Ha llegado la Navidad del dos mil diecinueve. Queriendo
desear a mis lectores unas felices fiestas y un nuevo año pleno de bendiciones,
se me ha ocurrido hacerlo con algunos pensamientos del Padre Kentenich,
extraídos del texto de una homilía pronunciada el 25 de diciembre de 1963 para
la comunidad alemana de la parroquia de San Miguel de Milwaukee, la misma en la
que se reunía los lunes por la tarde con el grupo de matrimonios que ya
conocemos.
El pensamiento es simple, pero encierra en sí un misterio
insondable e inconcebible para nosotros: ¡Dios envuelto en pañales! Es el
mensaje que el ángel transmite a los pastores de Belén: que se pusieran en
camino y hallarían a un niño acostado en un pesebre, y que ese niño era Dios.
(Lc 2,15) “El Dios eterno
e infinito; el Dios de quien san Juan Evangelista dice que es Dios desde toda
la eternidad, Dios de Dios, Luz de Luz (cf. Jn 1,9), de quien sabemos que es el
eje de la historia de salvación y de la historia universal.” El Dios infinito …… ¿envuelto en pañales?
La inquietud que el hecho produjo en algunos protagonistas
del momento – Herodes y los sacerdotes del templo – sigue repitiéndose en
nuestros tiempos: es algo tan inconcebible que hay que eliminarlo, quitarlo de
nuestro horizonte. Dios no existe, ni allá arriba, ni acá abajo, ni rodeado de
gloria, ni mucho menos envuelto en pañales y recostado en un pesebre. ‘Escándalo
para los judíos y necedad para los gentiles’, escribirá Pablo a los
Corintios en una de sus cartas. El Padre Kentenich cita a uno de los primeros
herejes de la cristiandad, Marción, que meneando su cabeza declaraba, de modo
tajante, que no quería ningún Dios envuelto en pañales, sino uno revestido de
majestad; un Dios que desplegase en todo momento todo su poder.
¿Qué significa para nosotros ese Dios en pañales
recostado sobre un pesebre? ¿Cómo es esa imagen divina que se nos aparece sobre
las pajas del pesebre?
“Dios se nos
desvela como el Dios de un amor divino inconmensurable y divinamente
misericordioso; como el Dios de un amor que, de modo inconmensurable, se abaja
y se aproxima a nosotros; como el Dios de un amor inconmensurable que en su
divina sabiduría excede todo límite.
El amor que el
Dios humanado nos manifiesta en Belén es un amor inconcebiblemente condescendiente.
El Hijo de Dios asume la naturaleza humana y, por lo tanto, abandona la gloria
del cielo. «Et Verbum caro factum est» (Jn 1,14)… "Y la Palabra se hizo
carne". Pero ello no le bastó, sino que tomó además una naturaleza humana
sujeta al sufrimiento. Él quería ser capaz de sufrir y por eso asume una
naturaleza humana totalmente desvalida como lo es la de un niño recién nacido.”
Ese Dios envuelto en pañales, y más
tarde clavado en la cruz, es el que quiere nacer ahora de nuevo en nosotros.
San Pablo sufría dolores de parto porque quería ver a Cristo formado en los
suyos (Gal 4,19). Anhelemos y luchemos para que Cristo nazca en nosotros, para
que podamos decir también que ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo quien
reina plenamente en cada uno de nuestros corazones.
El Padre Kentenich dirá en otra
charla que en esto consiste la santidad, en alcanzar la madurez de la plenitud
de Cristo.
“Vivamos pues
con esa actitud: "Y no vivo yo…" Sí; esta naturaleza ya no vive más,
sino que es Cristo quien vive plenamente en mí. Las palabras de san Pablo no
significan que Cristo reina sólo "un poco" en nosotros, sino que
Cristo reina plenamente en nosotros. San Pablo siempre apunta a una sola cosa:
Cristo en nosotros y nosotros en Cristo; nosotros en Cristo de manera perfecta
y Cristo en nosotros de manera perfecta.”
Mi felicitación cordial a mis
lectores en estas fiestas navideñas, y el deseo de que todos lleguemos a ser,
en plenitud, imágenes de Cristo, tal como lo fue María.
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Para leer o escuchar alguno de los dos
textos mencionados del libro “CRISTO ES MI VIDA” de la Editorial Patris, haz
'clic' en el "Enlace" correspondiente: