El camino
hacia Dios se nos hace tan difícil a nosotros, hombres nacidos del polvo y
cargados con el peso del pecado original, porque somos insensibles a Dios y a
lo divino, y sumamente receptivos a lo meramente terreno y mundano. Tal como
nos dicen los maestros espirituales y como lo confirma innumerables veces la
experiencia cotidiana, la Santísima Virgen demuestra ser en tales casos el
"señuelo" que nos aparta de todo lo anti-divino y nos indica y
conduce hacia Dios y lo divino, haciendo que nos resulte "apetecible"
a través de todo su ser y de su modo de darse. Ella es el imán que nos atrae —a
nosotros que nos asemejamos al hierro viejo y lerdo— para llevarnos cerca de la
llama ardiente del amor divino. Ella es el anzuelo que pesca nuestros corazones
sacándolos del mar tormentoso de la vida para llevarlos al corazón del Dios del
amor.
Ella es el principio materno, el brazo de la misericordia divina vuelto
hacia nosotros, ante el cual, incluso el corazón del hombre que se ha enfriado,
difícilmente puede resistir. Y precisamente porque ella es ser humano y sólo
ser humano, la "madre del amor hermoso" tiene una influencia que casi
constriñe y obliga a los hijos de Eva, que gimen en este valle de lágrimas.
Los antiguos
gustaban de dar a estas ideas que estamos considerando una forma particular,
tal como la encontramos en san Bernardo. Él dice: "¿Temes dirigirte hacia
el Padre? Él te dio a Jesús por mediador… ¿Temes también ante él? … ¿Quisieras
tener todavía un intercesor ante él? … Dirígete a María… ¿Acaso habría de temer
la debilidad humana presentarse ante María? Nada hay en ella de severidad, nada
que intimide. Ella es toda dulzura." He aquí la razón por la cual, en
todas partes en el orbe católico, se la invoca una y otra vez, en todas las
circunstancias de la vida, como Refugio de los pecadores, como Auxilio de los
cristianos, como Madre de la misericordia.
Su corazón
santo es el recinto sagrado en el que se puede tener con Dios un trato
sobresaliente. Sabemos a través de múltiples experiencias cuán fuertemente
incide en el alma el lugar que nos rodea. Si la atmósfera en torno nuestro está
empapada de un espíritu mundano, frío y congelador, si está esclavizada a las
cosas de este mundo y moralmente infectada, y si tenemos que permanecer en ella
en forma constante, será difícil elevar el alma hacia Dios. En cambio, si
nuestro entorno está sostenido por pensamientos divinos y por calidez
sobrenatural, experimentamos el impulso a incorporarnos a ese mismo ritmo de
vida. Basta recordar cómo todo nuestro interior resuena y se aúna en nuestro
santuario, cuando éste está impregnado de espíritu de oración.
Ésta es la
sabiduría de vida católica que dio origen a la oración del Rosario y que la
mantiene viva. Las avemarías nos transportan al ámbito sagrado del corazón de María.
Una vez que hemos entrado en él y nos hemos familiarizado allí, es fácil
abarcar y degustar amorosamente toda la vida del Señor, con sus misterios
gozosos, dolorosos y gloriosos. El mundo a nuestro alrededor podrá estar
impregnado de paganismo y animalidad. Pero si nosotros estamos en nuestro
"nido", en ese corazón santo, entonces vivimos en nuestro propio
mundo, en el mundo de Dios; estamos recogidos y llenos de espíritu a pesar de
todo el movimiento en torno nuestro, elevamos un discreto pero verdadero sursum
corda, (¡arriba los corazones!) y tenemos un trato sencillo con el amor
eterno.
(Texto tomado de: "Estudio sobre la 'Piedad instrumental mariana' dictado en el campo de concentración de Dachau. - Publicado en "Mit Maria ins neue Jahrtausend", Schoenstatt-Verlag 2000 - Ver: "La actualidad de María").
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