viernes, 13 de junio de 2025

ENCUENTRO CON EL PADRE FUN DADOR (1)

 "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo, dame almas, y todo lo demás tómalo para ti."

 

El padre Kentenich designa a esta oración "raíz" de la espiritualidad schoenstatiana. La llama asimismo "oración de niño", surgida en su propia niñez. A menudo invitaba a rezar esta oración y vivir fundado en ella. La coloca en el mismo plano de nuestra oración de consagración.

A continuación se presenta varias citas breves tomadas de diferentes conferencias, sobre todo de los años cuarenta, de la época posterior a Dachau. Las citas permiten apreciar claramente cómo en las más diversas situaciones el padre Kentenich menciona espontáneamente esta oración. A primera vista ésta parece algo muy simple, pero el padre Kentenich nos ilumina las distintas dimensiones que ella entraña.

Los textos siguientes invitan no tanto al estudio cuanto a la contemplación. Al leerlos, procúrese seguir el ritmo espiritual del fundador, encontrarse con él en el texto y en la oración.

 

29 de Junio de 1945

Últimamente rezamos con gusto la pequeña oración que recitáramos ayer por la mañana, incluso luego de la conferencia: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Una oración que desde hace mucho tiempo algunos han incorporado a sus oraciones privadas… Si observan con mayor detenimiento, advertirán que en esta pequeña oración se expresan corrientes que movilizan a nuestra Familia desde la inscriptio. ¿Notan cómo en ella se alude claramente a los dos corazones? Pedimos que se nos abra el corazón de Jesús y el corazón de la santísima Virgen; no simplemente que se nos abra, sino que se nos abra ampliamente. "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo".

 

5 de Agosto de 1945

Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra pequeña consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas: "Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti…" ¿No podríamos rezar de manera semejante: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo"? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mí/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo."

 

13 de Julio de 1947

Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo…" Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba.

 

6 de Agosto de 1949

Digámonos ahora unos a otros que deseamos estrechar aún más los lazos que nos unen, y mantener esa unión con mayor fidelidad aún.

Pero la santísima Virgen nos tiene que implorar la gracia de que nosotros, así como nos pertenecemos unos a otros, nos arraiguemos también hondamente en su corazón y en el corazón de Dios.

Es lo que se expresa con suma sencillez en la pequeña oración de la infancia: "Dios te salve, María, por tu pureza…". ¡Qué hermoso es esto! "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Sí; todos queremos estar en esos corazones. Nuestra mutua relación ha de ser de tal naturaleza que cuando pensemos los unos en los otros, pensemos también en Dios. Porque somos como Dios los unos para con los otros. Esta es la gracia que hoy le pedimos que nos implore la santísima Virgen.

 

viernes, 6 de junio de 2025

REPATRIACIÓN VICTORIOSA DEL MUNDO EN CRISTO

El sentido del acontecer del mundo es el retorno del mundo a Dios. El sentido de un acontecer mundial de características apocalípticas es acelerar el retorno a Dios. Detengámonos un poco sobre el término "retorno a Dios". Quizás esta meditación nos dé algunas claves para solucionar cuestiones urgentes.

Al escuchar las palabras "retorno a Dios", advertimos la lucha entre la fe y la incredulidad. La fe en Dios nos impulsa a regresar a Dios. En cambio, la incredulidad nos empuja a acelerar un proceso de rechazo y alejamiento de Dios. Entonces, por un lado observamos un acelerado regreso a Dios y, por otro, una acelerada apostasía.

Pensemos en el acontecer mundial y preguntémonos sobre el significado que Cristo tiene en él. ¿Qué nos dice el Apocalipsis de Cristo? En primer lugar, nos presenta al Padre sentado en su trono (cf. Ap 4,2). De él fluye y hacia él refluye toda vida. Aquel que está sentado en el trono constituye el eje de tranquilidad y reposo en el más allá. Todavía existe un trono que no vacila jamás: el de Dios Padre, quien ha puesto en manos de su Hijo las riendas del acontecer mundial (cf. Ap 5).

El Apocalipsis nos pinta bellamente esta realidad. El apóstol Juan, a quien se le concede estas visiones, desea saber cuál será el destino de la Iglesia. Ve entonces un libro sellado con siete sellos y un ángel le advierte que nadie puede abrirlo. Comprendemos que el apóstol llorara, pues anhelaba que se le revelase el secreto de la historia universal y vio que sus esperanzas se desvanecían. Pero uno de los Ancianos le dice que el Cordero que había sido degollado es Cristo, el Glorioso, pero también el Crucificado. Que él es quien puede abrir el libro de los siete sellos; él es quien conoce y contempla los planes del Padre y ha recibido la misión de llevarlos a cabo. Cristo ocupa, entonces, el centro de la historia.

Hoy se tolera al cristianismo, pero despojándolo de un Cristo vivo. ¿También nosotros hemos dejado a Cristo de lado?

¿Cuál es la actividad de Cristo en el acontecer del mundo, según el Apocalipsis? Él es quien abre los sellos. Vale decir que, sin la permisión divina, obrada a través de Cristo, no hay guerras, epidemias ni revoluciones, etc.

Detrás de todo el acontecer mundial está Cristo que da cumplimiento a todos los planes del Padre. ¿Cuándo derraman los ángeles sobre el mundo la copa de la ira divina? ¿Quién les da la señal para ello? ¡Cristo! (cf. Ap 16).

¿Cuál es el sentido del acontecer mundial, considerado desde el punto de vista de Cristo? ¿Qué papel desempeña Cristo en él? Debo ver en todos los acontecimientos y sucesos una oportunidad más para decidirme nuevamente por Cristo; que, incluso, los acontecimientos más difíciles sean motivo para volver a decidirme por Cristo, con toda mi alma, por libre elección, con libre voluntad.

En este punto distinguimos dos dimensiones de la libertad: por una parte, la capacidad y disposición para decidirse y, por otra, la capacidad de poner en práctica lo decidido. Dios tiene en cuenta mi capacidad de decisión. Cuando llega la hora en que grandes dolores nos quiebran interiormente ¿hacia dónde se dirigen los anhelos del corazón? ¿Acaso habremos de abandonar la bandera y huir del campo de batalla?

El sentido del acontecer mundial, el sentido de mi propia vida y aspiraciones, es que todas las circunstancias y sucesos de mi existencia me lleven a renovar la entrega al Señor, a abandonarme en él.

En medio del acontecer mundial, el Dios vivo ha constituido a Cristo como el gran luchador y vencedor del demonio. En el final de los tiempos, Cristo obtendrá una victoria plena. Y nosotros podemos participar de su valor para luchar, de sus sufrimientos y de su victoria. ¡Qué bienaventuranza saber que, finalmente, alcanzaremos el triunfo! Quizás yo sucumba, pero la causa a la que sirvo saldrá victoriosa.

Cristo vencerá. En el acontecer mundial, Dios aparentemente se deja vencer y doblegar. Se pueden ganar todas las batallas y, sin embargo, perder la guerra. Cristo es desterrado de muchos ambientes y lugares. Pero luego de toda la confusión que genere el demonio, Cristo aparecerá sobre el caballo blanco como Rey y Héroe, triunfante y vencedor de Satanás. Entonces habrá llegado el fin del mundo (cf. Ap 19,11-21). "Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!" ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera! Nosotros nos entregamos, nos abandonamos a Cristo. Que todo acontecimiento sea para nosotros una oportunidad de decidirse por o contra Cristo. ¡Sí, Señor Jesús! ¡Queremos jurar nuevamente tu bandera!

                                  Tomado de: "Jornada de 1946."