"Padre nuestro…" Me encuentro aquí ante Dios como Dios Padre, como Dios Trino. "Padre", Padre del Hijo, Padre del Unigénito, pero también Padre de nosotros. Sí, Padre nuestro. Yo estoy como hijo, como hijo adoptivo ante Dios, mi Padre. Por eso es tan importante meditar nuevamente sobre el "tú" que tengo frente a mí. ¿Acaso no perciben cómo la luz que se irradia de este tú ilumina mi pequeño yo, ennobleciéndolo, haciéndome levantar los ojos hacia lo alto, elevando todo mi ser? Y yo, por mi parte, me apoyo en él, en Dios Padre.
"Padre nuestro"… nuestro Padre… Estas palabras
me hacen sentir espontáneamente miembro de la gran familia de Dios, y no tanto
como individuo aislado.
«Padre nuestro que estás en los cielos». Popularmente
sabemos bien lo que significan estas palabras ¿no es cierto? Ellas nos
recuerdan la omnipotencia de Dios. Dios se nos aparece como la bondad y la
amabilidad personificadas. Pero esta frase "que estás en los cielos"
nos llama además la atención sobre la omnipotencia divina. De ahí que ante Dios
debamos mantener una actitud de respeto y a la vez de amor. Con toda nuestra
alma, desde lo más hondo, acogemos, abrazamos al otro polo, al tú divino, con
un movimiento en el que se observa una línea que va y otra que vuelve.
Traten de profundizar más en esta introducción del
Padrenuestro. No se precipiten en sacar enseguida consecuencias éticas, sino
dediquen más tiempo a sentir y gustar esta gran realidad de la inhabitación
divina, de la santísima Trinidad morando en el alma, de nuestra propia entrega
al Dios Trino que habita en nosotros. Esta vinculación al Dios que está en
nosotros es ya oración en el sentido más eminente del término.
En efecto, necesitamos vincularnos a Dios. Procuremos por
lo tanto que ese proceso de vinculación sea siempre lo esencial, lo excelso, en
nuestra oración. No pongamos enseguida la mira en las exigencias éticas, sino
más bien procuremos lograr una honda vinculación que cale en nuestro ser.
Busquemos pues a Dios en las moradas más recónditas del alma. He aquí la
oración por excelencia. Quizás no podemos orar porque tenemos una concepción
equivocada de lo que es oración.
Pasemos a la parte central del Padrenuestro, a las
principales peticiones. "Santificado sea tu nombre". Aquí se trata de
honrar la majestad divina, de glorificar a Dios. Lo importante no es que me
vaya bien a mí; lo único que cuenta es que le vaya bien a Dios, que Dios sea
reconocido por los hombres. He aquí el sentido y el fin último de la creación.
Que esta consigna dé alas y remonte hacia lo alto todo nuestro corazón, toda
nuestra vida.
Sólo una es la meta a alcanzar: "Santificado sea tu
nombre". Consumámonos por ese objetivo, trabajando, orando, haciendo
sacrificios día y noche. Que Tú, Dios de majestad, seas reconocido y
glorificado. Y si Tú quieres alcanzar esa glorificación a través de las
circunstancias políticas… "santificado sea tu nombre".
Pero a este objetivo se agrega un segundo: que Tú seas
santificado en mí mismo. "Venga a nosotros tu reino". Venga también a
mí tu reino, a nuestra familia, a fin de que seas glorificado por nosotros.
Enfoquemos ahora los grandes medios. "Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo". En este punto se trata de la
conformidad con la voluntad divina. La gloria de Dios aumenta en la medida en
que mi propia voluntad asuma la forma de la voluntad divina. "Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo".
"Danos hoy nuestro pan de cada día". Aquí se
hace referencia tanto al pan sobrenatural como a los medios naturales
necesarios de subsistencia. Sabemos muy bien que para el hombre es tan
peligroso vivir en la abundancia como sufrir miseria. El ser humano debe
disponer de lo necesario, para que así le resulte más aliviado vivir, y pueda
elevar su corazón y sus ojos hacia Dios con mayor facilidad.
"Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación, líbranos del
mal. Amén".
Fíjense que en cada una de estas frases se nos ofrece un
nuevo medio, de valor secundario, que debemos aplicar a fin de alcanzar, con el
transcurso del tiempo, la meta de nuestra vida.
Por todo esto es aconsejable que cuando no puedan orar
bien, cuando se sientan fatigados, en el tren, de viaje, etc., recen
calmadamente el Padrenuestro. Porque es una escuela de oración de primera
categoría. Cuando lo que nos transmite el Padrenuestro se haya convertido
realmente en parte de nuestro pensamiento y en forma concreta de vida, entonces
creceremos orientándonos hacia la grandeza misma de Dios. Quedaremos libres de
ese continuo girar en torno de nuestro yo y participaremos de las cualidades de
Dios, de la grandeza de Dios y del ser de Dios.
Tomado de: "Vortrag bei Marienschwestern", 8 de Marzo de 1933, pág. 205-208.