Desviemos
por un minuto la mirada de nosotros mismos y dirijámosla al mundo de hoy;
contemplemos el caos en que se debate, observemos las situaciones que se
suceden… tanto aquellas sobre las que ya hemos hablado como aquellas otras que
nos esperan. Ante tal panorama cabe preguntarse si detrás de todo no hay un
plan. Y no sólo un plan a secas, sino un plan de amor. ¡Qué extraña se nos
antoja la pregunta! Si el mismo Dios parece ser hoy impotente ante el acontecer
mundial ¿cómo plantearse que exista un plan de amor, de sabiduría, de
omnipotencia divina detrás de todo?
Vuelvo a
pedirles por favor que tomen con la mayor seriedad posible esta sombría pintura
de la realidad. Volquemos en palabras lo que siente realmente el corazón,
aquellas cosas en que el entendimiento cavila una y otra vez en las horas de
soledad y de las cuales no puede apartarse.
¿No habrá un
plan detrás de todo? ¿No tiene razón San Agustín al decir que desde toda la
eternidad Dios ha concebido un plan que refleja su omnipotencia, su sabiduría y
su amor? O, para decirlo de una manera más humana ¿no ha trazado Dios con
cuidado un plan en el cual yo no soy un mero número con el cual se puede
especular, ni una suerte de creatura cuya función es tapar tal o cual agujero,
ni tampoco una entidad sin nombre, no pensada por nadie, menos aún por el Dios
infinito? En verdad, San Agustín supo formular de manera brillante las
preguntas fundamentales en torno de nuestra existencia.
No obstante
San Agustín añade que evidentemente se trata de un plan misterioso. Dios no lo
ha puesto desde el principio delante de los ojos de cada ser humano como quien
pone un espejo frente a alguien para que éste mire en él y haga comparaciones:
"Pues bien, he aquí el plan… ahora veamos cómo es la realidad, cómo se
cumple el plan en la práctica". ¡No, de ninguna manera! No es así como
Dios dispuso las cosas. De lo contrario todo sería muy fácil, y sabríamos con
certeza cómo habría de transcurrir y concluir todo.
Hay un plan;
pero un plan —agrega San Agustín, y la imagen nos es bien conocida— que se
podría comparar con un tejido, con un tapiz. El tapiz tiene derecho y revés. En
su revés observamos hilos que se entrecruzan desordenadamente; confusión de
hilos. ¿Quién podría descubrir un diseño en ellos? Personas con sentido estético
sienten desagrado al contemplarlo. Confusión de hilos. Sin embargo, al observar
el derecho apreciamos un tejido maravilloso, confeccionado con gran arte;
advertimos que en este tapiz se ha procedido obedeciendo a un plan brillante.
Un plan de vida. El plan de mi vida ¿acaso no se ve como un tapiz? He avanzado
en años y me he dado de narices muchas veces contra la pared. ¡Qué bueno sería
tener el coraje de contemplar a menudo mi propia vida, mi destino! ¡Qué bueno
si lograra apreciar un poco el derecho del tapiz de mi vida!
En cierta
oportunidad San Pablo, a quien solemos estudiar con tanto gusto, nos dio una
magnífica respuesta a estas preguntas que hoy nos acosan y abruman con
persistencia: Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum: «En todas
las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28).
Para quienes
aman a Dios, simplemente todo redunda en un bien incomparable. Aunque en la
vida hayan sido arrastrados por el fango, hayan visto desgreñados sus cabellos,
desgarradas sus ropas, quebrantado, golpeado y martirizado su pobre cuerpo…
ellos saben, siempre, que detrás de todo hay un plan de amor, de sabiduría y de
omnipotencia divinas. Les repito que esto no es algo nuevo que simplemente
queremos creer.
Al contrario, ya nos lo han dicho los maestros de
espiritualidad cristiana, y nosotros, que ya cosechamos bastante experiencia en
la vida, lo percibimos con claridad: una de las fuentes de felicidad más
importantes en la eternidad es, junto con la visión directa de Dios, la
posibilidad de contemplar retrospectivamente la historia del mundo —todos hemos
vivido ya un tramo de historia— y admirar cómo se han cumplido en ella los
maravillosos planes de sabiduría del Dios Eterno.
(Tomado de: "Aus dem Glauben Leben", tomo 15,
Patris-Verlag, pág. 183-185. Ver „En las manos del Padre“, Editorial Patris, Santiago/Chile, 1999)
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