hermosa corona. Cita, para explicarlo,
un versículo del Cantar de los Cantares, el versículo 3:11: “Salid, hijas de
Sión, a ver al rey Salomón con la diadema de que le coronó su madre el día de
sus desposorios, el día de la alegría de su corazón”. ¿Y cuál fue la
hermosa diadema con la que María coronó a su hijo? En el texto de la plática lo
podemos leer:
“San Bernardo, ferviente admirador de María, nos resuelve la duda
explicándolo así: la Madre de Dios ha regalado la naturaleza humana a la Segunda
Persona de la Divinidad. ¿Qué significa la naturaleza humana? Ciertamente que
Él es Dios, ¿y qué recibe todavía ahora? Dios se hace hombre, y esta es la
corona que la santísima Virgen le ha regalado: ¡la naturaleza humana! Y en
agradecimiento, el Redentor va, y hace que Ella sea Reina.”
Ahora, como hijos
auténticos de esta madre, y sabiéndonos pobres y necesitados, acudimos a Ella
para ofrecerle, también nosotros, una y otra vez la corona y el cetro en señal
de amor y filialidad. La sabemos Reina, pero la queremos coronar también
nosotros. Siguiendo el texto citado conocemos el sentido de este gesto: “Qué
hacemos ahora, cuando coronamos a la santísima Virgen? Nos inclinamos ante su
grandeza y reconocemos su poder real. Lo hacemos con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma. Pero no nos damos por satisfechos con ello: al decir sí,
reconocemos a la vez nuestra miseria personal, nuestra debilidad y
desvalimiento. Ahí tienen ustedes los contrastes: tú, la omnipotencia
suplicante – y nosotros la impotencia desvalida”.
Si todo esto es así, sabemos
de la consecuencia que ello trae consigo: nuestra tarea es y será la de crecer en
una confianza sin límites en nuestra Reina y Señora. Ella tiene el poder. ¡Mater
perfectam habebit curam! será nuestra invocación o jaculatoria diaria …. Y seguros de su cuidado, podremos decir con
San Pablo: “¡Todo lo puedo en Aquel que me conforta!”
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Para leer o escuchar la síntesis en
español de la plática (texto completo sólo en alemán!) haz 'clic' en el
siguiente "Enlace":
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