viernes, 22 de noviembre de 2024

TOTAL E INDIVISAMENTE TÚ

Total e indivisamente tú: el consejo evangélico de la castidad

Si piensan en la castidad, ¿qué quiere el voto de castidad? Que no me aferre a un ser humano, que Dios no quede así en desventaja. Por eso los religiosos renuncian al matrimonio, a fin de no atarse tanto a un ser humano. En virtud del matrimonio no solo podemos, sino que también tenemos que regalarnos especialmente el uno al otro. Nos damos mutuamente un derecho al cuerpo. Pero ahora tienen que reflexionar cómo Dios cuida de que, aun así, el amor mutuo eleve siempre de nuevo hacia él. Por eso las muchas decepciones de uno respecto del otro, por eso los muchos malentendidos, por eso el enfriamiento, por períodos, de la mutua relación de amor.

Es algo grande si decimos: hace ya veinticinco años que estamos casados y hemos permanecido fieles en nuestro amor. Pueden estar completamente seguros de que, si han permanecido fieles el uno al otro, ese amor está también inmerso en el amor de Dios. El sentido de la castidad, del voto de castidad, lo tenemos que vivir también nosotros. Dios nos fuerza simplemente a hacerlo, y esto debemos tenerlo siempre presente. Entonces notamos cómo Dios, a pesar de todo, nos atrae más y más hacia sí.

Aunque puedo decirle también a mi esposa tuus sum [tuyo soy], eso no constituye impedimento alguno para el Patris atque Matris sum [pertenezco al Padre y a la Madre]. Es como si Dios hubiese «bajado» a mi esposa para que yo me vinculara a ella y él me izara, después, junto con mi esposa hacia lo alto. Para que yo no permanezca abajo: para eso están las decepciones de uno respecto del otro. Para que yo realmente suba con mi esposa hacia lo alto, él llama la atención una y otra vez hacia sí. Me muestra que no hay amor humano que se sostenga si no está inmerso en el amor de Dios. Es un gran error pensar que el amor a Dios me es un impedimento para el amor conyugal, para la intimidad; ¡de ninguna manera!

J. Kentenich, 14.01.1957, en Am Montagabend, t. 5, 50

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

EL CONSEJO EVANGÉLICO DE LA POBREZA: En libertad interior, vincularse y desprenderse

Amar las cosas.

Ahora vienen […] todos los inventos técnicos e industriales modernos. Todos los bienes terrenos se producen hoy en día masivamente. El mundo en cuanto tal se vuelve más atractivo. Y después se dice que nosotros como católicos buscamos nuestra gloria, nuestra grandeza, en despreciar el mundo. Mientras tanto son los otros, los no católicos, los que realizan las grandes conquistas. ¿Y nosotros? Nosotros nos quedamos sentados en algún rincón. Entonces, los inventos los realizan ellos, y ellos saben aprovechar los inventos para llegar industrialmente a las alturas. ¿Y nosotros? ¡En algún rincón! ¿Qué es esto?

Entenderán ustedes que ahora está llegando a todo el catolicismo un sentimiento de vida totalmente nuevo. Es el sentimiento de vida de la humanidad actual en su conjunto, que se extiende también al campo católico.

¿Cuál es el resultado? Tenemos que situar más en primer plano las cosas terrenas. Tenemos que mostrarle al laico un camino para que sepa

cómo aceptar las cosas terrenas,

cómo utilizar las cosas terrenas,

cómo apreciar las cosas terrenas, y

cómo llegar a ser santo a través de las cosas terrenas. […]

Como laicos tenemos que entrar en el mundo. Tenemos que lidiar con las cosas terrenas. Como laicos no hemos sido creados para huir de las cosas terrenas. Más aún, hasta tenemos que aprender de nuevo a amar las cosas terrenas. O sea, amar también el dinero y los bienes, amar la belleza de la naturaleza humana, o el arte y la ciencia.

En efecto, tenemos que tratar con las cosas. Por eso hay en el catolicismo una corriente peculiar como no la hemos experimentado nunca en esa medida en toda la historia de la Iglesia. Por eso, necesitamos una piedad específicamente laical. ¿Cómo es mi piedad en cuanto laico?

 

A través de las cosas por ejemplo, de la técnica, de la economía encontrar el camino hacia a Dios.

Por ejemplo, si tengo una hijita que es religiosa, o, por ejemplo, un hijo que es sacerdote, en especial, religioso, ¿he de estar mirando siempre de reojo y decir: lo que él haga, lo haré yo también del mismo modo? No: yo tengo que estar orgulloso de tener una piedad laical. [Hijo,] tú debes tener y vivir tu propia piedad, tu piedad monástica.

Hoy en día se percibe que, si el laico no aprende eso, el catolicismo puede ir haciendo las maletas. ¿Qué quiere decir esto? Los religiosos ya no pueden entrar en el mundo. Nosotros, [por el contrario], entramos en el mundo. Si ahora nosotros mismos no amamos correctamente el mundo y no enseñamos a otros a utilizar correctamente el mundo, ¿qué efecto eso para el catolicismo?

Como ven, por esa razón se oye el clamor por el apostolado laical. Sin duda, ahora se dirá: ¡Apostolado laical, yo me apunto! ¿Qué es lo que tiene que hacer la gente? Comulgar más a menudo, querer a la santísima Virgen. Todo eso es correcto, pero no acierta en el núcleo más central. Nosotros tenemos que mostrar a través de nuestro ser cómo se puede amar el mundo, se pueden amar especialmente todas las nuevas conquistas en el campo de la técnica y de la economía y, a través de esas cosas, llegar a Dios. ¿Comprenden la gran tarea que hay detrás de eso?

J. Kentenich, 16.01.1961, en Am Montagabend, t. 20, 23 ss.

En Schoenstatt aspiramos a un nuevo tipo de piedad. ¿Cómo hemos de hacerlo? ¿Debo decir, como hombre: mi mujer es una telaraña y yo la mosca que fue atrapada en ella? ¡No! Con el alcohol y otras cosas es lo mismo.

¿Se puede llegar a ser santo en nuestro mundo moderno? La santísima Virgen quiere llevarnos por la alianza de amor hasta la cumbre de la montaña de la santidad. Las cosas materiales, correctamente utilizadas, deben ayudarnos y tienen que ayudarnos en ese camino. ¿Qué camino hemos de elegir para escalar lo más rápido posible la montaña de la santidad? […] Nosotros tenemos una visión inversa respecto de lo que enseñaban los antiguos Padres. […]

Hace años tuve la posibilidad de predicar ejercicios espirituales a los trapenses. En sus misas solemnes cantaban gregoriano, pero muy simple, sin variaciones, porque, de lo contrario, sería una lisonja para los oídos. Su capilla es muy simple, no hay en ella nada superfluo. No tienen flores ni otra decoración. No quieren nada que produzca alegría a los ojos o a los oídos.

En nuestro caso es diferente. Nosotros utilizamos las cosas y vemos detrás de ellas a Dios. Ellas deben conducirnos a él. Preguntémonos qué podemos hacer nosotros para acercarnos a Dios a través del mundo y de las cosas terrenas. Por nuestra alianza de amor debemos aspirar a cultivar en medio del tiempo moderno un vivir constantemente en la presencia de Dios. Para ello necesitamos un camino nuevo.

San Francisco de Sales nos ha señalado el camino por el cual podemos permanecer en el mundo y utilizar las cosas creadas para llegar a ser santos.

J. Kentenich, 30.04.1956, en Am Montagabend, t. 2, 142 ss.

  

viernes, 8 de noviembre de 2024

ESCUCHAR Y OBEDECER: el consejo evangélico de la obediencia

El espíritu del poder en blanco es el espíritu de la perfecta disponibilidad recíproca entre nosotros y el Padre del cielo y la santísima Virgen. […]

Ahora solo tenemos que vivirlo en serio. Como ven, ahora podríamos permanecer largo, largo tiempo en este punto. ¿Qué tenemos que hacer, día a día y noche a noche? Permítanme decirles: primero, escuchar; segundo, obedecer.

¿Qué significa escuchar? Esto es lo difícil para nosotros, hombres de hoy. Estamos tan acostumbrados al camino habitual que hemos seguido desde tiempos inmemoriales que, cuando viene el viento y sacude la casa, nos ponemos interiormente inquietos e inseguros y tenemos todos angustia frente a esa inseguridad. Allí la consigna es conservar la movilidad y estar siempre a la escucha: ¿qué quiere Dios? ¿Qué quiere él ahora de mí? […] En todas las situaciones: Patris atque Matris sum [yo pertenezco al Padre y a la Madre].

Ahora no sé si comprenden todo el alcance de estas pocas palabras. Todos lo notamos: la humanidad actual está nerviosa hasta la punta de los dedos; más aún: todos estamos nerviosos. Eso forma parte de todo hombre moderno «como se debe». Pero ¿de dónde viene ese nerviosismo? Por un lado, de que tenemos que absorber un sinnúmero de impresiones que no podemos procesar interiormente. Por eso es prudente que nos digamos: renunciamos a ciertas impresiones que vienen de fuera. Por eso, no estoy todo el día prendido a la radio y a la televisión. No participo en todo lo que la vida moderna ofrece. ¿Quién puede soportar, procesar interiormente todo eso? Sobre todo, nuestros pobres niños, ¡qué nerviosos tendrán que estar! Les llega una impresión tras otra, y ninguno de los niños puede procesarlas.

Seguridad de péndulo. Una vez más: ¿de dónde proviene que estemos tan nerviosos? Permítanme exponerles dos expresiones que he utilizado a menudo en Alemania. Suenan raras. La primera dice: «seguridad de péndulo». ¿Pueden imaginarse un péndulo? Puedo jugar con él haciéndolo oscilar de un lado al otro. ¿Cuál es la otra seguridad? Hay una expresión jocosa: existe una cierta «seguridad de caja» la caja está apoyada abajo, en el suelo. Dios nuestro Señor quiere quitarnos a todos esta seguridad de caja y nos sacude y zarandea a través de las circunstancias. ¿Qué quiere regalarnos? Seguridad de péndulo. ¿Qué significa seguridad de péndulo? Exactamente lo que quiere el poder en blanco: que yo salte a la mano de Dios. Allí estoy seguro. Patris atque Matris sum [yo pertenezco al Padre y a la Madre]. Haz conmigo lo que quieras.

¿Qué quiere Dios de nosotros, entonces? Debemos estar a la escucha de lo que él quiera en cada caso, de lo que él quiera de nosotros a cada segundo. ¿Cómo me lo da a entender? En parte por mociones interiores, en parte a través de otras circunstancias. ¿Lo ven? Esto es santidad. Pero una santidad semejante implica siempre una enorme cantidad de inseguridades terrenas. ¿Y qué exigen las inseguridades terrenas? Que demos el salto hacia arriba, hacia la seguridad divina. […]

Cuanto más inseguras son las circunstancias terrenas, tanto más quiere Dios que yo dé el salto a lo que hemos denominado seguridad de péndulo. ¡Fuera con la seguridad de caja! ¡A la seguridad de péndulo! ¿Qué presupone esto? Que yo esté a disposición de Dios, el Padre, y de la santísima Virgen. Ellos pueden hacer conmigo lo que quieran. Pero yo estoy convencido de que el Padre y la Madre se portarán paternal y maternalmente conmigo. Eso significa que también ellos están a disposición mía: ellos están allí para mi bien. […]

A este escuchar sigue ahora el obedecer. Es decir que cuando he reconocido de este modo la voluntad del Padre, le digo siempre: «Sí, Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor».

Esto es lo más esencial para el tiempo actual. Al comienzo dije que nuestra piedad asume formas algo diferentes de, por ejemplo, la de los religiosos. Aun así, hay muchísimas semejanzas. Para empezar: los religiosos también tienen que luchar por esta disponibilidad. Pero ¿a través de qué se determina aquí el tipo original de disponibilidad? A través de la pobreza, la castidad y la obediencia. Ahora tienen que reflexionar lo siguiente: Dios exige de nosotros, los casados, lo mismo que de los religiosos a nuestra manera y a menudo de forma mucho más difícil.

Escuchar y obedecer: el consejo evangélico de la obediencia. Y si piensan ahora […] en el voto de obediencia, ¡santo Dios!, quisiera yo saber quién tiene que practicar más la obediencia, si los casados o los religiosos. Creo que, si reúnen ustedes a todos los casados en las ocasiones en que tienen que ser obedientes, dirán: ¡qué es esto frente a los religiosos! ¡Cuántas veces el esposo tiene que seguir a la esposa aun a pesar de que él es el «señor de la creación»! ¡Cuántas veces tiene la esposa que seguir al esposo, y cuán a menudo tienen que seguir ambos a los hijos! Pienso que aquí tienen que observar, una vez más, cómo es la vida matrimonial. […] ¿Quién ha de darnos la fuerza para llevar una vida semejante? La santísima Virgen desde el santuario. ¿Ven? Esto es lo que significa espíritu del poder en blanco.

J. Kentenich, 14.01.1957, en Am Montagabend, t. 5, 45-50