La peregrinación es la historia de nuestra vida, nuestro drama, ese drama que
Dios protagoniza en nosotros, con nosotros y a través de nosotros. […] ¿Fue una
peregrinación difícil la que hemos hecho? En parte, ustedes me dirán,
presumiblemente: en su momento sentimos que era terriblemente difícil, pero
ahora es casi como si lo hubiésemos olvidado todo. Ahora ya casi ni sabemos qué
difícil fue todo. Primero tenemos que traerlo de nuevo reflexivamente a la
memoria. […]
Desde luego, es un proceso de vida sumamente hermoso que
hayamos crecido hasta adentrarnos tanto en el plan [de Dios], que hayamos
intervenido de tal manera como actores o dejado que el Dios eterno haya sido
protagonista en nosotros que, a posteriori, lo consideremos casi como evidente.
Pero ahora creo poder decir que deberíamos llenar de contenido y regustar cada
palabra, también las que provienen de las vivencias pasadas. Es decir, valdría
la pena preguntarse: ¿Cómo fueron las dificultades que hasta ahora hemos podido
superar en este drama? ¿Cómo fueron las dificultades que pesaron sobre nuestras
espaldas como cargas tremendas? Sería realmente una pena que lleváramos o
arrojáramos todo eso tan fácilmente al abismo del pasado. […]
Por eso: regustar esas dificultades no para quedarse
enganchados en ellas, sino para ver en esas dificultades y detrás de ellas a
Dios, para que, gustando, degustando y regustando las dificultades,
experimentemos también al mismo tiempo toda la grandeza de la intervención
divina. […] En efecto, nos hemos acostumbrado a regustar todos los
acontecimientos y las vivencias del día que termina. […] ¿Por qué debemos
regustarlo? Es siempre lo mismo: para descubrir en nuestra vida y en la vida de
la familia el dedo de Dios, la mano de Dios, y besarla. […] ¿A qué Dios se hace
aquí referencia? Al Dios que ha diseñado mi peregrinación como un plan, al Dios
que ha ayudado a realizarlo y que, a través de esa peregrinación, ha querido
guiarme, llevarme, conducirme a su propio corazón.
¿Perciben qué es lo importante para mí? […] Es siempre,
siempre, siempre, la tarea central que creo haber recibido de Dios: anunciar en
todas partes el Dios de la vida. ¿Se hace aquí referencia al Dios de la vida?
¡En verdad, eso está suficientemente claro! […]
Dios se ha mostrado grande y sabio en la guía, dirección
y conducción de esa peregrinación. Él es el Dios de la vida. […] Él ha tenido
siempre de alguna manera mi peregrinación en sus manos, él la ha planeado y ha
peregrinado conmigo.
No quedarse enganchado, sino regresar a casa.
¿Por qué fue difícil la peregrinación? Vista más desde fuera, pudimos decir: De
alguna manera, Dios nos ha enviado desde su corazón al mundo y quiere acogernos
nuevamente en su corazón. Venimos del corazón de Dios como nuestra morada. Dios
nos ha enviado al mundo, pero, peculiarmente, lo ha hecho de tal manera que
debamos llevar con nosotros esa morada. Debemos llevar con nosotros a Dios como
«morada», pero, en última instancia, de una forma inimaginable, él quiere
hacernos entrar de nuevo en la morada eterna, en su propio corazón.
Ahora bien, a causa de la índole sensible, así como de la
rotura de nuestra naturaleza, existe el peligro de que confundamos los
hospedajes aquí en la tierra con el hogar primordial; de que tendamos a
quedarnos pegados, a apegarnos a puestos y a personas. Debemos apegarnos, pero
no esclavizarnos: ni a personas ni a cosas ni a cargos y cosas semejantes.
Ahora bien, Dios es sabio. […] ¡Qué sabio es Dios! Él conoce nuestras
debilidades, por eso hace su juego, pero un juego del desapego para ganar el
juego de la vinculación. ¡El juego del desapego! Él me desapega, yo solo no
puedo. Ahora ustedes tienen que ver la naturaleza rota que, en sí, tiene la
tarea de, proviniendo del corazón de Dios, estar en el corazón de Dios y
regresar al corazón de Dios. Creo que si ustedes lo toman de ese modo
comprenderán las expresiones. Esa es nuestra tarea central. Resumiendo,
entonces: Dios quiere facilitamos el no confundir las cosas terrenas, los
bienes terrenos, las moradas terrenas, con el hogar eterno, con el Eterno, el
Infinito. […] Lo que he dicho ahora con validez general tienen que aplicarlo
ustedes a nuestras dificultades. Y preguntarse: ¿ha alcanzado Dios el objetivo?
J.
Kentenich, 26.11.1965, en Rom-Vorträge, 108 ss.
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