miércoles, 8 de diciembre de 2010

Una misión común

Texto del Padre
“Hay que recordar, a modo de premisa, que a lo largo de toda la historia de la Familia yo jamás aparezco solo. Siempre lo hago, por un lado, en íntimo y vivo contacto con la Santísima Virgen y, por otro, jamás sin una semejante y muy íntima unión con los seguidores. Por eso con todo derecho puedo decir: Para mí el “Nada sin ti” se refiere no sólo a la Santísima Virgen sino también a los seguidores. Con razón se puede decir entonces que lo que se ha gestado constituye una obra común en el sentido aludido.
No he utilizado casual ni impensadamente la vida espiritual de mis seguidores como fuente de conocimiento y campo de siembra. No; siempre lo hice en plena conciencia de la existencia de un determinado plan divino. No se trató mera y fundamentalmente de una comunidad de trabajo. El fundamento fue siempre una comunidad espiritual profunda y abarcadora, un incomparable estar el uno en el otro, con el otro y para el otro. Vale decir, un proceso de vida animado de una energía creadora extraordinariamente poderosa. Así fue desde el principio.”
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre "Fundador y Fundación"  (1960) – Ver: Kentenich Reader, Tomo 1, Pág. 19 y 20)

Comentario
Con estas palabras, el Padre Fundador nos invita a verlo como cabeza de la familia religiosa que él fundó siguiendo los planes de la Divina Providencia, y a sentirnos corresponsables de esa fundación. Sus pensamientos nos recuerdan el “cuerpo místico” que es la Iglesia, que somos también nosotros como parte de esa Iglesia. Todos los miembros del cuerpo místico que es la Familia estamos vinculados en una íntima comunidad de destinos y somos  responsables por la misma misión. Se trata de la misión que Dios puso sobre los hombros del Padre Kentenich como primer actor de esta gran obra divina que es Schoenstatt. Así fue desde el principio con la generación fundadora y en presencia del Fundador, y así sigue siendo ahora con las nuevas generaciones tras la marcha del Padre a la eternidad. El proceso de vida al que hace referencia se inicia en él, en la persona del Padre de la Familia. El se hizo, como Pablo, “todo para todos”, reviviendo en su persona la suerte del Apóstol que decía a sus hijos colosenses: “Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Por eso nuestro Padre podrá escribir desde el campo de concentración de Dachau, crisol de su paternidad, aquellos versos que hoy repetimos sus hijos a menudo: “Estoy tan íntimamente ligado a los míos, / que yo y ellos nos sentimos siempre / un solo ser: / de su santidad vivo y me sustento / y, aun, gustoso estoy dispuesto a morir por ellos.”

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