1) La vida es una única gran peregrinación;
2) planeada por Dios, guiada por Dios y conducida hacia
Dios. […]
3) La vida es una peregrinación en la que Dios se muestra
infinitamente grande y sabio,
4) una peregrinación que Dios planea y lleva a cabo de
forma totalmente original. […]
[Cristo dice:] «Salí del Padre y he venido al mundo; otra
vez dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28). Lo que él dice ahí de sí mismo
significa, sin duda, lo mismo que «peregrinación». Por donde voy o donde estoy
no tengo un hogar último. Aunque posea un terreno maravilloso, aunque
experimente en mi entorno una atmósfera paradisíaca, el sentido de la vida no
es permanecer aquí. Salí del Padre, vine al mundo, regreso al Padre. Regreso:
es decir, no es aquí mi última meta. Piensen en el viejo patriarca: «Muchos han
sido los años de mi peregrinación en la tierra, pero muy pecaminosos y pobres»
(cf. Gn 47,9). El concepto de «peregrinación» es algo enormemente grande y
significa para nosotros algo evidente. […]
Somos peregrinos.
¿Por qué ha cuidado Dios en su sabiduría de que la peregrinación se hiciese
difícil? […] ¿Cómo fue el pasado? ¿Fue una peregrinación? ¿Conservamos [en
aquel momento] la consciencia de que no debíamos apegarnos a la tierra, a las
circunstancias, de que todo no es más que un paso, pero transitus Domini,
paso del Señor?
¡Una peregrinación difícil! ¿Cuál es la intención
profunda que Dios asocia a ello? Quien sepa qué rápido se esclaviza nuestro
corazón ‒creado, en última instancia, para lo más alto que pueda imaginarse, para el
mismo Dios vivo‒
sabrá que es difícil comportarse correctamente en esta
peregrinación.
Dios nuestro Señor
sabe cómo es eso. Habiéndonos creado como seres sensitivos y
colocado en un mundo sensible, sabe que, muy pronto, la vinculación […] se
vuelve servil, que a menudo confundimos a la criatura con Dios, que nos
colocamos nosotros mismos en el lugar de Dios, que nos vinculamos a nosotros
mismos. Y a fin de facilitamos el reconocimiento de su intención cuida de que,
si bien en las distintas estaciones de nuestra vida durante esta peregrinación
las cosas pueden ser a menudo bien bonitas, se tornen difíciles cuando desde
los más distintos frentes llegan dificultades tras dificultades.
Estas nos recuerdan siempre de nuevo: este no es tu
último hogar. No debes quedarte enganchado aquí; Dios nuestro Señor llama. Del
mismo modo como dijimos antes mediante la imagen de la procesión: Procedamus.
Sigamos, sigamos, sigamos [caminando].
La última estación es siempre Dios, el eterno, el
infinito. […] En definitiva, todo lo terreno, también todo amor puramente
terreno, tiene que decepcionarnos. ¿Por qué? Hacia el hogar, hacia el Padre va
el camino. Para que no olvidemos jamás que somos peregrinos.
J. Kentenich,
24.11.1965, en Rom-Vorträge, 85-94
¿Por qué peregrinar? [Al
peregrinar] se abre paso con fuerza y de forma plástica una gran tendencia […]:
¡Fuera de las meras ideas! ¡Hacia lo vigoroso, lo vital, lo sacrificado!
Ya he insinuado un par de veces lo que hace ahora nuestra
joven generación […] cuando pone en primer plano la peregrinación. ¡Una
caminata tras otra! Muy rápidamente los pies están llagados. […] Viven
pobremente, muchas veces de macarrones, algo de leche y pan.
Libres para Dios. Se
trata de llegar a estar completamente libres para Dios. Y no podemos estarlo si
no estamos vacíos de nosotros mismos: vacíos de la criatura y vacíos de
nosotros. […] Permítanme que les cuente con qué reciedumbre se realiza aquí el
camino de peregrinación a fin de recordarse a sí mismo y de recordarnos que la
vida es un camino de peregrinación, un camino de sacrificio, que no tenemos
aquí un lugar permanente.
Si lo tienen claro y después intentan averiguar
intelectualmente qué impulsos primordiales de la naturaleza humana se están
retomando, pienso que tendrían que decir lo siguiente:
En la peregrinación se retoman impulsos
primordiales de la naturaleza humana
El impulso itinerante. En
el hombre anida un impulso itinerante. En última instancia, es un itinerario
que va desde Dios hacia Dios.
El impulso religioso.
Tienen ustedes que escuchar cómo se hacen esas caminatas. Yo personalmente
habría considerado casi imposible que sacerdotes modernos lo lograran. Están
juntos en clave religiosa, y con toda alegría. De que nuestra religiosidad nos
hace naturalmente alegres, de que nos hace nuevamente capaces de alegrarnos de
verdad por pequeñas alegrías, estamos teniendo en estos días la prueba
concluyente. […]
[Los peregrinos] se unen religiosamente no solo en la
calle, sino también cuando rezan el rosario mientras peregrinan por Roma. […]
También realizan constantemente la meditación juntos; cada uno tiene que
presentar una meditación: expone lo que él mismo ha meditado. […] Muchas cosas
no son solamente reflexión personal, sino que ellos se encienden mutuamente.
Ellos han intentado realizar ‒por lo menos para ellos mismos‒ un tipo totalmente nuevo de ejercicios
espirituales. Ven la vida entera bajo el concepto de peregrinación. Rezan juntos como lo hacen los niños. Como he dicho, ¿dónde
encuentran ustedes eso todavía
hoy? Yo tampoco lo habría
considerado posible. […]
Sin duda, eso implica también
peligros, pero ¿notan
ustedes cómo,
de ese modo, se capta y colma a la persona entera? Esto es naturalidad espontánea, vitalidad. […]
El impulso comunitario.
Esta vez había entre ellos un participante al que se consideraba hipercrítico.
Primeramente, no quería tener nada que ver con ello, pero después se decidió a
participar y, más tarde, se convirtió en el mayor panegirista de las
peregrinaciones. Se sintió unido a los demás. Lo que antes trajo el movimiento
juvenil ha revivido aquí de nuevo, solo que con un ropaje más fuertemente
religioso.
J. Kentenich, 25.11.1965, en Rom-Vorträge, 88-92