La alegría, medio esencial para aspirar a la santidad
Les menciono dos verdades: en primer término, la alegría es una manifestación concomitante esencial de una profunda vida de santidad y aspiración a la santidad; en segundo término, la alegría es un medio esencial para fecundar la vida de santidad y la aspiración a la santidad. Les hablaré un poco al respecto, pero ustedes deberán hacer de ambas verdades objeto de su profunda oración y reflexión.
• La alegría es esencial a la santidad
En primer lugar, pues, la alegría es una manifestación concomitante esencial de una profunda vida de santidad. Repasen, por favor, la teología, tanto la teología científica, especulativa, cuanto la dogmática, y abran la Sagrada Escritura. La dogmática nos dice que la alegría es un fruto del Espíritu Santo. ¿Qué entendemos por frutos del Espíritu Santo? Son actos virtuosos especialmente descollantes, actos perfectos de virtud que se asocian con una cierta dulzura en el sentimiento, en la actitud interior. Consideren lo que pretendo decirles: ¿tendré razón al advertir que el fruto del Espíritu Santo, así como también la alegría, presuponen una aspiración de alto grado, de gran seriedad, una profunda aspiración a la santidad y una profunda vida de santidad?
Para abundar en consideraciones me permito hacer referencia a lo siguiente: si esa virtud, ese habitus, ese acto está asociado a una profunda alegría interior, no hablamos de frutos del Espíritu Santo sino de bienaventuranzas. Según dicen los dogmáticos, es tanta la bienaventuranza que se asocia a determinadas actitudes virtuosas que la misma constituye una anticipación de la bienaventuranza eterna. Si aún no la hemos experimentado es porque no hemos alcanzado todavía el grado anhelado y previsto de santidad. Pero no es necesario que preguntemos a la dogmática, a la exégesis y a la Sagrada Escritura. Basta con que acudamos a la escuela de Aristóteles y de la escolástica. La escolástica ha tomado de Aristóteles la idea de que la alegría sólo se asocia a los actos de virtud cuando los mismos se han convertido en una cierta evidencia, cuando brotan de un cierto hábito virtuoso.
La que más nos interesa es la segunda verdad, a saber, que la alegría es también un profundo medio para llegar a ser santo, sacerdotalmente santo y perfecto. De ello podremos extraer la profunda conclusión de que nuestro deber moral consiste en educarnos a nosotros mismos y educar a otros para la alegría. Si quieren examinar la premisa, oriéntense por la Sagrada Escritura y por una sana filosofía y psicología.
Por la Sagrada Escritura. Les resumo lo que puede decirse en este punto. La Sagrada Escritura presenta la alegría y la educación a la alegría como una ley fundamental y esencial del reino de Dios. Más concretamente, se nos presenta como pilar fundamental, exigencia fundamental y petición fundamental del reino de Dios.
Pilar fundamental. ¡Son tantas las expresiones de ese tenor que escuchamos en la Sagrada Escritura! El reino de Dios no consiste en comer y beber sino en paz, alegría y amor. Tengan la bondad de hacer ustedes mismos la exégesis: aquí se coloca la alegría al mismo nivel que el amor. Y, como veremos y oiremos más tarde, el amor es la gran ley fundamental del mundo. ¿Notan qué importancia tiene también la alegría en el sentido de la Sagrada Escritura? ¡Pilar fundamental! Pueden recurrir a la concordancia bíblica y agregar otras expresiones a fin de convencerse de que tengo razón.
Exigencia fundamental. Si la alegría es un pilar fundamental, también es una exigencia fundamental. Así escuchamos al apóstol pronunciar la célebre frase que hemos oído tantas veces pero que, probablemente, no hemos tomado tan en serio: Gaudete in Domino…! (¡Estad siempre alegres en el Señor…!) (Flp 4,4). ¡No olviden que se trata de un imperativo! Gaudete in Domino! Quien pueda interpretar aunque sólo sea un poco estas palabras a partir del contexto entenderá y sentirá cuánto quiere Pablo que se le tome en serio con su exigencia. En otra oportunidad dice, también: «Para vosotros es sumamente útil, y a mí no me causa perjuicio alguno, repetir una y otra vez: ¡alegraos en el Señor!» San Agustín nos advierte con razón que el apóstol san Pablo emite una orden, también una orden respecto de la educación a la alegría.
En síntesis: la alegría, la perfecta alegría de vivir sacerdotal, debe comprenderse como un elemento central de nuestra vida religiosa; como manifestación concomitante pero también como un medio esencial para alcanzar la santidad.
(Texto tomado de "Las Fuentes de la Alegría", P. José Kentenich, Editorial Patris S.A. Chile, Págs. 63-66)