miércoles, 21 de noviembre de 2012

María facilita el camino hacia Dios



El camino hacia Dios se nos hace tan difícil a nosotros, hombres nacidos del polvo y cargados con el peso del pecado original, porque somos insensibles a Dios y a lo divino, y sumamente receptivos a lo meramente terreno y mundano. Tal como nos dicen los maestros espirituales y como lo confirma innumerables veces la experiencia cotidiana, la Santísima Virgen demuestra ser en tales casos el "señuelo" que nos aparta de todo lo anti-divino y nos indica y conduce hacia Dios y lo divino, haciendo que nos resulte "apetecible" a través de todo su ser y de su modo de darse. Ella es el imán que nos atrae —a nosotros que nos asemejamos al hierro viejo y lerdo— para llevarnos cerca de la llama ardiente del amor divino. Ella es el anzuelo que pesca nuestros corazones sacándolos del mar tormentoso de la vida para llevarlos al corazón del Dios del amor. 

Ella es el principio materno, el brazo de la misericordia divina vuelto hacia nosotros, ante el cual, incluso el corazón del hombre que se ha enfriado, difícilmente puede resistir. Y precisamente porque ella es ser humano y sólo ser humano, la "madre del amor hermoso" tiene una influencia que casi constriñe y obliga a los hijos de Eva, que gimen en este valle de lágrimas.

Los antiguos gustaban de dar a estas ideas que estamos considerando una forma particular, tal como la encontramos en san Bernardo. Él dice: "¿Temes dirigirte hacia el Padre? Él te dio a Jesús por mediador… ¿Temes también ante él? … ¿Quisieras tener todavía un intercesor ante él? … Dirígete a María… ¿Acaso habría de temer la debilidad humana presentarse ante María? Nada hay en ella de severidad, nada que intimide. Ella es toda dulzura." He aquí la razón por la cual, en todas partes en el orbe católico, se la invoca una y otra vez, en todas las circunstancias de la vida, como Refugio de los pecadores, como Auxilio de los cristianos, como Madre de la misericordia.

Su corazón santo es el recinto sagrado en el que se puede tener con Dios un trato sobresaliente. Sabemos a través de múltiples experiencias cuán fuertemente incide en el alma el lugar que nos rodea. Si la atmósfera en torno nuestro está empapada de un espíritu mundano, frío y congelador, si está esclavizada a las cosas de este mundo y moralmente infectada, y si tenemos que permanecer en ella en forma constante, será difícil elevar el alma hacia Dios. En cambio, si nuestro entorno está sostenido por pensamientos divinos y por calidez sobrenatural, experimentamos el impulso a incorporarnos a ese mismo ritmo de vida. Basta recordar cómo todo nuestro interior resuena y se aúna en nuestro santuario, cuando éste está impregnado de espíritu de oración.

Ésta es la sabiduría de vida católica que dio origen a la oración del Rosario y que la mantiene viva. Las avemarías nos transportan al ámbito sagrado del corazón de María. Una vez que hemos entrado en él y nos hemos familiarizado allí, es fácil abarcar y degustar amorosamente toda la vida del Señor, con sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. El mundo a nuestro alrededor podrá estar impregnado de paganismo y animalidad. Pero si nosotros estamos en nuestro "nido", en ese corazón santo, entonces vivimos en nuestro propio mundo, en el mundo de Dios; estamos recogidos y llenos de espíritu a pesar de todo el movimiento en torno nuestro, elevamos un discreto pero verdadero sursum corda, (¡arriba los corazones!) y tenemos un trato sencillo con el amor eterno.

(Texto tomado de: "Estudio sobre la 'Piedad instrumental mariana' dictado en el campo de concentración de Dachau. - Publicado en "Mit Maria ins neue Jahrtausend", Schoenstatt-Verlag 2000 - Ver: "La actualidad de María").

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