Ahora debo retomar
otra idea. Se trata de la idea que ya hemos meditado un par de veces en común,
cuando dijimos que queremos aprender a amar en forma schoenstatiana.
¿Qué quiere decir "amar en forma schoenstatiana"? Ya conocen la
respuesta: ascender hacia la cumbre del amor a través de causas segundas,
es decir, que amemos también a las criaturas: las criaturas, que son
ciertamente un regalo de Dios y que, según el plan de Dios —no sé si recuerdan
aún la expresión— deben ser para mí un imán. (…)
Sin embargo,
considero que ahora debería decirles también lo siguiente: esto mismo vale
de manera eminentísima respecto de la Santísima Virgen. Amar en forma
schoenstatiana significa amar a través de causas segundas, y una de las causas
segundas más importantes de las que se sirve Dios para amarnos, para atraernos
hacia él, es la Santísima Virgen. Creo que lo comprenden de inmediato. ¿Qué es,
entonces, la Santísima Virgen? Ella es, en medida acrecentada, lo que nosotros
somos unos con los otros y para los otros. Por ser la coronación de la
creación, ella es en sí misma, de manera singular, la coronación de la
omnipotencia, de la sabiduría y del amor divinos. Ella debe ser para mí,
también en forma singular, el imán; debe ser para mí un anzuelo. Así se la
denominó también muchas veces durante la Edad Media. Ella no está sólo para sí
misma: es también una criatura, pero una criatura que Dios creó para mí. Al
modo de un anzuelo, ella debe atraerme hacia sí, pero no retenerme consigo,
sino, como un anzuelo, atraerme y llevarme al corazón del Dios vivo.
Y si Dios le
ha dado esa tarea, nosotros no tenemos derecho a pasarla por alto. ¿No es acaso
evidente, entonces, que nos digamos: cuanto más ame a María, con tanta mayor
seguridad llegaré al corazón de Dios? Y, como es natural, por último está
siempre el pensamiento de que Dios me creó para poder amarme y para que yo
pueda amarlo. ¿Cómo ingreso de la manera más rápida y segura a ese mundo del
amor de Dios? Si me dejo atraer y apresar realmente por ese anzuelo, es decir,
si regalo mi corazón a María.
Esto mismo
lo decimos en nuestro lenguaje: sellamos una alianza de amor con la Santísima
Virgen. Y esto lo comprendemos mucho mejor aún si decimos: sellamos también una
alianza de amor entre nosotros. (…) Si esto es verdad, si nos está dado ser
anzuelo, imán, unos para otros, es obvio entonces, que, siendo María en cierto
sentido la corona de la creación, la obra maestra que hizo Dios, nosotros
deberíamos amarla también íntimamente; deberíamos sellar una alianza de amor
con ella, pero no para quedamos en ella, sino para profundizar esa alianza de
amor, de modo que se torne un imán para mí. ¿Quién tiene en sus manos el imán?
O bien ¿dónde está, en última instancia, el pescador que quiere hacerse del
pececillo? Es el mismo Dios viviente. Él creó a la Santísima Virgen y quiere
que yo la ame, a fin de que, de ese modo, yo pueda entrar lo más profundamente
posible en su corazón.
Al leer la
Sagrada Escritura encontrarán lo que el Señor nos dejó como testamento: algo
inmensamente hermoso, inmensamente sencillo, cuando pensamos en Juan y en
María. Juan es símbolo nuestro, de toda la sociedad humana. ¿Qué dice el
testamento? "He ahí a tu hijo. He ahí a tu Madre" (Jn 19,26s). Él nos
dejó a María como testamento. ¡He ahí a tu Madre! Es decir: debo amarla.
¡Qué
sencillo suena esto ahora! No se trata sino del testamento, que requiere de
nosotros sellar una alianza de amor con María. ¿No es acaso algo sencillo? Nos
hemos remontado, entonces, al origen de la alianza de amor en el testamento de
Jesús.
(Texto tomado de: "Plática para las Hermanas de María de Schoenstatt”, 3 de marzo de 1967.- Publicado en "Mit Maria ins neue Jahrtausend", Schoenstatt-Verlag 2000 - Ver: "La actualidad de María").
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