Tratemos de
celebrar la pascua de este año integrando lo que nos recomienda la constitución
sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. Ella se refiere a la
fiesta de la pascua llamándola el "misterio de la pascua". Hoy nos
abocaremos a esbozar en líneas generales la concepción de liturgia que nos
propone esta constitución emanada del santo concilio.
Para ello
hay que abrirla y leerla. Y ya en la primera página nos encontramos con
sugerencias muy claras y reveladoras. Se nos recuerda, por ejemplo, que Cristo,
el Señor, ha cumplido, a través del misterio de la pascua, la obra redentora
del género humano y de la perfectísima glorificación del Padre. Luego nos habla
sobre qué significa exactamente el misterio pascual: Cristo, el Señor, realizó
esta obra de la redención humana principalmente por el misterio pascual de su
bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión.
Y unas líneas más abajo repite la misma idea: con su muerte y resurrección,
Cristo nos libró del poder de Satanás y nos condujo al reino del Padre. Vale
decir que aquí no se hace referencia sólo a la pasión sino también a la
resurrección y, con ello, a la glorificación de Cristo.
Se trata,
pues, de dos hechos de la redención; de dos, no de uno… No las consideremos
como dos realidades simplemente yuxtapuestas y sin conexión entre sí, sino
integrando una unidad indisoluble, una "bi-unidad". El proceso de la
redención descansa sobre esta santa e indisoluble bi-unidad. De ahí que, en
nuestra vida cotidiana, en nuestra vivencia religiosa e, incluso, en las clases
de religión, no sólo hay que referirse al misterio de la pasión sino al
misterio de la gloria del Señor. Enfoquemos, enseñemos y vivamos ambas
realidades a la vez: la teología, la ascética y la pedagogía de la cruz y de la
pasión simultáneamente con la teología, la ascética y la pedagogía de su
bienaventurada resurrección. Dicho con mayor precisión y, por favor, ténganlo
muy en cuenta, no enfoquemos, enseñemos ni vivamos una resurrección que se
reduzca sólo a aquella que se producirá hacia el final de nuestra vida. Sí; en
aquel día tendrá lugar una perfecta resurrección, por la cual también el cuerpo
será asociado a la gloria del Señor resucitado. Pero no olvidemos que ya aquí y
ahora, en la tierra, participamos de la vida del Señor glorificado.
Detengámonos
un poco en este punto y meditemos sobre nuestra vida concreta. ¿Qué acentos
tuvo la piedad aprendida de nuestros padres y abuelos? Hay que admitir con
total sinceridad que ese estilo y mentalidad tradicionales giran casi
exclusivamente en torno a la cruz. Se hacía hincapié no tanto en una explícita
teología de la gloria sino, sobre todo, una teología de la cruz. Se nos
presentaba una cruz tan despojada y austera como la que suele colgar en
nuestras casas, en nuestras habitaciones. De esa cruz no parece desprenderse
ningún destello de gloria. Pero, a la luz de la liturgia, nuestra visión de la
obra de la redención tendría que ser muy distinta tal como nos la muestra la
constitución Sacrosanctum Concilium.
Modelo para nuestra vida no es
únicamente la cruz, la pasión de Jesús, sino también su gloriosa resurrección.
Al considerar el misterio de la resurrección, no pensemos sólo en que algún día
resucitaremos gloriosos sino que ambas realidades, tanto la resurrección como
la cruz del Señor, son causa de nuestra redención, de nuestra participación,
aquí y ahora, en la vida de dolor, de cruz y de gloria de Jesucristo.
Por eso la
constitución Sacrosanctum Concilium nos recuerda que por el bautismo se
nos injerta en el misterio pascual en su totalidad: morimos con Cristo, somos
sepultados con Cristo y resucitamos con Cristo. No sólo se nos introduce en una
misteriosa participación en la pasión sino, al mismo tiempo, en la resurrección
y gloria de Jesús. No consideremos a la Pascua únicamente como un recuerdo o
rememoración, tal como veníamos haciéndolo hasta ahora. Naturalmente es también
una rememoración; es la prueba de la divinidad del Señor y del cristianismo; es
el firme cimiento de nuestra fe en Cristo. Pero no olvidemos ahondar más aún en
ella y asumirla como un misterio, como un proceso de vida que se hace realidad
en nosotros en virtud del bautismo. El bautismo es también imagen del misterio
pascual.
Pero lo más
importante: la constitución Sacrosanctum Concilium nos advierte con
claridad que, cuando pongamos nuestros pensamientos en la resurrección y la
gloria, no pensemos solamente en el final de nuestra vida. Al final de nuestro
peregrinar por este mundo también nuestro cuerpo participará de la
glorificación. Sin embargo, ya aquí en la tierra, podemos participar
espiritualmente de la vida de Cristo glorificado; más aún, debemos hacerlo.
Tenemos el programa y la tarea de ir desplegando ya aquí, y de manera perfecta,
todo lo que entraña esa participación en la vida de Cristo glorificado.
Hilemos un
poco más fino en este punto. Los teólogos nos dicen que, después de la muerte,
nuestro cuerpo glorioso tendrá las cualidades del cuerpo glorioso del Señor.
Por otra parte, las cualidades del cuerpo glorioso del Señor nos dan una
vislumbre de las cualidades que recibe nuestra alma gloriosa en virtud del
bautismo y la participación en el misterio pascual.
(Tomado de: "Homilía para la
comunidad alemana de la parroquia de San Miguel", Milwaukee, 18 de
Abril de 1965. Publicado en el libro "Cristo es mi vida" de José Kentenich, Editorial Patris, Santiago de Chile, Págs. 92 y siguientes)
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