miércoles, 26 de enero de 2011
Carácter mariano de Schoenstatt
Texto del Padre Fundador
Dios, en su sabiduría y respeto por sus criaturas, gobierna al mundo a través de causas segundas. Con gusto transfiere sus atributos, derechos y poderes a las personas y a las cosas, y desea que nosotros traslademos a éstas el amor y la fidelidad a Él debidas, y que a través de ellas transmitamos ese amor y fidelidad definitivamente a Él. Así se forma un gran organismo de vinculaciones. El Todopoderoso creó en la Santísima Virgen un ser al que concedió con toda prodigalidad participar de sus cualidades. Por eso Él desea que la utilicemos como un vínculo sagrado, al que nos unamos de forma íntima, para así acceder con Ella a su propio corazón. …………..
Ella es por oficio, la servidora y portadora de Cristo y de Dios para nosotros. Quien la encuentra a ella, hallará la vida, y alcanzará el favor del Señor (Proverbios 8,35)
Esta posición objetiva de la Santísima Virgen en el plan de redención se manifiesta fuertemente en la historia de nuestra Familia. La Bendita entre las mujeres es su origen y su meta parcial. Ella, además, personifica simultánea y evidentemente todo su método de trabajo.
Todo lo que surgió en la Familia se ha desarrollado en una consciente dependencia de su intercesión y de su ejemplo. Por eso la llamamos con gusto nuestra Fundadora, nuestra Señora, nuestra Reina. Todos nuestros esfuerzos y afanes se orientan a sabernos interiormente dependientes de Ella.
(Ver: “Mit Maria ins neue Jahrtausend”, Pág. 155-156, Schoenstatt Verlag – Textos tomados de “Worte zur Stunde, 18.10.1939”)
Comentario
¡María, nuestro origen y meta, nuestro ejemplo y método de trabajo! No hay peligro mayor que acostumbrarse a las evidencias, o caer en la rutina. Nuestro Padre nos llamó la atención en diversas ocasiones. No es casualidad que siete días antes de dejar Schoenstatt para regresar a la casa del Padre, escribiera lo que muchos consideran el legado espiritual para su Familia. Lo concluía con esta frase: “Con María , alegres por la esperanza y seguros de la victoria hacia los tiempos más nuevos”. Ella, la Bendita entre las mujeres, en el centro. Y lo justifica con argumentos bien convincentes y, para nosotros, sus hijos de hoy, claramente desafiantes. Vivimos en un tiempo de cambios importantes, ‘un nuevo orden social se perfila en el horizonte’; según nuestro Padre Fundador son tiempos apocalípticos en donde se enfrentan, como nunca, los poderes demoníacos y los poderes divinos. Avanzamos hacia un futuro incierto, pero la “mujer vestida de sol” aplastará a la serpiente y vencerá sobre todas las herejías de los tiempos más nuevos. En una alianza de amor original, Ella necesita nuestra ayuda para vencerlas. Hoy, cuando todo nos arrastra a la unificación y masificación, en donde “lo que fue ayer, se desprecia hoy porque viene de ayer o de anteayer”, es Ella la que quiere ayudar con nuestra colaboración a “reunir todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. (Ef 1,10) El Schoenstatt del nuevo milenio quiere seguir en “consciente dependencia de su intercesión y de su ejemplo”.
miércoles, 19 de enero de 2011
Nuestra misión carismática
Texto del Padre Fundador
La idea orientadora y la fuerza propulsora son las dos llaves con las que puede abrirse y hacerse comprensible Schoenstatt.
La idea orientadora tiene una formulación supra-temporal y una temporal. La misma reza: El hombre nuevo en la comunidad nueva con un cuño apostólico universal.
El ideal así caracterizado es eternamente antiguo y eternamente nuevo. Eternamente antiguo, porque todos los siglos han luchado por él; eternamente nuevo, porque la naturaleza humana, cargada con el lastre del pecado original, siempre elimina algo, queriendo ponerse a descansar en burguesa saciedad y contentarse con una mediocridad niveladora. El “hombre nuevo” al cual nos referimos aquí es el hombre animado de espíritu y vinculado al ideal, alejado tanto de toda esclavitud de formas como de toda ausencia de formas.
La “comunidad nueva” supera – sin ser informe – todo formalismo sin alma, supera el que uno esté al lado de otros de forma mecánica y meramente exterior. Se esfuerza por una vinculación profunda e interior, porque uno esté interiormente en el otro, con el otro y para el otro. Se esfuerza por tener conciencia de una responsabilidad mutua anclada en Dios y siempre activa. Responsabilidad que impulsa al individuo y a la comunidad por la senda del apostolado universal y que, allí, los hace fecundos.
(Ver: “En libertad ser plenamente hombres”, Pág. 45, Editorial Patris – Textos tomados de “Llave para entender Schoenstatt” – 1951, 149-152,157)
Comentario
En este texto del Padre Fundador se resume la meta y el porqué de nuestra misión al servicio del mundo y de la Iglesia. En nuestra cotidianidad vivimos en medio de dos realidades extremas: un espantoso individualismo y un colectivismo exagerado. Schoenstatt nos ofrece y nos propone una solución al problema, anunciando que es posible forjar en nosotros mismos una personalidad madura y segura de sí misma, viviendo a la vez la plenitud de una marcada relación con el tú del prójimo y con el TÚ eterno, con el Dios vivo. En una forma desafiante para el hombre de nuestros días, que vive anclado en la mediocridad, el Padre Kentenich nos muestra el ideal del hombre nuevo y de la nueva comunidad desde la perspectiva de la perfección, tal como lo hiciera ya un día Jesús de Nazaret. Al proponer su programa de educación para los miembros de su familia no se recata en anunciar que “la nueva comunidad es caracterizada como comunidad perfecta en base a personalidades perfectas, ambas impulsadas por la fuerza fundamental y elemental del amor”. El desafío que supone para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros, si queremos llevar a buen término el programa enunciado por el Padre como el ideal del hombre nuevo es inmenso. Sin embargo, una seria aspiración por conseguir tal meta es el aporte que todos nosotros hacemos, o debemos hacer, como hijos del Padre viviendo la realidad de nuestra Alianza de Amor con nuestra Madre y Señora en el Santuario de Schoenstatt. Ella une “a nuestra impotencia su inmenso poder” para que podamos ser como individuos y como comunidad eclesial verdaderos testigos de Cristo, apóstoles fecundos en la construcción de un nuevo mundo, llevando a cabo la misión para la que fuimos llamados por la Providencia.
miércoles, 12 de enero de 2011
El programa pedagógico
Texto del Padre Fundador
Schoenstatt enseñó la superación del hombre masificado. Lo hizo, en primer lugar, como programa, en segundo lugar, en la teoría, y en tercer lugar, en la práctica. ¿Qué significa que enseñó en la práctica cómo superar al hombre masificado? Seguramente han escuchado hablar sobre la así llamada Acta de Prefundación. En ella tienen el programa que hasta ahora fue (y será hasta el fin de los tiempos) norma de nuestra labor educativa.
Primera Pregunta: ¿Cuál es el programa? Reza así: “Bajo la protección de María queremos educarnos a nosotros mismos para llegar a ser personalidades firmes, libres y sacerdotales”. Observen que es un programa de educación de sí mismo que toma como norte el ideal del hombre dotado de una verdadera libertad interior. Es un programa incomparable, grande. Se mantuvo inalterable, más allá de que en una u otra oportunidad se lo formulara con otras palabras. Les reitero lo que ya les dijera: ser autónomos para ser capaces de actuar por nosotros mismos. De ahí que en el programa se diga además que aspiramos a educarnos a nosotros mismos a fin de actuar después en la educación. Educarse a sí mismo significa no entregarse a la masa, sino tomar uno mismo las riendas en la mano.
(Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 37 y 38 – Textos tomados del “Terciado de Brasil”, Tomo II, pág. 222 – 239)
Comentario
Sabemos, porque él lo dijo en alguna ocasión, que el programa enunciado por nuestro Padre Fundador en el Acta de Prefundación fue desde joven “parte esencial de su vida interior”. Con su vida y en su actuar como fundador y educador de muchas comunidades nos muestra el camino para nuestro andar cotidiano: se trata de una marcada orientación sobrenatural “bajo la protección de María” y un esfuerzo continuado por encarnar en nosotros mismos el hombre nuevo, un hombre libre y autónomo. El texto que hoy traemos a la memoria me ha sugerido leer una vez más el “Acta” citada. Fue una conferencia que el Padre Kentenich dio a los alumnos del seminario el domingo 27 de octubre de 1912. Un programa que él mismo dictó y que lo hizo vinculante y obligatorio para todos los educadores y educandos de su Familia - especialmente en sus institutos -, hasta el fin de los tiempos. Podríamos caer en la tentación de pensar que se trata de un documento para la historia y el archivo. Sus palabras, sin embargo, estremecen y muestran la grandeza del profeta. El diagnóstico que hace de aquel tiempo, por ejemplo, se ajusta hasta la última coma a la situación del tiempo en que vivimos cien años después. Los avances en el conocimiento de los medios técnicos no ha liberado al hombre, sino que lo ha hecho esclavo de sus propias conquistas y pasiones. Su consejo y encargo paternal es que ante tal progreso exterior, “nosotros avancemos en el conocimiento y en la conquista de nuestro mundo interior por medio de una metódica autoeducación”. Y que ésta sea nuestra tarea hasta el fin de los tiempos.
miércoles, 5 de enero de 2011
Por tu pureza / por mi pureza
Texto del Padre Fundador
Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: “Dios te salve María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo. Dame almas, y todo lo demás tómalo para ti.” Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba. ….. Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra Pequeña Consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas; “Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti …….” ¿No podríamos rezar de manera semejante: “Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo”? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: “Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mi/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo.”
(Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 29 y 30 – Textos autobiográficos del P. Kentenich, 1945 y otros)
Comentario
Sabemos que el horario espiritual de nuestras Hermanas de María incluye el rezo diario de la pequeña oración por la pureza, que el Padre Fundador compuso en su niñez. Se la hemos podido escuchar en sus oraciones vespertinas en el Santuario. Estamos seguros que otros muchos miembros de nuestra Familia también la rezan. En una primera reflexión sería muy fácil creer que el anhelo por la pureza es propio de la vocación a la virginidad, sabiendo, sobre todo, que el espíritu apostólico de los que dedican su vida enteramente al Movimiento – a las almas - necesita una “tierra filial y pura” para crecer, desarrollarse y dar frutos. Aun siendo esto cierto, también es verdad que todos nosotros, también nuestros hijos y nietos, necesitamos y necesitan crecer y fortalecer la pureza de alma y cuerpo como premisa y condición para desarrollar la capacidad de amar y la entrega a los demás. Nuestro Fundador expresó su convencimiento de que la pureza, también la pureza matrimonial, no puede existir sin una profunda e íntima unión a Dios. Refiriéndose a la Bienaventuranza de Mt 5,8 sobre los puros de corazón, invertía su enunciado y proclamaba: “Dichosos, los que ven a Dios, porque ellos llegarán a tener un corazón puro”. Es por ello que invitaba a los padres a vivir anclados en el mundo sobrenatural y a rezar diariamente por la pureza de sus hijos, y por la de los hijos de sus hijos, recitando la oración arriba citada y que compuso en su infancia y regaló después a su Familia. (Ver “Pláticas sobre la rosa” dirigidas a los matrimonios de Milwaukee en el año 1956). Puede que hoy más que nunca, en medio de este mundo, en donde reina la idolatría de la imagen, un hedonismo sacralizado y un total desconocimiento del pudor más elemental, necesitemos “hacer suave violencia” al Cielo con nuestras oraciones para que sea reconocido el valor de la pureza y recibamos la fuerza para vivirla y dar testimonio de ella.
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