(Nota previa: Ver Nota y DISPOSICIÓN en la entrada de la semana pasada, miércoles 29 de febrero de 2012)
TEXTO DEL PADRE FUNDADOR
5. ELEMENTOS QUE IMPLICA EL RENACIMIENTO DE LA
PATERNIDAD
Ser padre y sentir como padre
De estas y
otras consideraciones semejantes podemos concluir cuán importante es que vuelva
a nacer el padre, en la forma del ser paternal y de la actitud paternal.
La
condición: Ser niño
Esto implica
tres elementos: que vuelva a nacer el amor paternal, la sabiduría paternal y el
cuidado paternal.
5.1. El amor paternal
Sabemos que,
en el fondo, el amor paternal crece y se desarrolla en forma amplia y creadora
sólo si se orienta continuamente según el amor del Padre Dios. Como ya lo hemos
expuesto, éste presupone un profundo amor filial al Padre celestial; un amor
filial que sabe rezar de todo corazón: “Padre nuestro, que estás en el
cielo...”.
5.1.1 El amor filial, puente hacia Dios Padre
Recuérdese
una vez más que, según el curso ordinario de las cosas, el amor filial
sobrenatural exige, sin embargo, experiencias de hijo en el orden natural... Si
éstas no existen, o son de carácter negativo, despertando con ello una
elemental contradicción y resistencia ante la idea del padre, entonces falta el
puente natural hacia el Padre Dios, y nos hallamos de nuevo ante la tragedia
del padre. Esta realidad, —como se ha mostrado— depende esencialmente de la
realidad del ser niño ante Dios y ante su representante humano.
Las palabras
de Cristo: “Si no os hiciereis como los niños no entraréis en el reino de los
cielos” (Mt 18,3), alcanzan su pleno sentido y su plena validez, cuando se las
considera a la luz de lo dicho.
Del mismo
modo entendemos a Nietzsche cuando señala que ya no tenemos más
“pueblos padres”, porque nos faltan “pueblos de niños”.
5.1.2. La auténtica filialidad
Reciedumbre del niño
Filialidad,
entendida como ser y actitud filial de ninguna manera equivale a debilidad y
blandura. Ambas exigen recios actos filiales. La doctrina y vida del Señor lo
prueban. En su forma más clásica vemos esto en Getsemaní y en el Gólgota.
Resumiendo
debemos constatar lo siguiente: para que el padre vuelva a nacer se requiere,
ante todo, el renacimiento de la auténtica filialidad. En cierto sentido ambas
se corresponden mutuamente, como causa y efecto. De ahí que quien quiera
encamar el ideal de la paternidad sacerdotal, en primer lugar, y al mismo
tiempo, deberá esforzarse por conquistar un nuevo y profundo ser-niño y una
efectiva actitud filial.
5.1.3. Tres afirmaciones esclarecedoras
Una mirada
más profunda a estas consideraciones nos permite comprender más profundamente,
en toda su importancia, las siguientes tres afirmaciones.
Puer et
pater
La primera
dice: los espartanos serán siempre un fragmento, porque nunca llegan a ser
plenamente varón. La causa radica en que quien nunca fue plenamente niño, nunca
llegará a ser plenamente varón.
Al
referirnos a los espartanos, los consideramos como símbolo de un modo de ser
acentuadamente masculino. El axioma nos recuerda que el modo de ser masculino
permanece inarticulado en tanto cuanto no descanse en la filialidad ni fluya de
la misma ni continuamente se alimente de ella.
De ahí que
la verdadera esencia del hombre implique dos rasgos característicos: el ser puer
et pater (niño y padre).
Por eso, con
razón podemos afirmar que quien nunca ha sido un auténtico niño ante Dios (y en
cierto sentido también ante su transparente humano), vanamente se esfuerza por
encarnar la paternidad sacerdotal como actitud fundamental del educador.
De modo
semejante ha de entenderse la otra expresión que describe el ideal del hombre y
del padre: Ante Dios, niño; ante los hombres, varón; y ante el séquito, padre.
Sentir filial
La segunda
afirmación proviene de Pestalozzi. Dice así: “La mayor desgracia para la
humanidad actual es la pérdida del sentir filial (o actitud filial) del mundo,
pues esto hace imposible la actividad paternal de Dios”.
No nos
debería resultar difícil darle a esta afirmación un sentido inverso y formularla
del siguiente modo: la mayor felicidad para la humanidad actual consiste en que
el mundo conquiste de nuevo la actitud filial, porque sólo ésta hace posible
que Dios despliegue plenamente su actividad paternal.
El don de
sabiduría
El filósofo
hindú Tagore es autor de la tercera afirmación. En base a sus observaciones e
investigaciones científicas formula la siguiente ley: “Dios quiere que en santa
sabiduría reconquistemos nuestro ser-niños”.
Esto
significa que cuando Dios quiere algo, las demás voces han de callar. “Dios lo
quiere” fue el lema que se dio en otros tiempos para la reconquista de la
Tierra Santa y que inspirara las Cruzadas. Este lema tiene en la actualidad
otro sentido. Dios exige una cruzada para reconquistar la tierra santa de la auténtica
filialidad, que es la raíz de una vigorosa virilidad y de una paternidad
creadora.
Esta tierra
debe ser reconquistada. Espíritu de conquista presupone hombría. El varón es,
por lo tanto, quien debe descubrir y conquistar en sí mismo al niño. Para ello
debe hacer suya esa santa sabiduría, que en el plano natural caracteriza al
anciano. En el plano sobrenatural debe entenderse aquí el don de la sabiduría
como plenitud de la perfecta filialidad.
5.1.4. Paternidad y autoridad
El
renacimiento del Padre, equivale al renacimiento de la autoridad paterna.
Hay una
autoridad interior y otra exterior. Ambas deben estar siempre unidas entre sí.
Faltando la autoridad interior, la exterior carecerá de alma y por eso no será
efectiva. Sus funciones se asemejarán a un adiestramiento o amaestramiento. No
llegará a ser fuente de auténtica vida, contradiciendo así el carácter propio
esencial de la autoridad. Tener
autoridad significa ser autor u origen de vida desbordante.
Siendo el
amor pedagógico la fuente más perfecta de vida en el campo de la educación,
debemos considerar la autoridad interior del educador como sinónimo de su poder
de amor.
Este amor no
es sólo una fuerza unitiva sino también asemejadora; su efecto en la otra
persona es una transferencia global de amor.
Dicho más
exactamente: la fuerza interior y el peso de la autoridad paterna emanan de la
fuerza creadora del amor paternal, de la sabiduría paternal y del cuidado
paternal.
El amor
paternal se manifiesta esencialmente como una entrega personal al tú personal,
hecho a imagen de Dios; tal amor se inclina reverente, con profundo respeto,
ante su modo de ser, su destino y su misión personal. Se expresa en una
confianza inagotable y ennoblecedora; esto quiere decir que en todas las
circunstancias, cree en lo bueno del otro y que nada le impide servir
desinteresadamente la misión del educando.
Modelo de
esta actitud fundamental es el modo en que el Padre Dios educa, conduciendo a
toda la humanidad, a las distintas comunidades e individuos.
Ejemplo vivo
de esto es el ideal del Buen Pastor (ver Jn 10,1-19), que vive con los suyos
una misteriosa bi-unidad espiritual —en forma semejante a como Cristo vive con
su Padre (ver Jn 10,30-38; 14,8-31)— a tal punto que el educador, imagen del
Buen Pastor, puede decir en verdad con el Señor, aunque de un modo inmensamente
más débil: “conozco a los míos y los míos me conocen a mí, así como el Padre me
conoce y yo conozco al Padre” (Jn 10,14-15).
Este
conocimiento mutuo no es un mero saber abstracto. Encierra en sí,
simultáneamente, un estar en, con y para el otro, misteriosamente profundo y
lleno de amor.
Como el Buen
Pastor, también su imagen sabe de una fidelidad de pastor o paternal, que puede
decir de sí mismo: “El Buen Pastor da su vida por sus ovejas” (Jn 10,11).
5.1.5. Entrega, respeto y confianza: elementos del
amor paternal
Como todo
auténtico amor, el amor paternal comprende tres elementos: entrega, respeto y
confianza.
La entrega
paternal requiere por eso un perfeccionamiento y una coronación en el respeto
paternal ante la dignidad y grandeza puesta por Dios en el tú. Al mismo tiempo
exige una confianza inconmovible en su persona y en su misión.
Esta triple
actitud fundamental en el educador despierta naturalmente la misma actitud
tridimensional en el educando. Si estas actitudes se encuentran entre sí, sólo
entonces se crea la atmósfera en la cual es posible lograr una educación que
cale profundamente. En la medida que falte uno u otro de esos elementos, todas
las acciones educativas que se emprenden resultarán ilusorias y no rara vez
producirán el efecto contrario. El conocimiento de esta interrelación es norma
y medida para toda la educación.
El amor
paternal busca su complementación en la sabiduría y el cuidado paternales.
5.2. La sabiduría paternal
La sabiduría
paternal abarca una múltiple función:
Ante todo
recibe el amor filial que ha despertado aceptándolo con sencilla naturalidad,
sincera gratitud y profundo respeto. Además se preocupa cuidadosamente de
tratarlo según la ley de la transmisión y traspaso orgánico.
Desde el
punto de vista pedagógico, el traspaso hacia el mundo sobrenatural se realiza
de una triple manera. Por medio de indicaciones que provienen tanto del ser
como de las palabras del educador; por una renuncia consciente, guiada por la
prudencia, a estar físicamente el uno junto al otro y por los mutuos
desengaños.
Guía en este
proceso vital es la sentencia de Juan Bautista: “El debe crecer y yo disminuir”
(Jn 3,30). Esto quiere decir: Dios debe pasar más y más al primer plano,
mientras que el educador se va desplazando con más fuerza del campo conciencial
del educando, no obstante, sin que se pierda por eso el contacto vital entre
ambos. De allí que hablemos conscientemente de la ley del traspaso orgánico y
no de un traspaso mecanicista.
La sabiduría
paternal cultiva cuidadosamente una libertad interior unida a una intocabilidad
exterior, de acuerdo al sentido común y al estado de vida. Conoce una eterna
“unidad de tensión” entre cercanía y distancia, entre severidad y bondad; en
una palabra, imita en todas las situaciones la sabiduría educadora del Padre
Dios.
5.3 El cuidado paternal
El cuidado
paternal lucha por adquirir el arte de abrir las almas, del saber escuchar y
adivinar lo que se quiere decir. Igualmente trata de adquirir la maestría del
saber conducir en forma esclarecida y firme.
No se trata
aquí tan solo de una introducción general al amor como ley fundamental del
mundo y a la ley fundamental de la vida y de la educación que de ella se
deduce: todo por amor, todo a través del amor y todo para el amor. Quien
conduce en forma esclarecida sabe que cada individuo como pensamiento y deseo
original y encarnado de Dios, —en cuanto desde toda eternidad es y será
co-pensado originalmente en el Verbo Divino y originalmente co-amado en el
Espíritu Santo— posee una misión de amor individual y personalísima. Esta
misión se determina más exactamente por la propia estructura personal, por las
inspiraciones (de la gracia), a través de las circunstancias externas y por la
autoridad dada por Dios. Dicho más exactamente, entonces la ley fundamental de
la vida recibe ahora el siguiente cuño: todo a partir de un amor original, todo
a través de un amor original, todo para un amor original.
Con esto
delineamos la doctrina schoenstatiana sobre el ideal personal que será expuesta
posteriormente.
6. PATERNIDAD Y MATERNIDAD
Según la
sabia doctrina y experiencia de vida de san Pablo, la paternidad sacerdotal
debe ser complementada, profundizada y perfeccionada por un toque de maternidad
sacerdotal. Paternidad y maternidad deben estar unidas en una permanente
“unidad de tensión” a fin de lograr que el individuo mismo madure hasta
alcanzar una perfección pedagógica.
Por eso
Pablo reclama para sí ante sus comunidades no sólo una posición de Padre, sino
también —incluso de forma extraordinariamente fuerte— una actitud y funciones maternales.
De hecho, este hombre, que puede ser duro como el diamante, posee una
extraordinaria actitud maternal, tierna y profunda. Expresa sus dificultades en
su labor educativa con aquellas clásicas y siempre válidas palabras: “Hijitos
míos, sufro dolores de parto hasta que Cristo haya nacido de nuevo en vosotros”
(Gal 4,19).
San Agustín
expresa el mismo pensamiento cuando dice: “Tenemos el valor y la osadía de
llamarnos madres de Cristo”.
En esto
juega un papel esencial la concepción de que Cristo en sus miembros, unido a
nosotros, clama por su Madre, quien debe hacerle lugar en las almas y quien, en
cierto modo, nuevamente debe darlo a luz allí.
De aquí se
sigue que el educador ideal vive una permanente “unidad de tensión” entre amor
paternal y amor maternal, entre sabiduría paternal y sabiduría maternal, entre
cuidado paternal y cuidado maternal.
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