Escuchemos
la convocatoria, aceptemos la invitación de los pastores, tal cual la acabamos
de oír en el Evangelio: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido
y lo que el Señor nos ha manifestado» (Lc 2,15). ¿Qué es lo que manifestó el
Señor? ¿Qué les dijo a los pastores por boca de los ángeles? Que se encaminasen
a Belén, que allí hallarían a un niño acostado en un pesebre, y que ese niño
era Dios; Dios envuelto en pañales.
¡Sí, Dios
envuelto en pañales! ¡Qué misterio tan tremendo, terrible, casi inconcebible!
El Dios eterno e infinito; el Dios de quien San Juan Evangelista dice que es
Dios desde toda la eternidad, Dios de Dios, Luz de Luz (cf. Jn 1,9), de quien
sabemos que es el eje de la historia de salvación y de la historia universal;
de quien San Juan Bautista nos dice que está antes que él, que vendrá después
de él y a quien él no es digno ni siquiera de desatarle la correa de sus
sandalias (cf. Mc 1,7) pero ¿cómo entonces? el Dios infinito… ¿envuelto en
pañales?
Bien podemos
comprender cómo un hecho de tales características había de inquietar desde el
principio a los hombres. Una inquietud que dura hasta el presente y que
perdurará hasta el fin de los tiempos. ………………..
Dios
envuelto en pañales… un escándalo para los judíos y una necedad para los
gentiles. Pero para nosotros, los elegidos, este Dios que yace envuelto en
pañales y que luego será clavado en la cruz es una manifestación de la sabiduría
y del poder infinitos de Dios (cf. 1Cor 1,23).
¿Qué tipo de
inquietud es ésta que nos impulsa a visitar la gruta del nacimiento, a
contemplar a Dios envuelto en pañales? Sigamos el ejemplo de María santísima y
de los pastores. Este Dios recostado en el pesebre nos revela maravillosamente
dos realidades. Por un lado, nos muestra el rostro divino de Dios, y, por otro,
su faz humana. ………
¿Cómo es la
imagen divina que se nos aparece, radiante, sobre las pajas del pesebre? Dios
envuelto en pañales. Dios se nos desvela como el Dios de un amor divino
inconmensurable y divinamente misericordioso; como el Dios de un amor que, de
modo inconmensurable, se abaja y se aproxima a nosotros; como el Dios de un
amor inconmensurable que en su divina sabiduría excede todo límite.
El amor que
el Dios humanado nos manifiesta en Belén es un amor inconcebiblemente
condescendiente. El Hijo de Dios asume la naturaleza humana y, por lo tanto,
abandona la gloria del cielo. «Et Verbum caro factum est» (Jn 1,14)…
"Y la Palabra se hizo carne". Pero ello no le bastó, sino que tomó
además una naturaleza humana sujeta al sufrimiento. Él quería ser capaz de
sufrir y por eso asume una naturaleza humana totalmente desvalida como lo es la
de un niño recién nacido. Y como sabemos, no habría de pasar mucho tiempo hasta
que un día adoptase incluso la forma del pan. A modo de resumen de esta actitud
del Hijo de Dios, san Pablo nos dice: «Et exinanivit semetipsum» (Flp
2,7)… Se abajó, se humilló en extremo. ¡Un amor inconcebiblemente
condescendiente! Y con esta naturaleza humana sujeta al sufrimiento y
desvalida, encaró todas las situaciones a las que esta misma naturaleza está y
estará expuesta hasta el fin de los tiempos. De ahí la gran ley: todo
aquello que no sea asumido por la naturaleza humana del Hijo de Dios no será
redimido. ¿Y cuál fue el resultado de ese infinito abajamiento y
condescendencia? Dios envuelto en pañales y, más tarde, Dios clavado en la
cruz.