Texto del Padre Fundador
Luego de finalizar los estudios, la labor de docente y educador le ofreció a mi espíritu la oportunidad de sumergirse más hondamente en la vida. Desde el punto de vista psicológico parece evidente que mi actitud trascendentalista, extraordinariamente fuerte, comenzara a compensarse con esa vinculación a la vida en todas sus ramificaciones, y que gracias a ese desposorio entre idea y vida, o bien gracias a una manera orgánica de vivir y de pensar, no sólo se alcanzara una plena sanación de la vida interior, sino que también la verdadera misión de mi vida (vencer la manera mecanicista de vivir y pensar) adquiriera perfiles muy nítidos. Si a ello se agrega el íntimo entrelazamiento con el amor a la Santísima Virgen, entonces se tendrá un panorama cabal de mi lucha por el tema del organismo. Durante mi adolescencia di lugar a esa tendencia metafísica de mi alma. Pero luego, y gracias al contacto con la vida, se desarrolló la capacidad de empatía y la fuerza plasmadora. La verdadera labor creativa que se fue desarrollando más y más en el transcurso de los años, consistió en la unión armónica entre orden natural y sobrenatural, y en su interacción.
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre „Fundador y Fundación” [1960] – Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 25 – Raíces de Schoenstatt en la infancia y juventud del P. Kentenich)
Comentario
Nuestro Fundador nos abre en estos textos su alma y nos regala una visión transparente de los procesos vitales a los que estuvo sujeto durante su juventud, y que fueron fundamentales para asumir su misión como fundador y educador de muchas personas, grupos y comunidades. Hoy, en este texto, nos desvela que la verdadera misión de su vida fue “vencer la manera mecanicista de vivir y pensar”. Estoy seguro que muchos de nosotros, sus hijos, nos encontramos personalmente con el Padre Fundador precisamente al constatar en nuestras propias vidas la separación mecanicista a la que estábamos – y estamos - sujetos en nuestro pensar, vivir y amar. “La religión en las iglesias, la fe es un asunto privado”, se escucha decir a menudo. Es posible que esa forma de pensar sea o haya sido también la nuestra. Pero poco a poco escuchamos la palabra del Fundador, leímos sus textos y supimos de su vida. Con la cercanía que nos brinda la Santísima Virgen en nuestros Santuarios y con el regalo de los vínculos que se han ido formando en nuestros grupos de vida y en nuestras comunidades, hemos crecido en esa unión armónica entre el orden natural y el orden sobrenatural de la que fue maestro nuestro Padre. En la familia natural, en la que la mayoría de nosotros vivimos, tenemos un lugar privilegiado para el ejercicio de este estilo de vida orgánico, pudiendo regalar a los nuestros el tesoro de una vinculación viva entre el quehacer cotidiano y la realidad y la presencia del Dios de la vida. Fe y vida quieren ser para nosotros, son para los hijos del Padre, las dos caras de una misma moneda.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Paternidad y virginidad
Texto del Padre Fundador
“La época y crisis de mi adolescencia revisten particular importancia. En primer lugar hay que constatar que mi alma jamás fue rozada por inquietud alguna sexual. Tuve una orientación hacia lo trascendente extraordinariamente fuerte y temprana. Esa orientación fundamental me arraigó muy firmemente en el mundo del más allá; desde la más tierna edad me desprendió tajantemente de todo lo terrenal y sensual, al punto de que ninguna mujer me causó impresión alguna. Jamás me vino a la mente contraer matrimonio. Sencillamente era como si la idea de ser sacerdote hubiera brotado en mí sin estímulo ni influencia exteriores palpables. De ahí que el ideal de la virginidad sea parte principalísima de la estructura de mi ser. ……… Sencillamente yo no admitía en mi cercanía a nadie salvo que fuese absolutamente necesario. Y ello hasta después de mi ordenación sacerdotal, cuando en mí brotó una amplia paternitas, que quería actuar creadoramente en todas partes con amor servicial. Una paternitas que también era suscitada y canalizada creativamente por el prójimo. Casi podría decir que todo lo que había en mí de fuerzas intactas para amar se transformó en amor paternal”.
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre „Fundador y Fundación” [1960] – Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 23 – Raíces de Schoenstatt en la infancia y juventud del P. Kentenich)
Comentario
Podemos pensar fácilmente que nos encontramos ante una paradoja: la virginidad como fuente y origen de la paternidad. Sabemos que los designios del Señor son a veces incomprensibles. Por eso decimos que “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”. En el caso de nuestro Padre Fundador me atrevería a cambiar la frase popular y decir, que “Dios escribe derecho sobre renglones derechos”. Arraigado firmemente en el mundo sobrenatural desde su niñez descubre su vocación al sacerdocio. Escucha aquel clamor de medianoche, que Mateo lanza a las vírgenes que esperan: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mat. 25,6). Es así cómo el Fundador sigue los designios del Señor y, libre de toda atadura, se hace en Cristo, el Esposo, padre de pueblos y generaciones. En su actitud sacerdotal de servicio y entrega, ayuda a que la vida del Espíritu nazca y crezca en sus hijos e hijas del Movimiento. Él supo, y así lo anunció, que “la tragedia del tiempo moderno es, en el fondo, la tragedia del padre”. Con su figura paternal quiso regalar a los que Dios le confió una fuerte vivencia filial para que pudiéramos amar a Dios como a nuestro Padre. Como buen pedagogo sabía que “el amor paternal se manifiesta esencialmente como una entrega personal al tú personal, hecho a imagen de Dios; y que tal amor se inclina reverente, con profundo respeto, ante su modo de ser, su destino y su misión personal.” (Mi filosofía de la educación) Nuestro Padre fue un ejemplo vivo del Buen Pastor que vive con los suyos una misteriosa bi-unidad espiritual, en forma semejante a como Cristo vive con su Padre. El carisma de su paternidad, parte esencial de Schoenstatt, nos cuestiona y apremia. Juan Pablo II nos dijo el 20 de septiembre de 1985 que “el carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, que es trasmitida a los propios discípulos para que ellos la vivan, custodien, profundicen y desarrollen constantemente en comunión y para el bien de toda la Iglesia.”
“La época y crisis de mi adolescencia revisten particular importancia. En primer lugar hay que constatar que mi alma jamás fue rozada por inquietud alguna sexual. Tuve una orientación hacia lo trascendente extraordinariamente fuerte y temprana. Esa orientación fundamental me arraigó muy firmemente en el mundo del más allá; desde la más tierna edad me desprendió tajantemente de todo lo terrenal y sensual, al punto de que ninguna mujer me causó impresión alguna. Jamás me vino a la mente contraer matrimonio. Sencillamente era como si la idea de ser sacerdote hubiera brotado en mí sin estímulo ni influencia exteriores palpables. De ahí que el ideal de la virginidad sea parte principalísima de la estructura de mi ser. ……… Sencillamente yo no admitía en mi cercanía a nadie salvo que fuese absolutamente necesario. Y ello hasta después de mi ordenación sacerdotal, cuando en mí brotó una amplia paternitas, que quería actuar creadoramente en todas partes con amor servicial. Una paternitas que también era suscitada y canalizada creativamente por el prójimo. Casi podría decir que todo lo que había en mí de fuerzas intactas para amar se transformó en amor paternal”.
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre „Fundador y Fundación” [1960] – Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 23 – Raíces de Schoenstatt en la infancia y juventud del P. Kentenich)
Comentario
Podemos pensar fácilmente que nos encontramos ante una paradoja: la virginidad como fuente y origen de la paternidad. Sabemos que los designios del Señor son a veces incomprensibles. Por eso decimos que “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”. En el caso de nuestro Padre Fundador me atrevería a cambiar la frase popular y decir, que “Dios escribe derecho sobre renglones derechos”. Arraigado firmemente en el mundo sobrenatural desde su niñez descubre su vocación al sacerdocio. Escucha aquel clamor de medianoche, que Mateo lanza a las vírgenes que esperan: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mat. 25,6). Es así cómo el Fundador sigue los designios del Señor y, libre de toda atadura, se hace en Cristo, el Esposo, padre de pueblos y generaciones. En su actitud sacerdotal de servicio y entrega, ayuda a que la vida del Espíritu nazca y crezca en sus hijos e hijas del Movimiento. Él supo, y así lo anunció, que “la tragedia del tiempo moderno es, en el fondo, la tragedia del padre”. Con su figura paternal quiso regalar a los que Dios le confió una fuerte vivencia filial para que pudiéramos amar a Dios como a nuestro Padre. Como buen pedagogo sabía que “el amor paternal se manifiesta esencialmente como una entrega personal al tú personal, hecho a imagen de Dios; y que tal amor se inclina reverente, con profundo respeto, ante su modo de ser, su destino y su misión personal.” (Mi filosofía de la educación) Nuestro Padre fue un ejemplo vivo del Buen Pastor que vive con los suyos una misteriosa bi-unidad espiritual, en forma semejante a como Cristo vive con su Padre. El carisma de su paternidad, parte esencial de Schoenstatt, nos cuestiona y apremia. Juan Pablo II nos dijo el 20 de septiembre de 1985 que “el carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, que es trasmitida a los propios discípulos para que ellos la vivan, custodien, profundicen y desarrollen constantemente en comunión y para el bien de toda la Iglesia.”
miércoles, 15 de diciembre de 2010
María, maestra de vida
Texto del Padre
“Hay dos aspectos en el ensayo que quisiera ratificar con particular énfasis: La total soledad interior y la consecuente y completa crisis de contacto humano, y la interpretación que se hace de dicha soledad. Indudablemente existen muchos hombres cuya adolescencia presentó similares características. Examinando objetivamente el fenómeno, y comparándolo con otros casos, me parece que su grado, amplitud y duración adquirieron una magnitud extraordinaria. Posteriormente el sentido de ello habría de resultar fácilmente comprensible: En lo posible el alma había de quedar exenta de toda influencia ajena, particularmente de índole personal, para permanecer así abierta, con todas sus fibras, a la verdadera maestra de mi vida y su fuerza formadora y educadora. Me refiero a la Santísima Virgen. ……….. En la medida de lo posible quería depender y seguir dependiendo sólo de la Santísima Virgen. Naturalmente ella ha de ser vista aquí siempre como símbolo y en conexión con Jesús y con el Dios Trino.
En los años pasados, muchísimas veces me sentí como un anacoreta en medio de un yermo. Y sin embargo, siempre me vi unido a la Santísima Virgen en su calidad de gran maestra de mi vida interior y exterior. Desde que se fundó la Familia, mi constante propósito fue mantenerla en estrechísima unión con la Santísima Virgen.”
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre „Fundador y Fundación” [1960] – Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 21 – Raíces de Schoenstatt en la infancia y juventud del P. Kentenich)
Comentario
El Padre Fundador nos comenta la soledad interior de su infancia y juventud. La Divina Providencia conduce a cada uno de nosotros de forma original, tiene siempre presente en ello la misión que nos va a encomendar. Las circunstancias que rodearon su hogar y su persona hacen nacer en el pequeño José el anhelo por una entrega total al mundo sobrenatural. Nuestro Padre hace con nueve años una consagración a la Santísima Virgen, que incidió de forma destacada en su vida. La Santísima Virgen María pasa a ocupar un lugar central en la vida del futuro sacerdote y a ser, de su mano, “la raíz de la cual brotó y se nutrió más tarde toda la espiritualidad de la Familia”. En la consagración de este niño a María se hallaba ya la semilla de toda la Obra de Schoenstatt. Amó personal e intensamente a la Santísima Virgen y quiso que sus hijos la amáramos también. En este mundo desgarrado, en donde la soledad interior campa por doquier y en donde la ausencia de vínculos es tan acusada, la figura de María adquiere una importancia singular. Ella es en su ser y misión el punto que mantiene al mundo en equilibrio, al encarnar y unir en su persona, como Madre de Dios, lo natural y lo sobrenatural de forma excelsa y original. “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí.” (Lc 1, 46-55). El Padre Fundador temió en alguna ocasión porque en su Familia se debilitaba la raíz que le daba y le da la vida, el amor a María. El nos llama hoy a seguir alimentándonos de esta fuente que brota en el Santuario, la fuente de gracias que es la Madre de Jesús, y a hacer de Ella la maestra de nuestras vidas.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Una misión común
Texto del Padre
“Hay que recordar, a modo de premisa, que a lo largo de toda la historia de la Familia yo jamás aparezco solo. Siempre lo hago, por un lado, en íntimo y vivo contacto con la Santísima Virgen y, por otro, jamás sin una semejante y muy íntima unión con los seguidores. Por eso con todo derecho puedo decir: Para mí el “Nada sin ti” se refiere no sólo a la Santísima Virgen sino también a los seguidores. Con razón se puede decir entonces que lo que se ha gestado constituye una obra común en el sentido aludido.
No he utilizado casual ni impensadamente la vida espiritual de mis seguidores como fuente de conocimiento y campo de siembra. No; siempre lo hice en plena conciencia de la existencia de un determinado plan divino. No se trató mera y fundamentalmente de una comunidad de trabajo. El fundamento fue siempre una comunidad espiritual profunda y abarcadora, un incomparable estar el uno en el otro, con el otro y para el otro. Vale decir, un proceso de vida animado de una energía creadora extraordinariamente poderosa. Así fue desde el principio.”
(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre "Fundador y Fundación" (1960) – Ver: Kentenich Reader, Tomo 1, Pág. 19 y 20)
Comentario
Con estas palabras, el Padre Fundador nos invita a verlo como cabeza de la familia religiosa que él fundó siguiendo los planes de la Divina Providencia, y a sentirnos corresponsables de esa fundación. Sus pensamientos nos recuerdan el “cuerpo místico” que es la Iglesia, que somos también nosotros como parte de esa Iglesia. Todos los miembros del cuerpo místico que es la Familia estamos vinculados en una íntima comunidad de destinos y somos responsables por la misma misión. Se trata de la misión que Dios puso sobre los hombros del Padre Kentenich como primer actor de esta gran obra divina que es Schoenstatt. Así fue desde el principio con la generación fundadora y en presencia del Fundador, y así sigue siendo ahora con las nuevas generaciones tras la marcha del Padre a la eternidad. El proceso de vida al que hace referencia se inicia en él, en la persona del Padre de la Familia. El se hizo, como Pablo, “todo para todos”, reviviendo en su persona la suerte del Apóstol que decía a sus hijos colosenses: “Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Por eso nuestro Padre podrá escribir desde el campo de concentración de Dachau, crisol de su paternidad, aquellos versos que hoy repetimos sus hijos a menudo: “Estoy tan íntimamente ligado a los míos, / que yo y ellos nos sentimos siempre / un solo ser: / de su santidad vivo y me sustento / y, aun, gustoso estoy dispuesto a morir por ellos.”
sábado, 4 de diciembre de 2010
Carta al Padre Kentenich
Querido Padre Fundador,
llegué al Movimiento de Schoenstatt que tú fundaste a mediados de los años setenta. Tú ya habías marchado a la casa del Padre, por lo que no pude conocerte ni hablar contigo. Me hablaron de ti algunos de tus hijos venidos a España desde Chile, mujeres consagradas y sacerdotes, todos ellos entregados a la misión que tú les habías encomendado personalmente antes de morir. Me agradó lo que me contaron; fueron mensajes que, en parte, coincidían con la visión de mi mundo religioso, y que, por otra parte, tenían que ver con los dificultades o anhelos de mi caminar cotidiano.
Me dijeron que tú educabas a los tuyos a jugársela por la libertad, a conformar su historia personal y su originalidad a la luz del Dios de la vida y en solidaridad con los demás. Un día supe que tú eras de la opinión que el “hombre más sobrenatural debe ser el más natural” y que anunciabas sin descanso que los vínculos humanos son el mejor camino para llegar a vincularse con Dios. Por eso querías tú ayudar a los tuyos a ser santos con los pies en la tierra, santos de la vida diaria, en la vida de familia, en el trabajo, en las preocupaciones de cada día, personas que buscaran el encuentro íntimo con el Dios de la vida y fueran artífices de esa historia sagrada, que es la historia de cada uno. Y como ayuda para todo eso les mostraste a María, la Madre de Dios. Tú habías hecho una alianza de amor con Ella en octubre de 1914, e invitabas a los tuyos a incorporarse también a esa alianza, consagrándose a María en el pequeño Santuario de Schoenstatt, y comprometiéndose con Ella a construir el Reino Mariano del Padre. La propuesta me convenció, hice la alianza y me comprometí con tu obra.
Me dijeron que tú educabas a los tuyos a jugársela por la libertad, a conformar su historia personal y su originalidad a la luz del Dios de la vida y en solidaridad con los demás. Un día supe que tú eras de la opinión que el “hombre más sobrenatural debe ser el más natural” y que anunciabas sin descanso que los vínculos humanos son el mejor camino para llegar a vincularse con Dios. Por eso querías tú ayudar a los tuyos a ser santos con los pies en la tierra, santos de la vida diaria, en la vida de familia, en el trabajo, en las preocupaciones de cada día, personas que buscaran el encuentro íntimo con el Dios de la vida y fueran artífices de esa historia sagrada, que es la historia de cada uno. Y como ayuda para todo eso les mostraste a María, la Madre de Dios. Tú habías hecho una alianza de amor con Ella en octubre de 1914, e invitabas a los tuyos a incorporarse también a esa alianza, consagrándose a María en el pequeño Santuario de Schoenstatt, y comprometiéndose con Ella a construir el Reino Mariano del Padre. La propuesta me convenció, hice la alianza y me comprometí con tu obra.
Al inicio de esta carta he copiado la primera fotografía que vi de ti, está en un oratorio construido entre los cimientos de un Santuario. La encuentro “muy solemne”, miras al que te mira, y le invitas a verte allí como un padre. Hace unas semanas descubrí otra foto tuya que me impactó sobremanera: tendrás en la misma doce o trece años, estás sentado en un banco del parque del orfanato a donde te llevó tu madre cuando eras pequeño (“Los años ocultos”). Estás con ella y descalzo, como estaban al parecer todos los niños de aquella casa. La “distancia” entre las dos realidades me ha hecho que pensar. Quiero repasar algunos pasos del camino que recorriste desde tu infancia hasta tu regreso al Padre y el mensaje que con ello nos dejaste. Lo haré durante el próximo año en conversación contigo, a la luz de algunos textos que han salido de tu pluma o fueron pronunciados por ti a los tuyos. Me vas a permitir que añada a esos textos mis reflexiones personales y que invite a otros a publicar sus comentarios en esta ventana digital que es el Blog, que inicio con esta carta.
Deseo en este año estar especialmente al habla contigo. “Al habla con el Padre” quiere ser mi regalo de hijo para los 100 años de tu alianza.
Francisco Nuño (con un saludo cordial y filial de mi mujer, Anneliese)
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