viernes, 13 de septiembre de 2019

La santísima Virgen nuestra Reina


Vuelvo hoy a las pláticas del Padre Kentenich con motivo de la celebración de la alianza en los días 18 de cada mes. Nos situamos espiritualmente en el Santuario y consideramos las palabras del último 18 del año 1956. Como sabemos, el fundador de Schoenstatt ha venido tratando durante todo este año el simbolismo de la rosa y de sus partes, especialmente en relación a la alianza de amor que los matrimonios presentes habían sellado con María a principios de ese año en el Santuario. En este día concluye la serie, proponiendo a los que con él celebran la alianza un colofón adecuado a lo hablado hasta ahora: la rosa es la reina de las flores, la santísima Virgen es la reina del universo. Es mi reina y señora, es nuestra reina y señora.

Me ha llamado la atención una vez más la fuerza y claridad con las que el Padre Kentenich habla sobre la realidad y trascendencia vital de la alianza de amor con María, y se me ha ocurrido pensar que hoy, pasados más de cincuenta años de aquel día, me lo dice a mí, nos lo dice a nosotros. Con estas palabras inicia su plática:

“Casi todo un año, mes por mes, nos hemos ocupado de la alianza de amor. Sabemos de lo que se trata. Pero lo que es más importante: queremos suponer que la alianza de amor ha llegado a ser realmente para nosotros nuestra forma de vida más íntima, ha llegado a ser nuestro principio vital. Pensemos por un momento, por ejemplo, en el estado de ánimo que tenemos cuando constatamos que una cruz o un dolor se ha apoderado de nosotros. Entonces recordamos nuestro convencimiento y seguridad: no importa, yo le he dado a la santísima Virgen un derecho sobre mí, yo he sellado una alianza de amor con Ella. Parece pues como si nuestra vida hubiera encontrado un nuevo fundamento, una nueva meta, una nueva forma de vida, una nueva norma de vida. Nosotros vivimos sencillamente en la alianza de amor, según la alianza de amor y para la alianza de amor, y nosotros atribuimos todo a la alianza de amor.”

Es verdad que podemos confiar así porque Ella, nuestra aliada, no es solamente nuestra Madre, sino que a la vez ha sido elegida como nuestra Señora y Reina del cielo. Ella ha sido coronada por el Padre celestial como tal, lo que el Padre Kentenich explica con todo detalle en este día. Recuerda el comienzo del capítulo 12 de la Apocalipsis: “"Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza", destacando la trascendencia y verdad del SOL (sol de Cristo) con que la madre del Hijo eterno ha sido revestida, y lo que supone el brillo de esta gran señal para todos nosotros. ¡Reina y señora!, Ella tiene la gloria y el poder porque el Padre Eterno se lo ha regalado para nuestro bien.

Y tal como ocurre en la alianza de amor, también en la coronación hay un intercambio de bienes. El Padre Kentenich nos sitúa ante un pensamiento que, por lo menos para mí, ha sido totalmente nuevo: María fue coronada por el Padre Eterno porque Ella había coronado previamente a su Hijo con una hermosa corona. Cita, para explicarlo, un versículo del Cantar de los Cantares, el versículo 3:11: “Salid, hijas de Sión, a ver al rey Salomón con la diadema de que le coronó su madre el día de sus desposorios, el día de la alegría de su corazón”. ¿Y cuál fue la hermosa diadema con la que María coronó a su hijo? En el texto de la plática lo podemos leer:

“San Bernardo, ferviente admirador de María, nos resuelve la duda explicándolo así: la Madre de Dios ha regalado la naturaleza humana a la Segunda Persona de la Divinidad. ¿Qué significa la naturaleza humana? Ciertamente que Él es Dios, ¿y qué recibe todavía ahora? Dios se hace hombre, y esta es la corona que la santísima Virgen le ha regalado: ¡la naturaleza humana! Y en agradecimiento, el Redentor va, y hace que Ella sea Reina.”

Ahora, como hijos auténticos de esta madre, y sabiéndonos pobres y necesitados, acudimos a Ella para ofrecerle, también nosotros, una y otra vez la corona y el cetro en señal de amor y filialidad. La sabemos Reina, pero la queremos coronar también nosotros. Siguiendo el texto citado conocemos el sentido de este gesto: “Qué hacemos ahora, cuando coronamos a la santísima Virgen? Nos inclinamos ante su grandeza y reconocemos su poder real. Lo hacemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma. Pero no nos damos por satisfechos con ello: al decir sí, reconocemos a la vez nuestra miseria personal, nuestra debilidad y desvalimiento. Ahí tienen ustedes los contrastes: tú, la omnipotencia suplicante – y nosotros la impotencia desvalida”.

Si todo esto es así, sabemos de la consecuencia que ello trae consigo: nuestra tarea es y será la de crecer en una confianza sin límites en nuestra Reina y Señora. Ella tiene el poder. ¡Mater perfectam habebit curam! será nuestra invocación o jaculatoria diaria ….  Y seguros de su cuidado, podremos decir con San Pablo: “¡Todo lo puedo en Aquel que me conforta!”
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Para leer o escuchar la síntesis en español de la plática (texto completo sólo en alemán!) haz 'clic' en el siguiente "Enlace":


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