miércoles, 15 de junio de 2011
Fuente del amor
Texto del Padre Fundador
¿Qué es el amor? Es una santa inclinación encendida por el Espíritu Santo. En virtud de ella, el alma con todos sus deseos e impulsos se vincula a Dios y conserva continuamente esa unión con él. Con estas palabras podríamos entonces definir el amor sobrenatural, ateniéndonos a la tradición de una ascética y mística sanas.
¿Dónde radica la fuente del amor? ¿Quién es el que lo enciende? El Espíritu Santo. No olviden que es el Espíritu Santo quien debe encender ese amor en nosotros. Así lo consigna expresamente la Sagrada Escritura: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5). El manantial del amor, la fuente del amor de Dios es el Espíritu Santo: Veni, Sancte Spiritus! ¡Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu amor!
En este punto observamos una diferencia muy importante: el amor natural se nutre de estímulos y valores puramente naturales. En cambio el amor sobrenatural debe ser encendido por el Espíritu Santo. Estamos insertados en este mundo, todos nuestros órganos están arraigados en él. De ahí que los estímulos del mundo exterior lleguen en gran cantidad al corazón a través de la puerta de los sentidos. No es de extrañar entonces que hoy haya tantas cosas que traten de granjearse nuestro amor. Por otra parte, las exigencias del amor puramente instintivo conmueven con facilidad al amor sobrenatural. Si queremos estar realmente encendidos en nuestro fuero más íntimo por lo sobrenatural, por Dios y lo divino, y conservar así mismo ese fuego, tengamos siempre presente cuál es el manantial del amor: el Espíritu Santo.
(Texto tomado de: 'Der Heilige Geist und das Reich des Friedens', retiro de agosto de 1930. Ver: 'Soy el Fuego de Dios – Textos sobre el Espíritu Santo', Pág. 62, Editorial Patris, Chile)
Comentario:
El fundador de Schoenstatt se encargó de enseñar a sus hijos que el cristianismo es en primer lugar una comunicación de vida. La comunicación de verdades viene después y apoya a la primera. No es de extrañar, por lo tanto, que en su conducción paternal y en su predicación proclamara incesantemente al Espíritu Santo como la persona que crea vida, que comunica la vida entre el Padre y el Hijo, y que definiera y rezara también al Espíritu Santo como el alma de la Iglesia y el alma de nuestras almas. El Espíritu Santo es para el P. Kentenich el principio creador, animador y ordenador de la vida. Siguiendo el pensamiento paulino está convencido de que el Espíritu es quien nos regala y comunica la intimidad con Cristo y con el Padre. De esta forma nos lo muestra como el educador por excelencia a la hora de transformar nuestra vida en una vida de amor que nos lleva a esa intimidad. Si sabemos que Dios hace todo por amor y que su meta última es la unión definitiva con el hombre en el amor, debemos agradecer a nuestro fundador que nos presente hoy cuál es la fuente y el manantial adonde podemos beber el agua viva que necesitamos para nuestra santidad. Aquella que según Juan 4:14 “brota para la vida eterna”. Imploremos incesantemente al Espíritu Santo, para que sea Él nuestro “Guía” en el camino hacia el Padre.
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