El espíritu del poder en blanco es el espíritu de la perfecta disponibilidad recíproca entre nosotros y el Padre del cielo y la santísima Virgen. […]
Ahora solo tenemos que vivirlo en serio. Como ven, ahora
podríamos permanecer largo, largo tiempo en este punto. ¿Qué tenemos que hacer,
día a día y noche a noche? Permítanme decirles: primero, escuchar; segundo,
obedecer.
¿Qué significa escuchar? Esto es lo difícil para
nosotros, hombres de hoy. Estamos tan acostumbrados al camino habitual que
hemos seguido desde tiempos inmemoriales que, cuando viene el viento y sacude
la casa, nos ponemos interiormente inquietos e inseguros y tenemos todos
angustia frente a esa inseguridad. Allí la consigna es conservar la movilidad y
estar siempre a la escucha: ¿qué quiere Dios? ¿Qué quiere él ahora de mí? […]
En todas las situaciones: Patris atque Matris sum [yo pertenezco al
Padre y a la Madre].
Ahora no sé si comprenden todo el alcance de estas pocas
palabras. Todos lo notamos: la humanidad actual está nerviosa hasta la punta de
los dedos; más aún: todos estamos nerviosos. Eso forma parte de todo hombre
moderno «como se debe». Pero ¿de dónde viene ese nerviosismo? Por un lado, de
que tenemos que absorber un sinnúmero de impresiones que no podemos procesar
interiormente. Por eso es prudente que nos digamos: renunciamos a ciertas
impresiones que vienen de fuera. Por eso, no estoy todo el día prendido a la
radio y a la televisión. No participo en todo lo que la vida moderna ofrece.
¿Quién puede soportar, procesar interiormente todo eso? Sobre todo, nuestros
pobres niños, ¡qué nerviosos tendrán que estar! Les llega una impresión tras
otra, y ninguno de los niños puede procesarlas.
Seguridad de péndulo.
Una vez más: ¿de dónde proviene que estemos tan nerviosos? Permítanme
exponerles dos expresiones que he utilizado a menudo en Alemania. Suenan raras.
La primera dice: «seguridad de péndulo». ¿Pueden imaginarse un péndulo? Puedo
jugar con él haciéndolo oscilar de un lado al otro. ¿Cuál es la otra seguridad?
Hay una expresión jocosa: existe una cierta «seguridad de caja» ‒la caja está apoyada abajo, en el suelo‒. Dios nuestro Señor quiere quitarnos a todos esta
seguridad de caja y nos sacude y zarandea a través de las circunstancias. ¿Qué
quiere regalarnos? Seguridad de péndulo. ¿Qué significa seguridad de péndulo?
Exactamente lo que quiere el poder en blanco: que yo salte a la mano de Dios.
Allí estoy seguro. Patris atque Matris sum [yo pertenezco al Padre y a
la Madre]. Haz conmigo lo que quieras.
¿Qué quiere Dios de nosotros, entonces? Debemos estar a
la escucha de lo que él quiera en cada caso, de lo que él quiera de nosotros a
cada segundo. ¿Cómo me lo da a entender? En parte por mociones interiores, en
parte a través de otras circunstancias. ¿Lo ven? Esto es santidad. Pero una
santidad semejante implica siempre una enorme cantidad de inseguridades
terrenas. ¿Y qué exigen las inseguridades terrenas? Que demos el salto hacia
arriba, hacia la seguridad divina. […]
Cuanto más inseguras son las circunstancias terrenas,
tanto más quiere Dios que yo dé el salto a lo que hemos denominado seguridad de
péndulo. ¡Fuera con la seguridad de caja! ¡A la seguridad de péndulo! ¿Qué
presupone esto? Que yo esté a disposición de Dios, el Padre, y de la santísima
Virgen. Ellos pueden hacer conmigo lo que quieran. Pero yo estoy convencido de
que el Padre y la Madre se portarán paternal y maternalmente conmigo. Eso
significa que también ellos están a disposición mía: ellos están allí para mi
bien. […]
A este escuchar sigue ahora el obedecer. Es decir que
cuando he reconocido de este modo la voluntad del Padre, le digo siempre: «Sí,
Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría,
sufrimiento o dolor».
Esto es lo más esencial para el tiempo actual. Al
comienzo dije que nuestra piedad asume formas algo diferentes de, por ejemplo,
la de los religiosos. Aun así, hay muchísimas semejanzas. Para empezar: los
religiosos también tienen que luchar por esta disponibilidad. Pero ¿a través de
qué se determina aquí el tipo original de disponibilidad? A través de la
pobreza, la castidad y la obediencia. Ahora tienen que reflexionar lo
siguiente: Dios exige de nosotros, los casados, lo mismo que de los religiosos ‒a nuestra manera‒ y a menudo de forma mucho más difícil.
Escuchar y obedecer: el consejo evangélico de
la obediencia. Y si piensan ahora […] en el voto de
obediencia, ¡santo Dios!, quisiera yo saber quién tiene que practicar más la
obediencia, si los casados o los religiosos. Creo que, si reúnen ustedes a
todos los casados en las ocasiones en que tienen que ser obedientes, dirán:
¡qué es esto frente a los religiosos! ¡Cuántas veces el esposo tiene que seguir
a la esposa aun a pesar de que él es el «señor de la creación»! ¡Cuántas veces
tiene la esposa que seguir al esposo, y cuán a menudo tienen que seguir ambos a
los hijos! Pienso que aquí tienen que observar, una vez más, cómo es la vida
matrimonial. […] ¿Quién ha de darnos la fuerza para llevar una vida semejante?
La santísima Virgen desde el santuario. ¿Ven? Esto es lo que significa espíritu
del poder en blanco.
J. Kentenich, 14.01.1957, en Am Montagabend, t. 5,
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