Total e indivisamente tú: el consejo evangélico de la castidad
Si piensan en la castidad, ¿qué quiere el voto de
castidad? Que no me aferre a un ser humano, que Dios no quede así en
desventaja. Por eso los religiosos renuncian al matrimonio, a fin de no atarse
tanto a un ser humano. En virtud del matrimonio no solo podemos, sino que
también tenemos que regalarnos especialmente el uno al otro. Nos damos
mutuamente un derecho al cuerpo. Pero ahora tienen que reflexionar cómo Dios
cuida de que, aun así, el amor mutuo eleve siempre de nuevo hacia él. Por eso
las muchas decepciones de uno respecto del otro, por eso los muchos
malentendidos, por eso el enfriamiento, por períodos, de la mutua relación de
amor.
Es algo grande si decimos: hace ya veinticinco años que
estamos casados y hemos permanecido fieles en nuestro amor. Pueden estar
completamente seguros de que, si han permanecido fieles el uno al otro, ese
amor está también inmerso en el amor de Dios. El sentido de la castidad, del
voto de castidad, lo tenemos que vivir también nosotros. Dios nos fuerza
simplemente a hacerlo, y esto debemos tenerlo siempre presente. Entonces
notamos cómo Dios, a pesar de todo, nos atrae más y más hacia sí.
Aunque puedo decirle también a mi esposa tuus sum
[tuyo soy], eso no constituye impedimento alguno para el Patris atque Matris
sum [pertenezco al Padre y a la Madre]. Es como si Dios hubiese «bajado» a
mi esposa para que yo me vinculara a ella y él me izara, después, junto con mi
esposa hacia lo alto. Para que yo no permanezca abajo: para eso están las
decepciones de uno respecto del otro. Para que yo realmente suba con mi esposa
hacia lo alto, él llama la atención una y otra vez hacia sí. Me muestra que no
hay amor humano que se sostenga si no está inmerso en el amor de Dios. Es un
gran error pensar que el amor a Dios me es un impedimento para el amor
conyugal, para la intimidad; ¡de ninguna manera!
J. Kentenich, 14.01.1957, en Am Montagabend, t. 5,
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