En mis últimas reflexiones, de la mano del Padre
Kentenich, vengo escribiendo sobre temas relacionados con la filialidad. Como
saben mis amigos, aquellos que usen el programa de ‘Microsoft Word’ para
escribir, la herramienta citada revisa la ortografía y la gramática del texto que
vas produciendo. Cuando cometes errores al escribir aparece un subrayado de
color rojo, llamándote así la atención sobre un posible error ortográfico. Y
eso es lo que pasa cada vez que escribo la palabra filialidad.
Cuando esto ocurre, y para informarme sobre la palabra
correcta, suelo consultar el diccionario de la lengua de la Real Academia Española
(www.rae.es).
Pues resulta que los de Microsoft tienen razón: al escribir nuestra palabra
“filialidad” en la Web de la RAE, recibo la contestación siguiente: ‘La
palabra filialidad no existe en el diccionario”.
Intento buscar una explicación y me ‘refugio’ en la
palabra alemana original que usaba nuestro Padre Fundador: “Kindlichkeit”.
Busco en el diccionario adecuado y resulta que me informan de que ese término
se traduce al español con la palabra “infantilismo”. ¡Pues acabo de hacer un
pan como unas tortas! Para mi consuelo recuerdo que el mismo Padre Kentenich nos
dice que no debemos confundir filialidad con infantilismo (ver “La
filialidad en un cambio de época”). Así que este camino no me sirve.
Me toca seguir buscando, y tengo suerte: esta otra fuente
me informa que la palabra filialidad es un sustantivo femenino y que es un
término de uso obsoleto. Me dice además que este vocablo hace referencia a la
característica, cualidad, índole o la propiedad fundamental de lo filial.
¿Obsoleto? Luego en algún momento tuvo su validez y significado.
¿Obsoleta la palabra? ¿O peor, obsoleto lo que la misma encierra en sí y nos revela? ¿O
ya no se lleva porque su mensaje está anticuado o es inadecuado para las
circunstancias actuales? Se me ocurre pensar que esta curiosidad lingüística
nos muestra que vamos por el mundo despistados y confundidos, y que no queremos
ver y no le damos importancia a nuestros propios males, a las corrientes negativas
del tiempo de las que somos auténticos protagonistas.
Justamente por ese motivo quiso el fundador de
Schoenstatt, nuestro padre, destacar y poner en el punto de mira de nuestra
atención el valor de la filialidad en este mundo de nuestros días. El Padre
Kentenich anuncia el valor de la filialidad como respuesta a las peligrosas
corrientes que han surgido en los últimos tiempos y que socavan nuestra fe y el
verdadero sentido del ser humano. Porque la filialidad es una respuesta a la importancia
unilateral que le damos a la autonomía de la persona. Corrige, según él, el “virilismo”
extremo (Ejercicios para sacerdotes, 1941) y el “espíritu del racionalismo exagerado”
(Carta ‘Epístola perlonga’ del 31.5.1949) que hoy domina nuestras filas.
El Padre nos recuerda que en la predicación de Jesús la
filialidad es una condición para entrar en el reino de los cielos y cita el
pasaje de Marcos 10: «Dejad que
los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es
el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño,
no entrará en él.»
En el escrito “Mi filosofía de la educación” de 1961 cita
al gran pedagogo suizo Pestalozzi que nos dice: “La mayor desgracia para la
humanidad actual es la pérdida del sentir filial (o actitud filial) del mundo,
pues esto hace imposible la actividad paternal de Dios”. En la ‘Epistola
perlonga’ del 31 de mayo de 1949, citada anteriormente, asegura
contundentemente que la filialidad es por ello “la medicina por antonomasia
para la catástrofe actual”, y se apropia de las palabras del filósofo indio
Rabindranat Tagore cuando expresa que “Dios quiere que, con santa sabiduría,
reconquistemos nuestro ser niño que hemos perdido”.
A pesar de la Real Academia Española de la lengua y del
subrayado en rojo de Microsoft Word me quedo con la célebre palabra, porque sé
que la filialidad es parte constitutiva de nuestra espiritualidad schoenstattiana, y como el
Padre Kentenich escribe, es también “tanto a nivel individual como
comunitario, raíz viva y motriz de hombres mansos, llenos de alma, intrépidos,
y también de mujeres con espíritu de servicio, con disposición a servir”.
Yo, por mi parte, seguiré escribiendo sobre el tema de la
filialidad en todas las ocasiones que el padre fundador me lo proponga.