Amar las cosas.
Ahora vienen […] todos los inventos técnicos e
industriales modernos. Todos los bienes terrenos se producen hoy en día
masivamente. El mundo en cuanto tal se vuelve más atractivo. Y después se dice
que nosotros como católicos buscamos nuestra gloria, nuestra grandeza, en
despreciar el mundo. Mientras tanto son los otros, los no católicos, los que
realizan las grandes conquistas. ¿Y nosotros? Nosotros nos quedamos sentados en
algún rincón. Entonces, los inventos los realizan ellos, y ellos saben aprovechar
los inventos para llegar industrialmente a las alturas. ¿Y nosotros? ¡En algún
rincón! ¿Qué es esto?
Entenderán ustedes que ahora está llegando a todo el
catolicismo un sentimiento de vida totalmente nuevo. Es el sentimiento de vida
de la humanidad actual en su conjunto, que se extiende también al campo
católico.
¿Cuál es el resultado? Tenemos que situar más en primer
plano las cosas terrenas. Tenemos que mostrarle al laico un camino para que
sepa
cómo aceptar las cosas terrenas,
cómo utilizar las cosas terrenas,
cómo apreciar las cosas terrenas, y
cómo llegar a ser santo a través de las cosas terrenas.
[…]
Como laicos tenemos que entrar en el mundo. Tenemos que
lidiar con las cosas terrenas. Como laicos no hemos sido creados para huir de
las cosas terrenas. Más aún, hasta tenemos que aprender de nuevo a amar las
cosas terrenas. O sea, amar también el dinero y los bienes, amar la belleza de
la naturaleza humana, o el arte y la ciencia.
En efecto, tenemos que tratar con las cosas. Por eso hay
en el catolicismo una corriente peculiar como no la hemos experimentado nunca
en esa medida en toda la historia de la Iglesia. Por eso, necesitamos una
piedad específicamente laical. ¿Cómo es mi piedad en cuanto laico?
A través de las cosas ‒por ejemplo, de la técnica, de la economía‒ encontrar el camino hacia a
Dios.
Por ejemplo, si tengo una hijita que es religiosa, o, por
ejemplo, un hijo que es sacerdote, en especial, religioso, ¿he de estar mirando
siempre de reojo y decir: lo que él haga, lo haré yo también del mismo modo?
No: yo tengo que estar orgulloso de tener una piedad laical. [Hijo,] tú debes
tener y vivir tu propia piedad, tu piedad monástica.
Hoy en día se percibe que, si el laico no aprende eso, el
catolicismo puede ir haciendo las maletas. ¿Qué quiere decir esto? Los
religiosos ya no pueden entrar en el mundo. Nosotros, [por el contrario],
entramos en el mundo. Si ahora nosotros mismos no amamos correctamente el mundo
y no enseñamos a otros a utilizar correctamente el mundo, ¿qué efecto eso para
el catolicismo?
Como ven, por esa razón se oye el clamor por el
apostolado laical. Sin duda, ahora se dirá: ¡Apostolado laical, yo me apunto!
¿Qué es lo que tiene que hacer la gente? Comulgar más a menudo, querer a la
santísima Virgen. Todo eso es correcto, pero no acierta en el núcleo más
central. Nosotros tenemos que mostrar a través de nuestro ser cómo se puede
amar el mundo, se pueden amar especialmente todas las nuevas conquistas en el
campo de la técnica y de la economía y, a través de esas cosas, llegar a Dios. ¿Comprenden
la gran tarea que hay detrás de eso?
J.
Kentenich, 16.01.1961, en Am Montagabend, t. 20, 23 ss.
En Schoenstatt aspiramos a un nuevo tipo de piedad. ¿Cómo
hemos de hacerlo? ¿Debo decir, como hombre: mi mujer es una telaraña y yo la
mosca que fue atrapada en ella? ¡No! Con el alcohol y otras cosas es lo mismo.
¿Se puede llegar a ser santo en nuestro mundo moderno? La
santísima Virgen quiere llevarnos por la alianza de amor hasta la cumbre de la
montaña de la santidad. Las cosas materiales, correctamente utilizadas, deben
ayudarnos y tienen que ayudarnos en ese camino. ¿Qué camino hemos de elegir
para escalar lo más rápido posible la montaña de la santidad? […] Nosotros
tenemos una visión inversa respecto de lo que enseñaban los antiguos Padres.
[…]
Hace años tuve la posibilidad de predicar ejercicios
espirituales a los trapenses. En sus misas solemnes cantaban gregoriano, pero
muy simple, sin variaciones, porque, de lo contrario, sería una lisonja para
los oídos. Su capilla es muy simple, no hay en ella nada superfluo. No tienen
flores ni otra decoración. No quieren nada que produzca alegría a los ojos o a
los oídos.
En nuestro caso es diferente. Nosotros utilizamos las
cosas y vemos detrás de ellas a Dios. Ellas deben conducirnos a él.
Preguntémonos qué podemos hacer nosotros para acercarnos a Dios a través del
mundo y de las cosas terrenas. Por nuestra alianza de amor debemos aspirar a
cultivar en medio del tiempo moderno un vivir constantemente en la presencia de
Dios. Para ello necesitamos un camino nuevo.
San Francisco de Sales nos ha señalado el camino por el
cual podemos permanecer en el mundo y utilizar las cosas creadas para llegar a
ser santos.
J. Kentenich, 30.04.1956, en Am Montagabend, t. 2, 142
ss.