Vivir el «espíritu de los votos»
significa para el padre Kentenich vivir según los «consejos evangélicos» a la
manera que corresponde a un laico sin el vínculo directo a través de un voto.
El siguiente texto está dirigido a maestras en el marco de una jornada
pedagógica.
¿Dónde radica la maternidad [o, también, la paternidad],
desde un punto de vista psicológico? En una fuerte consciencia de
responsabilidad por la vida ajena en desarrollo: primeramente, por la vida
divina y, sobre todo, por toda la vida natural de aquellos que me han sido
confiados. Por lo tanto, ¿cuándo me educaré para esta profunda consciencia de
responsabilidad? Cuando yo misma aprenda a considerar la vida divina como el
valor más alto de mi vida. Ahora bien, esto lleva a consecuencias muy serias.
Si yo misma considero la vida divina como lo supremo de
mi vida, no me queda más opción que luchar por el espíritu de los votos,
aspirar al espíritu de los votos [= espíritu de los consejos evangélicos]. En
efecto, esa es la expresión de la fuerte valoración de la vida divina en mí.
¿Qué tendría que hacer, por tanto? Practicar el espíritu de los votos, el
espíritu de pobreza, el espíritu de humildad y el espíritu de pureza. En la
medida en que lo haga me iré adentrando crecientemente en el círculo de la responsabilidad.
Modo de vida sencillo: espíritu de pobreza. De
modo que, si quiero ser madre hasta la médula, no debo contentarme diciendo:
tengo mi sueldo y puedo hacer con él lo que quiera. ¡Espíritu de pobreza! O,
dicho de otro modo: un modo de vida sencillo es hoy muy esencial si queremos y
debemos tener influencia.
Un modo de vida sencillo. ¿Cómo están las cosas conmigo
en cuanto a ese modo de vida sencillo? Miren: ¿qué sentirán nuestros hijos si
nosotros vivimos a todo tren? Entonces seguramente perderemos la influencia
[positiva]. Si realmente valoro, aprecio mucho la vida divina en los demás y en
mí mismo, daré todo lo que tengo para servir a los demás, es decir, llevaré una
vida sencilla. ¿Lo hago realmente? ¿Lo considero como una autoeducación
pedagógicamente efectiva? ¿O pienso solamente en que debo ser santo y por eso
lo hago? No debo hacerlo por tendencia apostólica, eso es una obviedad. Tengo
que ser una persona de una sola pieza. Soy educadora y, por lo tanto, no hay
otra forma. Por eso vivo de modo tan sencillo.
Escuchar a Dios: espíritu de humildad. Si
Dios ha hecho de mí una educadora, una superiora ‒o
comoquiera que se lo designe‒ ¿entonces qué? Entonces debo tener siempre la
consciencia de mi propio desvalimiento. ¡Espíritu de humildad! Otras son mucho
mejores. Podrán
otras tener cualidades mucho mejores, pero no por eso deben ustedes decirse que
no les es lícito
[…] [exigir nada], que son peores que las
demás. No, tengo que hacerlo todo desde una
actitud de humildad: Dios me ha regalado esta gran responsabilidad; por eso,
con profunda humildad y con una gran dependencia del Dios poderoso, que es el
auténtico educador, quiero cumplir mi tarea y ayudar a salvar [a otras
personas].
Vivir con originalidad natural: espíritu de
pureza. Si es verdad que el educador que más satisface la
necesidad de cobijamiento del [educando], el que más colma su consciencia de
cobijamiento, es el que se ha arraigado en un mundo trascendente, entonces
tengo que decir lo siguiente: si somos personas puras, estamos arraigadas en el
mundo trascendente. Desde luego, la pureza no debe ser gazmoñería, sino que
tiene que ser una pureza con espontánea naturalidad. Si la naturaleza de la
mujer está arraigada en la pureza, entonces es evidente que un montón de hijos
[o hijas] se sentirán cobijados en ella. Hay muchas personas que solamente
pueden satisfacer su necesidad de cobijamiento en seres humanos que son firmes
como una roca. Y ese fluido misterioso está asegurado de la mejor manera cuando
el alma está inmersa en pureza.
Estas son cosas esenciales para nuestra sabiduría y
praxis educativa, aquí desde una perspectiva puramente ascética. Por eso, todo
aquello que yo haga ‒y
quiero expresarlo con toda sencillez‒
cuando estoy en la cama, cuando como y bebo, cuando estoy solo, lo que hacemos
cuando estamos en nuestras horas tranquilas para ser una personalidad
plenamente madura reviste la importancia más
fundamental para toda nuestra educación.
En todo ello estoy creando esa originalidad natural, esa espontaneidad en todo
mi ser. Lo que hago solamente por propósitos no tiene mucho valor cuando estoy
frente a los míos. Todo lo que crea la naturalidad de mi ser, lo que la forma,
actúa sobre el destinatario de nuestra educación de una manera que hasta ahora
seguramente hemos subestimado.
En síntesis, para poner un punto final: estamos viendo la
gran línea en el educador. ¿Cuál es esa gran línea? Por mi pueden ustedes
olvidar todo de nuevo, pero no deben olvidar esto, la gran impresión: tengo que
trazar en mi vida la única gran línea, y esa línea se llama maternidad
sacerdotal. En la medida en que me eduque para ello, seré capaz y madura para
educar hijos de Dios. En la medida en que me eduque para ello, seré natural,
ingenua [en el sentido positivo de la palabra], sobrenatural, y adquiriré una
influencia que no puede ser sustituida por ninguna otra cosa.
J. Kentenich, 28 al 31.05.1931, en Ethos und Ideal
in der Erziehung, 178-181